El eco del inframundo todavía vibraba en los huesos de Dae-hyung.
Había logrado cruzar la barrera, pero su cuerpo apenas respondía. Las marcas demoníacas que recorrían su piel ardían como fuego bajo la carne, recordándole el castigo que Gwi-ma le había impuesto.
Cayó de rodillas en un callejón oscuro del mundo humano, respirando con dificultad.
—Maldita sea… —gruñó, apretando el puño contra el suelo—. Ni siquiera un día de descanso…
Intentó concentrarse, pero el simple hecho de mantenerse de pie lo agotaba.
El poder que solía fluir con naturalidad ahora era apenas un hilo tembloroso. Intentó camuflar las marcas con magia, pero el brillo carmesí seguía visible, parpadeando débilmente bajo su piel.
—Genial… sin energía, sin disfraz, y con cara de cadáver. —Sonrió con sarcasmo, aunque su voz sonaba cansada—. Adiós al periodista encantador…
Chasqueó los dedos, intentando invocar una ilusión. Nada.
Ni una chispa.
—Perfecto. —Suspiró—. Tendré que hacerlo a la vieja manera.
Las sombras de la calle se agitaron como humo negro, y Dae-hyung las usó para deslizarse entre ellas, desapareciendo del callejón rumbo a donde quería estar: el cuarto de Mi-yeong.
Mientras tanto, en la base de entrenamiento, Mi-yeong y sus compañeras repasaban las letras del evento para fans.
Sobre la mesa había bocetos, partituras y un micrófono antiguo que usaban para ensayar los tonos de la canción que, según los registros, podría reforzar la Hoonmoon Dorada.
—Si logramos armonizar esta parte con la energía del público, la barrera se estabilizará más rápido —explicó Celine con su tono firme, observando las notas—. Pero aún hay algo que no encaja.
—Tal vez necesita más emoción, más… chispa —añadió Soo-ming, agitando una hoja con una sonrisa—. ¡Vamos! Una canción sin sentimiento no mueve ni a los demonios, ¿no?
—De hecho, eso sería peligroso —replicó Celine, cruzándose de brazos.
Mi-yeong sonrió débilmente. Estaba ahí, pero su mente no.
Cada palabra sonaba distante, como si la sala estuviera cubierta por una capa invisible de silencio.
¿Dónde estás, Dae-hyung?
El pensamiento cruzó su mente sin permiso.
Era absurdo. Él era un demonio. Su enemigo.
Y aun así… el simple hecho de no verlo la hacía sentir vacía.
—Mi-yeong, ¿estás bien? —preguntó Soo-ming con una media sonrisa, aunque su tono tenía preocupación.
Ella parpadeó, volviendo a la realidad.
—¿Eh? Sí, solo… pensaba en cómo ajustar la nota final.
Celine la miró con el ceño fruncido. —No pareces concentrada. ¿Algo te preocupa?
—No es nada —dijo rápido Mi-yeong, sonriendo con suavidad—. Supongo que dormí poco.
Ambas compañeras se miraron, pero no insistieron.
Mi-yeong soltó una risa nerviosa. —En serio, estoy bien. Vamos, repitamos la última parte.
Pero en su interior, la inquietud seguía.
Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba esa risa sarcástica, esa voz que la descolocaba y la retaba al mismo tiempo.
¿Por qué me afecta tanto? pensó, sintiendo un leve dolor en el pecho.
Cuando el ensayo terminó, se excusó y subió a su cuarto.
Dejó el micrófono sobre la mesa, se tumbó en la cama y dejó que el cansancio la envolviera.
El sueño llegó antes de que pudiera resistirse.
Una sombra se deslizó desde el rincón.
Dae-hyung emergió de ella, cayendo de rodillas.
El suelo vibró con el golpe seco de su cuerpo al tocarlo.
Estaba pálido, agotado, pero sonreía.
—Vaya… qué recibimiento. Ni flores, ni velas… —susurró con voz ronca, apoyándose en la pared.
Le costó respirar. Las marcas en su cuello y brazos pulsaban con un brillo rojo oscuro, pero no le importó.
Al girar la cabeza, vio a Mi-yeong dormida, envuelta entre las sábanas.
Por un momento, todo el dolor se detuvo.
Solo la observó, en silencio, con una expresión extraña, mezcla de ternura y alivio.
—Al menos tú sí pareces descansar… —murmuró, arrastrándose un poco más cerca—. Aunque si supieras quién te está mirando así, probablemente me golpearías.
Una risa suave escapó de sus labios.
Entonces, con su humor de siempre, decidió acercarse y apoyar la cabeza en el borde de la cama, mirando hacia ella.
—Bueno, si no me mata Gwi-ma, será ella… —susurró divertido, cerrando los ojos.
Mi-yeong se movió ligeramente.
El sonido de su respiración cambió.
Abrió los ojos con pereza, sintiendo una presencia junto a la cama.
—Soo-ming… si otra vez estás intentando asustarme, te juro que… —murmuró entre sueños.
Una risa baja resonó junto a su oído.
—Buenos días, cazadora.
El corazón de Mi-yeong dio un salto.
Esa voz. Esa ecantadora y maldita voz.
Se incorporó de golpe, mirando hacia abajo.
Y ahí estaba.
Dae-hyung, medio apoyado en el borde de la cama, con su sonrisa ladeada y los ojos brillando a medias.
—Tú… —susurró, sorprendida—. ¡Dae-hyung!
Él alzó una ceja, fingiendo inocencia.
—Esperaba un “me alegra verte”, no un grito.
—¿Qué haces aquí? Pensé que… —Se detuvo. No sabía cómo terminar la frase.
—¿Que me había ido? —respondió él, con una sonrisa suave pero cansada—. Supongo que no es tan fácil librarse de mí.
Mi-yeong lo miró con una mezcla de alivio y enojo.
—No apareciste en días.
—¿Te preocupaste? —preguntó él con ese tono burlón.
—¡No! Solo… era raro. Es todo.
—Claro, claro. Raro —repitió, ocultando una sonrisa—. Admitelo, me extrañabas.
—¡Cállate! —replicó ella, cruzando los brazos, aunque no podía ocultar el leve rubor en su rostro.
La risa de Dae-hyung llenó el cuarto, pero pronto su respiración se volvió irregular.
Mi-yeong lo notó.
—Estás… cansado. ¿Qué te pasó?
Él desvió la mirada.
—Nada importante. Cosas de demonios.
—Eso no es una respuesta.
—Ni tú hiciste una pregunta que pueda responder fácilmente. —Sonrió con esfuerzo.
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Editado: 07.11.2025