Dae-hyun no dejó que el abrazo terminara.
Sus manos, cálidas y seguras, permanecieron en la cintura de Mi-yeong mientras sentía cómo su respiración chocaba contra su pecho.
Ella levantó la mirada, aún roja, pero ya sin miedo.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —susurró.
—Hasta que me eches… —respondió él, acercando de nuevo su rostro—. O hasta que el mundo se acabe.
Lo que pase primero.
Ella bufó una risita mínima.
—¿Y si no quiero que te vayas nunca…?
Él arqueó una ceja, sorprendido por la confesión… y muy complacido.
—Entonces tendrás que hacerte responsable —bromeó con voz baja, rozando su nariz con la de ella.
Mi-yeong respiró hondo y se giro.
Sus manos viajaron lentamente por la espalda de Dae-hyun, apretando un poco su chaqueta.
—Dae-hyun… —lo llamó en un murmullo—. Cuando no estás… siento como si me faltara algo…
Él la separó solo lo necesario para verla bien.
Sus ojos, amarrillos y peligrosos, parecían suaves ahora.
—Dilo otra vez… —pidió, como si esas palabras fueran su alimento.
Mi-yeong tragó saliva, pero no retrocedió.
—Te extraño cuando no estás conmigo.
Dae-hyun quedó inmóvil por un segundo.
Luego sonrió de forma lenta… demasiado sincero para un demonio.
—Sabes… —acercó su boca al oído de ella—
si sigues hablando así, voy a terminar creyendo que esto es amor.
El corazón de Mi-yeong dio un vuelco.
—¿Y si lo es? —sus palabras salieron temblando, pero claras.
Dae-hyun cerró los ojos un instante… como si esa declaración fuera un golpe directo a su alma prohibida.
—No me provoques, cazadora —susurró, con una mezcla peligrosa de ternura y deseo—
Porque lo que siento por ti… ya no sé cómo frenarlo.
Mi-yeong sintió el calor subirle por todo el cuerpo.
Él tomó su mano y la llevó hasta su pecho.
—Tócame… —pidió con honestidad casi dolorosa—. Solo tú puedes hacer que mi corazón haga esto.
El latido era fuerte. Real.
Mi-yeong abrió mucho los ojos.
—Pensé… que los demonios no tenían esto…
—No lo teníamos… —él apoyó su frente contra la de ella—
Hasta que llegaste tú.
Ella lo abrazó fuerte, hundiéndose en él.
Y él la levantó con facilidad por las caderas, haciendo que sus rostros quedaran exactamente a la misma altura.
—Dae-hyun…
—Dime que soy tuyo —su voz vibraba de deseo—. Solo tuyo.
—Eres mío —respondió ella sin dudarlo.
Eso fue la llave.
Él la besó…
pero no como antes.
Este beso fue profundo, lento al inicio y luego más desesperado, como si por fin se permitieran sentir el amor que estaba prohibido.
Sus manos se enredaron en el cabello del otro.
Los cuerpos se pegaron sin dejar espacio para el aire.
Mi-yeong apenas podía pensar.
Solo sentir.
Cuando se separaron, ambos respiraban acelerados.
Las mejillas ardían.
Los labios rojos por el roce.
Dae-hyun deslizó su mano por su mejilla, bajando despacio hasta su cuello.
—Si me dices que pare… lo haré —prometió él, aunque su voz revelaba lo difícil que sería detenerse.
Mi-yeong sostuvo su mirada.
Sus dedos se cerraron sobre la camisa de él… atrayéndolo aún más.
—No quiero que te detengas.
Los ojos de Dae-hyun brillaron… peligrosos, hambrientos… y llenos de amor y pasion.
—Entonces… —sus labios volvieron a rozar los suyos—
esta noche… no voy a dejarte ni un segundo.
Ella asintió, temblando por expectación.
Las luces del cuarto parecían más tenues.
El mundo, lejos.
Y justo antes de que los besos volvieran a arder, él murmuró:
—Mi-yeong…
Creo que estoy…
enamorado de ti.
Ella sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
Y le contestó con un beso que decía todo lo que su voz aún no podía.
La pasión prendió fuego.
Los cuerpos se buscaron solos.
Nadie tenía intención de frenar.
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Editado: 29.11.2025