He crecido escuchando demasiadas historias de amor. Nacidos en manadas a kilómetros de distancia, de diferente posición económica, ocupando el mismo sexo, o algunos que tardaron años en encontrarse, pero todas ellas comparten su origen: dos almas emparejadas a decisión de la Diosa Luna que se encuentran nuevamente en cada una de sus vidas.
Mis padres, mis abuelos, bisabuelos, tatarabuelos… todos encontraron a su “compañero”, incluso algunos de ellos fueron bendecidos con una segunda oportunidad. Solo terminas encontrándolo, es lo natural. Conocí a mi compañero en la biblioteca, bueno, en realidad ya lo conocía.
Mi padre, el segundo al mando, no permitía que saliera con los demás chicos a jugar. Me obligaba a acompañarlo a la casa central, el lugar donde tenían almacenados cualquier libro que existiera en el mundo. También se encontraban los árboles genealógicos de cada familia y una breve historia de sus parejas. Me encontraba sola la mayor parte del tiempo y leer era lo único que me permitían hacer. A pesar de que la guerra contra los demonios había finalizado hace tiempo, mi familia tenía sus razones: mi hermana mayor había desaparecido en Las Piedras, años antes de mi nacimiento. No pudieron seguir su rastro, algo imposible para los agudos sentidos de la manada.
Quillén era mi único amigo.
—Hola —era una voz aguda cargada de desniveles, propia de los primeros cambios en la pre adolescencia—. Papá me ordenó que jugara contigo.
Alcé la vista de los libros. Era un niño bajito, con lentes y pelo castaño. Lo conocía de lejos: Quillén, el hijo del líder.
—Hola —dije con timidez.
Señaló el asiento a mi lado. —¿Puedo sentarme?
Asentí.
—¿Y… cómo te llamas? ¿Y qué lees? —se inclinó sobre la mesa para ver el título del libro.
Inmediatamente quise bajar el libro, pero mi acción fue en vano.
—Cómo. Hacer. Amigos. —leyó.
Sentía cómo el calor comenzaba a subir desde mis pies hasta llegar a mis orejas. Me hervía el cuerpo de la vergüenza.
Él rascó su cabeza. —Eh… hacer amigos puede ser difícil, sí —arrastraba el final de sus palabras. Siguió—: Pero lo primero es encontrar gustos en común. Déjame ver… ¿te gustan los insectos?
Desde ese día, nos encontrábamos cada vez que nuestros padres coincidían en la central. Fui perdiendo mi timidez; por fin tenía a alguien para hablar de mis libros. Él se quedaba en silencio, escuchando cada cosa que decía; eran pocas las veces en las que hablaba para opinar sobre algo de lo que había dicho. Leí bastantes enciclopedias de bichos, aprendiendo sobre cada uno para comentarle al siguiente día. Era cuando él más hablaba, no se perdía ni un detalle.
—Sería mejor verlos en el bosque —dijo emocionado. Se paró de golpe—. Vamos, Aimé.
—Es que mis padres no me dejan ir —cerré el libro—. Si prefieres, puedes ir tú.
Se rascó la nuca rápidamente. —Sí, será lo mejor. —Ató sus cordones y salió corriendo.
Una molestia se instaló en mi pecho. Suspiré y abrí el siguiente libro, esperando a que mi padre se desocupara rápido para regresar a casa. A mi cama.
Las horas pasaron y la noche llegó. Faltaría poco para irme. Se escuchaba un escándalo a las afueras de la biblioteca, algo extraño en la casa central, donde siempre perduraba el silencio.
Las puertas se abrieron de golpe. Era Quillén, quien no paraba de sonreír. Alzó su mano con algo en ella; sus ojos se iluminaron.
—¡Encontré una mantis religiosa!
Y al verlo yo también sonreí.
Los años pasaron y la niñez quedó atrás. Las charlas con Quillén en la biblioteca fueron cambiando de insectos y enciclopedias a silencios cómodos, a roces de manos al pasar las páginas y a miradas esquivas sobre los libros.
Recuerdo una tarde en que me encontró dormida sobre la mesa y, en lugar de despertarme, me cubrió con su chaqueta y se quedó leyendo en silencio a mi lado. Otra, cuando trajo un cuaderno lleno de dibujos de las estrellas que tanto me gustaban: un cielo encendido a falta de la luna.
Sin darme cuenta, cada pequeño gesto suyo se convirtió en algo que esperaba al comenzar el día.
Y entonces, mi cambio llegó.
Pasé días en el bosque, rodeada por mis padres y unos guardias que nos protegían en ese momento de debilidad. Es el protocolo para cada cambio que se produjera en nuestra manada
Somos descendientes de los ángeles que en un momento estuvieron al lado de la Diosa. Ella necesitaba que alguien cuidara de los humanos, ya que un rebelado había hecho estragos. Muchas personas habían muerto en manos de él y de sus aliados. Habían sido llevadas al pecado y condenadas por él. Su nombre se desconoce, no existen hablantes de la lengua muerta, pero actualmente se le conoce como “rey demonio”.
Los ángeles enviados tuvieron que camuflarse en el mundo humano; eligieron una forma que les haría pasar desapercibidos, o eso pretendían. Sus armas quedaron olvidadas y sus poderes se fueron perdiendo con el paso de las generaciones, hasta quedar reducidos en unos perros.
La mayoría de los humanos no prestaban atención a lo que ocurría a su alrededor; sin embargo, un selecto grupo de ellos logró vernos, a nosotros y a los demonios.
#1420 en Fantasía
#824 en Personajes sobrenaturales
lobos, lobos luna vampiros demonios, parejas destinadas fantasía
Editado: 19.09.2025