El amanecer se filtraba por las cortinas, bañando la habitación con un resplandor cálido y tenue.
Mi-yeong estaba despierta, sentada al borde de la cama, con la mirada perdida en el suelo. Aún podía sentir los brazos de Dae-hyung rodeándola horas atrás… el calor de su cuerpo, el eco de su respiración junto a la suya.
El silencio de la habitación era casi sagrado. La brisa movía apenas las cortinas, y en ese instante, por primera vez en mucho tiempo, no había pesadillas. Solo paz.
Dae-hyung, recostado detrás de ella, abrió lentamente los ojos. La observó en silencio, notando la rigidez en sus hombros, la forma en que sus dedos se apretaban sobre las sábanas.
“Está pensando demasiado otra vez…”, pensó, incorporándose con una sonrisa apenas visible.
—Vaya —murmuró con tono entre curioso y burlón—. Amanecemos juntos y ya me ignoras. ¿Acaso despertarse conmigo no es tan emocionante como pensabas?
Mi-yeong dio un pequeño salto al escucharlo. Giró el rostro con sobresalto, aunque en seguida bajó la mirada.
—No es eso —dijo en voz baja—. Solo… pensaba.
Él arqueó una ceja y ladeó la cabeza con su típica sonrisa desafiante.
—¿Pensando en mí? Porque si es así, puedo quedarme quieto y dejarte admirarme otro rato.
Ella soltó un suspiro, fingiendo molestia. Una leve sonrisa se le escapó antes de desaparecer.
—Estaba pensando en lo que pasaría si alguien nos descubre —admitió finalmente, su voz quebrándose un poco—. Si saben lo que tenemos… si se enteran de que estoy con un demonio… —sus dedos se apretaron sobre la sábana—. No quiero que te hagan daño.
El aire pareció volverse más denso. Dae-hyung la observó en silencio, su sonrisa borrándose lentamente.
—¿Te arrepientes, entonces? —preguntó con un tono neutro, aunque su mirada buscaba algo más que una respuesta.
Mi-yeong levantó la cabeza, firme.
—No. —Su respuesta fue inmediata, sin vacilar—. No me arrepiento de nada. Si tuviera que hacerlo otra vez, lo haría sin pensarlo. Pero eso no significa que no tenga miedo.
Dae-hyung la miró por unos segundos, y luego soltó una risa suave, intentando aliviar la tensión.
—Vaya, cazadora… nunca pensé que te preocuparías más por mí que por ti misma. ¿Debería sentirme halagado o asustado?
Mi-yeong frunció el ceño.
—¡No te burles! —replicó, cruzándose de brazos—. No entiendes… no me da miedo lo que me pase a mí. He pasado por cosas peores. Pero si te llegan a descubrir… podrían eliminarte. Y eso sí no lo soportaría.
Su voz tembló, pero no apartó la mirada.
Por primera vez, Dae-hyung no respondió con sarcasmo. Se sentó frente a ella, los codos apoyados sobre las rodillas, observándola con seriedad.
—Oye… —murmuró—. No quise bromear con eso.
Ella lo miró sorprendida, en silencio.
El demonio respiró hondo antes de continuar.
—Tienes razón. He pensado en eso. En lo rápido que todo podría acabar si alguien nos descubre. En lo fácil que sería perderte. Y créeme, no es una idea agradable.
Sus manos se entrelazaron, los nudillos tensos.
—Los líderes de ambos lados son demasiado poderosos. Si nos atrapan… no habría forma de escapar. Ni tú ni yo podríamos contra ellos. —Alzó la vista hacia ella—. Y aun así… sigo aquí.
Mi-yeong tragó saliva. No se atrevió a moverse.
—¿Sabes por qué? —continuó él, con una sonrisa cansada—. Porque pensar en lo que podría pasar no cambia nada. Solo nos roba el ahora. Y el ahora es lo único que realmente tenemos.
Extendió una mano y rozó su mejilla con el dorso de los dedos—. Prefiero vivir cada segundo contigo… que pasar mi eternidad imaginando cómo perderte.
Mi-yeong parpadeó, conteniendo un nudo en la garganta. Su respiración se volvió irregular, y sintió cómo el pecho le dolía de una manera dulce y punzante al mismo tiempo.
Dae-hyung bajó un poco la voz:
—Puede que un día todo se complique, pero no dejaré que te hagan daño. —Su tono se suavizó, casi un susurro—. No solo porque te quiero… sino porque no soporto verte sufrir por algo que aún no ha ocurrido.
Ella cerró los ojos un momento. Las palabras se le clavaron como agujas en el alma, pero al mismo tiempo, le dieron una extraña paz.
Cuando los abrió, lo miró de frente.
—¿Cómo puedes decirlo con tanta calma? —preguntó.
—Porque ya lo decidí —respondió él sin dudar—. Si el mundo quiere rompernos, tendrá que alcanzarnos primero.
Mi-yeong soltó una leve risa, temblorosa.
Su miedo seguía allí, pero ahora estaba acompañado por una certeza peligrosa y luminosa.
Sabía lo prohibido que era todo aquello. Lo antinatural. Lo imperdonable.
Pero también sabía que ya no podía detenerse. Que amarlo, aunque la destruyera, era la única elección que su corazón entendía.
“Quizás amar a un demonio sea una condena”, pensó, “pero vivir sin él sería el verdadero infierno.”
Dae-hyung notó la serenidad en su rostro.
—Así me gustas más —dijo, sonriendo con ternura—. Sin esa cara de preocupación. No hay demonio o cazadora que pueda contra tu sonrisa.
Mi-yeong bajó la mirada, sonrojándose.
—Deja de decir esas cosas.
—¿Por qué? Si son verdad —susurró él, rodeándola con los brazos.
Ella lo dejó hacer. Por un instante, el mundo desapareció. Se giró despacio y apoyó la frente contra su pecho, escuchando su respiración acompasada.
El silencio se llenó de significado.
Por primera vez, Mi-yeong no quiso huir.
—Gracias —murmuró—. Por quedarte… por hacerme olvidar, aunque sea un momento, lo que somos.
Dae-hyung sonrió, besando su frente.
—Deja que el mundo arda un rato. No pienso irme tan fácil.
Ella soltó una risa leve.
—Lo dices como si eso fuera algo bueno.
—Lo es —contestó él con un guiño—. Especialmente si arde contigo.
—Eres imposible —dijo ella, con un hilo de voz.
—Y tú irresistible —replicó él, inclinándose.
Sus labios se encontraron en un beso lento, más cálido que el amanecer que los rodeaba. No había promesas, ni destino, ni futuro. Solo el fuego de ese instante.
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Editado: 07.11.2025