La tarde caía lenta sobre la ciudad.
Los últimos rayos del sol entraban por la ventana, reflejándose en los ojos rojos de Dae-hyun.
Ya estaba recuperado; sus heridas habían desaparecido, dejando solo leves sombras sobre su piel.
Mi-yeong entró a la habitación con pasos medidos.
Él estaba de pie junto a la ventana, mirando el horizonte con las manos en los bolsillos y esa expresión de tranquilidad fingida que ella ya conocía bien.
—Parece que ya no estás muriéndote —dijo ella, rompiendo el silencio.
—Una lástima, ¿no? Pensé que ibas a extrañarme.
—No te acostumbres —respondió con frialdad, aunque la comisura de sus labios tembló.
Dae-hyun la miró de reojo, sonriendo.
—¿Eso fue sarcasmo o preocupación disfrazada?
—Fue fastidio.
—Claro… “fastidio” —repitió con tono burlón—. Ese sentimiento nuevo que te hace quedarte despierta pensando en mí.
Mi-yeong rodó los ojos, cruzándose de brazos.
—Eres tan engreído que debería darte vergüenza.
—Vergüenza es lo único que no me queda —replicó él con una sonrisa ladeada—. Aunque puedo fingir si eso te hace sentir mejor.
Ella bufó. —No sé por qué sigo hablando contigo.
—Porque si no lo haces, empiezas a pensarlo.
—¿Pensar qué?
—A mí.
Mi-yeong se congeló.
Intentó ocultar su incomodidad mirando hacia otro lado, pero Dae-hyun dio un paso hacia ella.
El aire entre ambos se volvió denso, como si la habitación se achicara.
—No empieces con tus juegos, Dae-hyun.
—¿Juegos? —repitió con una sonrisa suave—. No soy tan paciente como para fingir que esto es solo un juego.
Ella dio un paso atrás, pero él la siguió con calma, sin amenazar, sin presionar.
Solo la miraba, con esa mezcla peligrosa de ternura y deseo contenido.
—Ya estás bien —dijo Mi-yeong al fin—. Puedes volver a tu mundo.
—¿Quieres que me vaya?
—Solo digo que… sería lo correcto.
—No me interesa lo correcto.
—¿Y qué te interesa? —preguntó, exasperada.
—Tú.
Mi-yeong apretó los puños. —No digas eso.
—¿Por qué no? Es la verdad.
—Porque… —titubeó— no tiene sentido.
Dae-hyun arqueó una ceja. —Oh, créeme. Nada en esto tiene sentido. Una cazadora que salva a un demonio. Un demonio que se queda solo para verla sonreír. El universo debe estar divirtiéndose con nosotros.
Ella respiró hondo, intentando mantener la calma.
—No digas esas cosas.
—¿Por qué? ¿Te asustan?
—Me molestan.
—Entonces mírame y dime que no sientes nada.
Mi-yeong lo fulminó con la mirada, pero su voz se quebró.
—Yo… —Intentó hablar, pero el nudo en su garganta no la dejó—. No sé lo que siento.
Dae-hyun dio un paso más, acercándose tanto que pudo oler el perfume tenue de su cabello.
Su tono bajó, casi un susurro.
—Claro que lo sabes. Solo que no quieres admitirlo.
Ella alzó la mirada, tensa, con los ojos brillando de rabia… o tal vez de miedo.
—No me digas lo que siento.
—Entonces dilo tú.
El silencio que siguió fue insoportable.
Ella intentó apartarse, pero él sujetó suavemente su muñeca, sin fuerza, solo el contacto suficiente para detenerla.
—¿Por qué me salvaste? —preguntó, con voz baja pero firme.
—Porque estaba en mi habitación.
—Mentira. —Sus ojos la desafiaron—. Me salvaste porque no soportabas la idea de perderme.
Mi-yeong sintió que el corazón se le aceleraba.
—Eres insoportable.
—Y tú una pésima mentirosa.
Ella intentó soltar su mano, pero él no la dejó.
Su voz bajó aún más, con un leve tono que, por primera vez, no sonó burlón.
—¿Sabes qué es lo peor? Que cada vez que intentas alejarte, terminas volviendo.
Mi-yeong se quedó quieta.
Sus labios se abrieron, pero ninguna palabra salió.
Solo lo miró, y en sus ojos había confusión, frustración… y un brillo distinto.
Por un segundo, la sonrisa de Dae-hyun se quebró. No del todo, solo lo suficiente para dejar ver una grieta en su fachada.
La escondió enseguida, recuperando su tono arrogante.
—Mira, cazadora… si vas a odiarme, al menos hazlo de frente. No con esa mirada que parece querer quedarte.
—Dae-hyun… —susurró al fin, apenas audible—, yo no puedo…
—¿No puedes qué? ¿Sentir? ¿Amar? ¿O aceptar que lo haces?
Ella lo miró con los ojos empañados. —No es tan simple.
—Nunca lo es, cazadora. Pero eso no lo hace menos real.
Sus respiraciones se entrelazaron.
Nadie habló por un largo momento.
Él la soltó despacio, como si temiera romper algo invisible.
—No quiero ser tu debilidad —dijo ella en un hilo de voz.
—Y yo no quiero ser tu enemigo. —Sus ojos se suavizaron apenas—. Pero aquí estamos, ¿no? Entre ambos extremos.
Mi-yeong bajó la vista, apretando los labios.
El corazón le latía con fuerza, y cada pensamiento racional se deshacía en su mente.
—Deberías irte —murmuró.
—Lo haré —respondió él, con una sonrisa leve, pero algo en su mirada traicionó una tristeza que no alcanzó a disimular—. Pero no hoy.
Se apartó lentamente y caminó hacia la ventana.
Antes de salir, se detuvo un segundo.
—Y cuando por fin aceptas esos sentimientos que intentas negar con toda tu alma… prométeme que me lo dirás.
Ella no contestó. Solo se quedó mirándolo hasta que solamente quedo el humo que deja dae-hyung al irse.
Entonces su respiración se quebró, y las lágrimas que había contenido finalmente cayeron.
Apoyó la frente en la pared, murmurando apenas:
—Idiota… ¿por qué tu voz se me queda tan dentro?
Cuando levantó la mirada, la ventana dejaba ver el último resplandor del sol ocultándose.
Su pecho dolía, pero era un dolor distinto.
Ya no era negación. Era aceptación.
“No era miedo. No era confusión. Era amor. Y ya no podía esconderlo más.”
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Editado: 07.11.2025