El demonio que Amé

Capitulo 28: Donde el deber se rinde al deseo

El amanecer se filtró por la ventana, cálido y suave.
Por primera vez en mucho tiempo, Mi-yeong no despertó con la sensación de vacío o con la presión de sus responsabilidades pesando sobre el pecho.

Abrió los ojos lentamente y… sonrió.
Una sonrisa pequeña, casi imperceptible, pero real.
Había algo diferente en el aire, algo que la llenaba de calma y de una alegría inexplicable. No sabía por qué, solo sentía una paz que jamás había experimentado.

Bajó las escaleras con pasos ligeros.
Su expresión radiante llamó la atención inmediata de sus compañeras.

—¿Qué pasa contigo, Mi-yeong? —preguntó Soo-ming, alzando una ceja mientras la observaba con sospecha—. ¿Te cambiaron en la noche o qué?
—Sí, mírala —añadió Celine entre risas—. ¡Hasta parece que dormiste abrazada a un rayo de sol!

Mi-yeong soltó una risa nerviosa, intentando restarle importancia.
—No lo sé… simplemente me siento bien, supongo.

—¿Bien? —repitió Soo-ming, exagerando la palabra—. No, no, eso no es “bien”. Eso es “feliz”.
—Seguro soñaste con alguien —bromeó Celine, dándole un codazo.
—¿Alguien? —Mi-yeong fingió indignación, aunque sus mejillas se encendieron levemente—. No sueñen tanto.

Las tres rieron; el ambiente se llenó de ligereza.
Pero en el fondo, Mi-yeong sabía que algo había cambiado dentro de ella. Esa serenidad no era casual… y tampoco inocente.

Durante el entrenamiento, el aire volvió a volverse serio.
El equipo discutía las letras para la canción que sellaría el poder de la hoomon dorada.

Celine, siempre decidida, levantó la voz:
—Si logramos terminarla esta semana, podríamos sellar el portal antes del próximo eclipse.

Mi-yeong sintió cómo la felicidad que había sentido por la mañana se desplomaba dentro de su pecho.
Un nudo le apretó la garganta sin razón aparente… o tal vez sí la tenía.

“Si logramos sellarlos…”, pensó, y la imagen de Dae-hyung cruzó su mente.
Su voz, su sonrisa ladina, su mirada que la desarmaba sin esfuerzo.
Si lo hacían… nunca volvería a verlo.

—Quizás… —dijo al fin, interrumpiendo a Celine— deberíamos esperar un poco más.

El silencio cayó como un peso.
Todas la miraron, desconcertadas.

—¿Esperar? —preguntó Soo-ming, frunciendo el ceño—. Tú eras la que más insistía con acabarlo cuanto antes. ¿Qué cambió?

Mi-yeong improvisó con una sonrisa tensa.
—Solo digo que apresurarlo podría hacer que fallemos. Necesitamos perfeccionar los sellos, no solo cantar bien.

Su tono fue convincente, lo bastante racional como para disipar la duda.
Pero mientras volvía a su habitación, su mente no dejaba de repetir el mismo pensamiento:
“¿Por qué me duele tanto la idea de no volver a verlo…?”

Cuando abrió la puerta de su cuarto, el aire se volvió más denso, más cálido.
No necesitó verlo para saberlo. Lo sintió.

Y ahí estaba. Dae-hyung, apoyado contra la pared, brazos cruzados, sonrisa ladeada.
—Vaya… pensé que ya no ibas a volver a mirarme así —dijo con voz baja, casi un susurro con filo.

Mi-yeong se tensó.
—¿Qué haces aquí? —intentó sonar fría, pero su voz tembló apenas.

—Extrañaba verte fingir que no te importo —respondió él, caminando lentamente hacia ella—. Además, el infierno es aburrido cuando no estás para gritarme.

Ella dio un paso atrás, pero él siguió acercándose con ese ritmo que parecía un juego.
—No seas insolente. No deberías estar aquí.

—¿Y tú? —murmuró Dae-hyung, inclinándose apenas lo suficiente para que su aliento rozara su piel—. ¿Deberías sentirte tan viva cuando me ves?

Mi-yeong lo miró con una mezcla de ira y nervios.
Quiso responder algo hiriente, pero su mente se vació cuando sus ojos se cruzaron.
Esa intensidad… ya no era una amenaza. Era una promesa.

—Deberías irte —dijo al fin, bajando la mirada.

Él fingió asentir, con esa sonrisa que ocultaba un peligro dulce.
—Como quieras. Tal vez sea mejor.

Se dio media vuelta, fingiendo marcharse.
Pero antes de que pudiera dar un paso más, Mi-yeong lo tomó de la mano con fuerza.

Dae-hyung se detuvo. Giró lentamente la cabeza.
Su mirada se encontró con la de ella: una mezcla de miedo, deseo y determinación.
Él notó cómo su mano temblaba, pero no la soltó.

—No te vayas —susurró ella, sin pensarlo.

Él arqueó una ceja, divertido.
—¿No que no querías verme? —dijo en tono burlón—. Decídete, cazadora.

Mi-yeong apretó su mano, la voz le tembló apenas.
—Cállate y quédate.

Dae-hyung soltó una pequeña risa, casi ronca, con un brillo de diversión en sus ojos.
—¿Sabes que esto suena exactamente como el inicio de un romance prohibido? —dijo de pronto, mirando directamente al lector, como si atravesara la escena—. Sí, tú, el que está leyendo. No te sorprendas, todos sabíamos que esto iba a pasar.

Mi-yeong lo miró, confundida.
—¿Con quién hablas?
—Con nadie… —respondió él, con una sonrisa socarrona—. O con todos.

Ella rodó los ojos, intentando ocultar la sonrisa que amenazaba con escapar.
—Eres insoportable.
—Y tú adictiva —respondió él sin dudar—. Lo peor es que lo sabes.

Ella retrocedió un paso, pero no soltó su mano.
—Dae-hyung, esto… no debería estar pasando. Tú eres un demonio.
—Y tú una cazadora —replicó con tono provocador—. Pero eso no detuvo a tu corazón, ¿verdad?

Mi-yeong respiró hondo, sintiendo cómo la lógica se rompía dentro de ella.
Sabía lo que esto significaba. Sabía que enamorarse de un demonio era una sentencia.
Pero en ese instante, al mirarlo, todo parecía tan absurdo… tan inútil resistirse.

“Sí, es prohibido”, pensó, “es peligroso… pero ya es demasiado tarde”.

—Lo sé —dijo en voz baja, respondiendo a sus propios pensamientos.

—¿Qué sabes? —preguntó él, inclinándose un poco más.
—Que no me importa —susurró—. No me importa nada.




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