El eco del concierto aún flotaba en el aire del mundo humano, pero en el corazón de Dae-hyung solo quedaba un silencio que ni la música podía llenar.
Un día había pasado desde aquella sorpresa en el camerino… un día desde que la vio sonreír, aunque fuera por un instante.
Vestido otra vez como un periodista humano, se miró al espejo, ajustando su chaqueta con una sonrisa torcida.
—Veamos qué cara pondrás esta vez, cazadora… —susurró con esa voz que siempre escondía más de lo que decía.
Estaba a punto de salir cuando una voz grave, húmeda y distante emergió desde las sombras de la habitación.
—Dae-hyung. —El tono no dejaba espacio para el error—. Gwi-ma te llama.
Una figura oscura, sin rostro, se asomaba apenas entre la penumbra.
Dae-hyung ni siquiera giró la cabeza.
—Dile que estoy ocupado. Estoy… disfrutando del mundo de los humanos.
—No puedes negarte a su llamado.
—Claro que puedo. Siempre puedo. —Sonrió, arrogante—. Además, ¿desde cuándo los demonios se preocupan por el horario de los demás?
Pero en cuanto dio un paso, las marcas que recorrían su espalda y brazos ardieron como fuego líquido.
El dolor fue tan brutal que el aire se quebró a su alrededor.
Su sonrisa desapareció, reemplazada por un gruñido ahogado.
Intentó resistir, pero su cuerpo fue absorbido por una grieta oscura que se abrió bajo sus pies.
El mundo humano desapareció.
Solo quedó el calor sofocante y rojo del inframundo.
Dae-hyung cayó de rodillas frente a un trono de piedra retorcida.
Allí estaba Gwi-ma, su silueta imponente envuelta en un aura oscura, con una mirada que podía incendiar cualquier alma.
—Así que… —la voz de Gwi-ma retumbó como un rugido contenido—. El demonio Dae-hyung ha decidido desaparecer durante días.
Dae-hyung levantó la mirada, con una sonrisa cargada de burla.
—Supongo que alguien tiene que tomarse vacaciones de vez en cuando, ¿no?
—¿Vacaciones? —el tono del demonio se volvió helado—. No hay más almas. No hay reportes. Y en lugar de cumplir tus deberes, fuiste visto en un concierto de humanos. ¿Qué hacías ahí?
—Solo… observaba. —Dae-hyung bajó la mirada por primera vez, fingiendo indiferencia—. La emoción humana es un buen espectáculo. Nada más.
El silencio que siguió fue mortal.
Gwi-ma se levantó de su trono, cada paso suyo hacía temblar el suelo.
—Olvidas tu lugar.
Con un movimiento de su mano, las cadenas del aire se materializaron, envolviendo a Dae-hyung y apretando su piel hasta hacerla sangrar luz roja.
—¡Agh! —soltó entre dientes, tratando de no gritar.
El dolor era tan intenso que sus marcas ardieron con más fuerza que nunca.
El poder de Gwi-ma lo atravesaba por dentro, descomponiendo su esencia demoníaca.
Cada latigazo de energía lo obligaba a recordar su propio límite… y aun así, entre cada oleada de fuego, una imagen cruzaba su mente: la sonrisa de Mi-yeong.
Era lo único que le impedía quebrarse del todo.
—Recuerda quién eres —gruñó Gwi-ma, acercándose—. Eres mi sirviente. Mi herramienta. No existes sin mí.
Dae-hyung, con el rostro contra el suelo, aún tuvo fuerzas para sonreír.
—Quizás… eso es lo que quiero cambiar.
La ira de Gwi-ma explotó.
El castigo se multiplicó, cada fibra de su ser retorciéndose hasta que su respiración se volvió humo.
Cuando por fin terminó, Dae-hyung quedó tendido, inmóvil, apenas vivo.
—Una falta más, y dejarás de existir —sentenció Gwi-ma con voz grave—. Tu alma será mía.
Y con un chasquido, lo arrojó al suelo.
Dae-hyung respiró con dificultad. Cada movimiento era una punzada.
—Maldita sea… —susurró con una risa débil—. Ni siquiera puedo verla… No hoy, Mi-yeong.
Cerró los ojos, dejando que el silencio ardiente lo envolviera.
El aire cambió.
Una brisa fría atravesó los límites del inframundo, deslizándose como un suspiro que cruzó mundos hasta tocar suavemente la ventana del cuarto de Mi-yeong.
El mismo viento que rozó la piel de Dae-hyung le erizó los brazos a ella.
Mi-yeong levantó la mirada del cuaderno de notas donde escribía los horarios de los próximos eventos del grupo.
Había silencio.
Demasiado silencio.
Desde aquella noche, Dae-hyung no había aparecido.
Ni un comentario sarcástico, ni una sombra sospechosa, ni un destello rojo en la esquina de su visión.
Nada.
—Qué raro… —murmuró mientras guardaba sus cosas—. Por lo general, ya habría aparecido para molestar.
Mientras hablaba, una imagen fugaz cruzó su mente: la risa burlona de Dae-hyung, aquella vez en el pasillo, cuando fingió ser un reportero y la hizo perder la paciencia.
El recuerdo le arrancó una sonrisa involuntaria.
Celine y Soo-ming estaban en otra habitación, discutiendo sobre la próxima reunión de fans, así que Mi-yeong estaba sola.
Cada crujido, cada sombra del pasillo, le hacía girar la cabeza.
Una parte de ella esperaba verlo, pero no lo admitiría jamás.
Se recostó en el sofá, exhalando.
—Tal vez me acostumbré demasiado a su presencia… —susurró.
Intentó convencerse de que solo era por costumbre. Pero el corazón no le obedecía.
Cerró los ojos, y por un momento creyó escuchar su voz.
“Mi-yeong…”
Abrió los ojos de golpe.
Nada.
Solo el reflejo de la luna en la ventana y el viento que entraba desde afuera.
Se llevó una mano al pecho, sintiendo su pulso acelerado.
—¿Qué me pasa…? —murmuró, tratando de sonreír—. Es solo… el silencio. Sí, eso debe ser.
Pero el silencio pesaba demasiado.
Más que cualquier ruido, más que cualquier palabra suya.
Y en algún rincón del inframundo, un demonio herido sonrió sin saber por qué, como si esa misma brisa le hubiera recordado que aún existía una razón para resistir.
“Mientras él luchaba contra el fuego, ella enfrentaba el silencio.
Sin saberlo, ambos ardían por el mismo motivo.”
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Editado: 18.10.2025