El demonio que Amé

Capitulo 26: Sombras que laten

El amanecer se filtró entre las cortinas, bañando la habitación con una luz dorada y suave.
Mi-yeong seguía sentada al borde de la cama, con el cabello suelto y los ojos somnolientos, mirando al demonio que dormía a su lado.
Dae-hyung respiraba con dificultad, apoyado contra el colchón, su cuerpo marcado por heridas que aún brillaban con un tono carmesí tenue.

Intentó moverlo al principio, cubrirlo con una manta, incluso despertarlo. Pero él apenas reaccionó.
Solo murmuró algo en una lengua gutural, extraña y quebrada, antes de volver a caer en un sueño pesado.

—Eres un problema, Dae-hyung… —susurró, dejando caer el hombro con resignación.

Lo observó un largo rato.
Era raro verlo así, sin esa sonrisa arrogante que siempre la descolocaba, sin sus bromas que la irritaban y divertían al mismo tiempo.
Parecía vulnerable, casi… humano.

Levantó una mano, dudando por un instante, como si quisiera apartarle un mechón de cabello del rostro.
Pero la retiró enseguida, apretando los labios.

—Ni loca —murmuró—. No empieces con tus ideas raras, Mi-yeong.

El reloj marcó las diez cuando Dae-hyung se movió por fin.
Un leve gemido escapó de sus labios antes de abrir los ojos.
Parpadeó varias veces, confundido por la luz, y luego la vio.

—¿Cuánto… tiempo dormí? —preguntó con voz ronca.
Mi-yeong se giró, sorprendida de verlo despierto. —Casi todo el día.
—¿En serio? —sonrió con debilidad—. Supongo que me hacía falta una siesta.
—Más que siesta, parecía coma —respondió ella con ironía, cruzándose de brazos—. No deberías moverte todavía.

Él intentó incorporarse, pero un quejido escapó de su garganta.
Ella lo sujetó por reflejo, sosteniéndolo del brazo.
El contacto fue breve, pero suficiente para que ambos se quedaran inmóviles.

Dae-hyung bajó la mirada hacia sus dedos sobre su piel.
Mi-yeong lo soltó al instante, apartando la mano como si se hubiese quemado.
—S-solo no hagas tonterías, ¿sí? —balbuceó, desviando la vista.
—Desde que te conozco, “tonterías” es lo que mejor me sale —bromeó, aunque su voz sonaba débil.

Ella suspiró. —No te rías, idiota.
—Si no lo hago, me duele más.

Esa respuesta le arrancó una sonrisa involuntaria.
Dae-hyung la notó y arqueó una ceja.
—Ah, ¿esa fue una sonrisa? Pensé que no sabías hacerlo cuando estoy cerca.
—Fue un espasmo facial, no te ilusiones.
—Claro, claro… —dijo con una media risa que se transformó en un leve jadeo de dolor.

Mi-yeong se inclinó un poco, preocupada. —¿Te duele mucho?
—Solo cuando respiro.
—Eso es… todo el tiempo.
—Entonces sí, bastante —dijo con una sonrisa torpe.

Por primera vez, Mi-yeong vio un destello distinto en él.
No era burla, ni arrogancia. Era cansancio.
Cansancio real. Dolor contenido.

—Si te descubren aquí, no podré explicarlo —advirtió ella con voz baja.
—Entonces asegúrate de que no me descubran —respondió con un tono juguetón, mirándola de lado—. No sería la primera vez que escondes algo peligroso.
—¿Insinúas que te estoy ocultando por gusto?
—¿No? —preguntó él con una sonrisa ladeada.
Ella se sonrojó ligeramente. —¡Claro que no! Solo… no quiero problemas.
—Y aun así, me salvaste.
—Porque soy cazadora. Es lo que hago.
—¿Salvar demonios? —le provocó, inclinando la cabeza con picardía.
—No. Evitar que mueran en mi habitación —replicó ella, fulminándolo con la mirada.

Dae-hyung soltó una risa baja y se apoyó mejor en la pared.
—Sabes, cazadora… cuando te enojas, también pareces humana.
—Y tú pareces idiota la mayor parte del tiempo.
—Al menos soy constante —dijo él con una mueca divertida.

Más tarde, Mi-yeong salió a cumplir con sus tareas.
Ensayos, revisiones, pruebas de sonido.
Desde fuera, todo parecía normal.
Pero su mente no estaba en las notas ni en los ritmos.

Cada tanto, creía sentir su voz resonando en su cabeza.
“Vamos, cazadora. No puedes concentrarte si estás pensando en mí.”

Se tocó la frente y negó suavemente.
“Deja de imaginarlo… no está aquí.”

—Mi-yeong, ¿estás bien? —preguntó Soo-ming, acercándose con una botella de agua.
—Sí, solo… me duele un poco la cabeza.
—¿Otra vez? Debes descansar, te estás exigiendo demasiado.
—Estoy bien, en serio. Solo necesito aire.

Celine las observó desde el fondo. —No te sobrecargues. El evento es pronto y necesitamos tu energía completa.
Mi-yeong asintió distraída, aunque su mirada se perdió por la ventana, en dirección a las luces de la ciudad.
Su pecho se apretó con un presentimiento inexplicable.

Esa noche, al abrir la puerta de su habitación, lo vio.
Dae-hyung estaba de pie junto a la ventana, la luz de la luna dibujando sus facciones.
Llevaba el cabello algo desordenado, los ojos cansados pero llenos de esa chispa burlona que tanto la exasperaba.

—Parece que ya puedes mantenerte de pie —dijo ella, dejando la mochila sobre la mesa.
—Un poco —respondió él con una sonrisa tenue—. Me tomó todo el día levantarme sin ver borroso.
—Quizás deberías volver a tu mundo hasta que te recuperes.
—¿Y dejarte aquí sola? No lo creo.
—No necesito que me protejas.
—Tal vez no. —Sus ojos se suavizaron—. Pero quiero hacerlo.

Mi-yeong lo miró, desconcertada.
Sus labios se abrieron apenas, pero ninguna palabra salió.
Dae-hyung dio un paso hacia ella, lento, casi silencioso.
El aire se volvió espeso.
Ella retrocedió un poco, más por nervios que por miedo.

—Cuando te vi dormir —dijo él finalmente, bajando la voz— pensé que si alguien más te miraba así, no lo permitiría.
Mi-yeong lo miró con sorpresa. —¿Qué… qué clase de cosa dices ahora?
—La verdad, cazadora. —Sonrió con suavidad—. Aunque sé que no te gusta oírla.

Ella giró la vista, intentando ocultar el rubor que le subía por las mejillas.
—Sigues hablando demasiado.
—Y tú sigues mintiéndote —susurró él.




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