El demonio que Amé

Capítulo 23 “Susurros entre el humo”

El eco de los gritos del público aún vibraba en las paredes del estadio cuando las luces se apagaron del todo.
Céline se dejó caer en una silla del backstage, riendo agotada. Soo-min estiró los brazos hacia el techo con un gemido cansado.
Pero Mi-yeong apenas podía respirar. Su corazón no latía al ritmo del concierto, sino al de una mirada: la de Dae-hyun entre la multitud.
Esa presencia, imposible y peligrosa, aún ardía en su pecho.

Mientras sus compañeras bromeaban, ella se obligó a sonreír, pero sus pensamientos se hundían una y otra vez en la misma imagen: Dae-hyun, camuflado entre los humanos, mirándola con esa intensidad que hacía olvidar que él pertenecía al abismo y ella a la luz.
Ya no lo veía como un enemigo… sino como alguien que, pese a todo, había traspasado sus límites solo para verla.
Y eso, aunque le costara admitirlo, la conmovía más de lo que debía.

—Voy por agua —dijo Céline, sacudiendo la toalla de su cuello.
—Yo también —añadió Soo-min—. Mi garganta arde. ¿Vienes, Mi-yeong?

Ella negó con una sonrisa suave.
—No, vayan ustedes. Necesito un minuto para… respirar.

Las dos se marcharon, aún riendo y hablando del concierto.
Mi-yeong aprovechó el silencio para caminar hacia el camerino.
Cada paso resonaba como un tambor dentro de su pecho.
¿Por qué vino hasta aquí? ¿Qué arriesga con solo estar cerca de mí?
Pensar que un demonio había atravesado las barreras humanas solo para verla le revolvía el alma… pero no con miedo. Era una mezcla de ternura y fuego, un sentimiento que ya no podía negar.

Giró la manija de la puerta.

El aire dentro del camerino estaba denso, casi vibrante.
Y allí, sentado sobre el sofá con una calma provocadora, estaba Dae-hyun.

Mi-yeong dio un paso atrás, sin poder creerlo.
—¿Qué haces aquí? ¡Es una locura! —susurró, cerrando la puerta de golpe tras ella—. Mis compañeras volverán en cualquier momento, si te ven…

Él sonrió, con esa serenidad peligrosa que siempre lo envolvía.
—Tranquila. Puse una pequeña interferencia en el pasillo… digamos que se entretendrán un rato.

Mi-yeong lo miró, entre alarma y fascinación.
—¿Usaste magia? Aquí… ¿en medio de humanos?

—No es magia —respondió él, inclinándose hacia adelante—. Es solo una ilusión… como la que tú me causas cada vez que subes al escenario.

Su voz era baja, casi un roce.
El aire se volvió más espeso, cargado de algo que no pertenecía a este mundo.
Mi-yeong sintió cómo su respiración se aceleraba. El sonido de su voz vibraba en su pecho, profundo, envolvente.
Ya no intentó negarlo.
—Dae-hyun, sabes que esto… puede tener consecuencias —murmuró, sin apartar la vista.

Él se levantó. Su sombra cubrió la suya.
—Lo sé. Pero no vine a hablar de consecuencias. Vine porque no podía quedarme lejos.

Mi-yeong tragó saliva.
El reflejo en el espejo mostraba a una cazadora que temblaba, no de miedo, sino por la fuerza de un sentimiento que ya empezaba a aceptar.

—Siempre haces que todo parezca inevitable —dijo con una sonrisa mínima.

Él respondió con una media sonrisa.
—Tal vez lo sea.

Y, tras un silencio tenso, exhaló:
—Quería darte esto —susurró. Y sin más, chasqueó los dedos.

Una guitarra de energía oscura, translúcida, surgió entre sus manos.
No era un instrumento real, sino tejido de su propia esencia demoníaca.
—Escucha… —dijo, y comenzó a cantar.

🎵 “Entre tus cicatrices y mi condena”

Desde el fuego al que pertenezco,
vi tu luz rasgar mi condena.
Tu voz, mi ruina; tus ojos, frontera.
Y aunque el cielo me odie, por ti esperaría una era.

Si mi alma te toca, caerás conmigo,
y aun así, no me apartas, sigues al filo.
Cazadora de sombras, destino prohibido,
no hay redención… sin haber pecado contigo.

A medida que su voz llenaba el aire, un sonido etéreo lo acompañó:
violines que no existían, un pulso grave que parecía provenir del suelo mismo.
Mi-yeong abrió los ojos, atónita.
No había altavoces, ni reproductores, ni nadie más allí.
La música flotaba como si el mismo mundo la estuviera escuchando.
Por un instante, temió que la energía demoníaca alertara a las cazadoras cercanas… pero no se movió.
Solo escuchó.
Cada nota la envolvía, tan cálida y peligrosa como el fuego que sabía que no debía tocar.

—¿Qué… qué es esto? —susurró, impresionada.

Dae-hyun sonrió con un dejo de orgullo.
—Un regalo de mi verdadera naturaleza. No necesitas instrumentos cuando el poder nace de la oscuridad misma.

Mi-yeong se llevó una mano al pecho, sin poder hablar.
—Eres imposible… —murmuró, entre asombro y algo que rozaba la ternura.

Él rió, bajo.
—Y aun así no puedes negarme.

Mi-yeong bajó la mirada, sabiendo que tenía razón.
Ya no lo odiaba. Ya no quería huir.
Solo había una pequeña chispa de duda… y un océano de certeza que la atraía hacia él.

Entonces la puerta se abrió de golpe.

—¡Ah, aquí estabas! —exclamó Céline, entrando aún con la vestimenta del concierto y una botella de agua en la mano—. Tenemos que hablar del evento de fans y los conciertos de la próxima semana. ¿Por qué hay tanto humo aquí?

Mi-yeong se giró de inmediato, alarmada.
El lugar estaba cubierto por una leve neblina oscura: el rastro de Dae-hyun desapareciendo.
Su corazón latía tan fuerte que temió que Céline pudiera oírlo.

—¿Humo? N-no, es… es el vaporizador del maquillaje —improvisó, sonriendo torpemente.

Céline la miró con una ceja arqueada.
—¿Y por qué tienes esa cara de susto? Además, sigues con el traje del escenario… ¿vas a volver a casa así?

—Ehm, no, ya… ya me cambio —respondió Mi-yeong, evitando mirarla.

Céline suspiró.
—Bueno, no tardes. Soo-min ya está revisando las grabaciones del concierto. Vamos, que fue un éxito total.
—S-sí, enseguida voy —dijo Mi-yeong, y esperó hasta oír la puerta cerrarse otra vez.




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