Mie-yeong bajó las escaleras aún sintiendo en su pecho el calor del último beso de Dae-hyung.
Pero algo más la punzaba:
la pesadilla… y lo que él había dicho.
“Los demonios no soñamos… pero me duele el pecho cuando se trata de ti.”
¿Sentir…?
¿Un demonio podía sentir?
Su corazón latía demasiado rápido.
—¡Por fin! —exclamó Soo-min al verla entrar al comedor—. Creí que ibas a dormir hasta mañana.
—Ya casi terminábamos —añadió Celine con una sonrisa tranquila—, pero podemos acompañarte.
Soo-min soltó una risita maliciosa.
—Oye, ¿y por qué bajaste tan tarde? ¿Soñaste con tu príncipe oscuro?
—¿¡Qué dices!? —Mie-yeong casi se atraganta con aire.
Pero Celine no rió.
Su expresión cambió a una seria que atravesaba como cuchilla.
—Mie-yeong… eso nunca te había pasado. Dormirte así de la nada. Últimamente… ¿qué te ocurre?
Soo-min dejó el tenedor sobre la mesa.
Ella sí notó cómo los hombros de Mie-yeong se tensaron.
—Celine… —intervino—, no la presiones.
—Ella puede hablar por sí misma —respondió Celine sin apartar la mirada de la cazadora—. Y tú… sabes por qué no podemos bajar la guardia.
Soo-min se inclinó hacia ella para susurrarle:
—Lo que viste aquella vez… todavía no sabemos si fue real o no.
La cara de Mie-yeong palideció.
¿Lo descubrieron? ¿Saben acerca de él?
Un torbellino de insultos contra la situación estalló en su cabeza, pero respiró profundo.
Soo-min, intentando ayudar, le dio un abrazo suave.
—Solo di la verdad que puedas decir… y todo estará bien —susurró en su oído.
Mie-yeong la miró, asintiendo muy despacio.
Media verdad sería suficiente.
—Fue una pesadilla —dijo finalmente—. El llanto de una niña… me duele. No sé por qué.
Las dos amigas se miraron.
Soo-min perdió un poco el color.
Celine apoyó sus manos sobre la mesa.
—¿Desde cuándo?
Mentirles le dolía.
—Dos semanas.
Eso aumentó las sospechas.
Pero también… las preocupó.
Celine se levantó y le acarició la espalda.
—Debiste decirnos antes, tonta.
El ambiente se aflojó.
Mie-yeong pudo comer… aunque no disfrutó ni un bocado.
Con su plato vacío, se levantó a lavar.
El agua cayendo la ayudó a respirar.
—Mie-yeong —llamó Celine desde atrás—, ¿te gustaría… salir con alguien algún día?
El plato casi se le resbala.
Ella sonrió falsa, sin voltearse.
—No me interesa. Prefiero entrenar. Proteger a los humanos es lo único que importa.
Eso pareció tranquilizar un poco a Celine.
Cuando terminó, subió a su habitación.
Cada paso cargaba culpa.
Perdón, Celine…
Pero si supieras la verdad… no sé qué harías conmigo.
Apenas llegó, se dejó caer en la cama.
El sol marcaba la una de la tarde.
Tenía la mente saturada… y se durmió.
—¡Mie-yeooong! —la voz de Celine retumbó desde lejos—. ¿Qué cocinamos?
Como no contestaba por teléfono, envió a Soo-min.
La chica tocó la puerta.
—¿Mie-yeong? Voy a entrar, ¿sí?
La vio dormida.
Parecía agotada.
Soo-min sonrió con ternura.
—Descansa… —susurró.
Cuando iba a salir, algo la detuvo.
Una presencia.
Fría. Densa.
Se giró.
Nada.
Abrió la puerta.
Nada.
Se acercó a la ventana con miedo —su mayor temor eran los fantasmas.
—No hay nada… respira, Soo-min. Respira… —se dijo—. Los fantasmas no existen. ¿Verdad…?
Aun así, salió casi corriendo.
Pero claro que había alguien.
Retrocediendo unos segundos…
Dae-hyung había llegado para molestarla, besarla, hacerla sonrojar —lo que sea con tal de verla reír.
Pero al sentir la puerta abrirse, desapareció de inmediato como una sombra.
Prometí mantenernos en secreto.
Y si ella se enoja… ya no me dejará besarla.
Desde el tejado, bufó fastidiado.
—No puedo dejarla sola ni un maldito minuto… —murmuró con humor oscuro.
Esperó.
Pacientemente.
Hasta sentir la calma volver al cuarto.
Entonces reapareció en silencio.
Mie-yeong dormía profundamente.
—Otra vez dormida… qué demonio más encantador soy para convertir a una cazadora en una dormilona —bromeó para sí mismo.
Se acercó.
Ella frunció el ceño en medio del sueño… y de repente lo agarró del cuello, jalándolo hacia ella.
Sus rostros quedaron a centímetros.
Los labios casi rozándose.
El corazón de Dae-hyung latió fuerte.
Demasiado fuerte.
—¿Me estás… invitando? —susurró, atrapado en ese agarre inesperadamente tierno—. Si me sigues sujetando asi, no pienso detenerme…
Su respiración chocó con la de ella.
Un instante suspendido.
Un deseo difícil de contener.
Así, con ese roce que encendía almas prohibidas…
El peligro del amor empezó a respirar más fuerte en ese cuarto.
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Editado: 29.11.2025