El demonio que se robó mi corazón en una noche de luna azul

Capítulo 1

Los días en la manada comenzaban asistiendo a la junta interna, solo permitida para los líderes y ancianos que servían de consejeros. En estas reuniones era casi imposible contener el cambio, al menos así fue la primera vez que asistí. Gritos, gritos y más gritos, encerrados en una diminuta habitación, oliendo la agresividad en el aire. Sus feromonas se fusionaban y yo solo quería escapar.

Por suerte en estos años he aprendido a controlarlo, más o menos.

—Usted debe de aceptar que…

—¡Ya te he dicho que eso no funcionara! —El líder hizo que todos bajáramos nuestra vista. Su olor nos asfixiaba, pesaba. Mostraba su dominancia por sobre nosotros —¡Tenemos que encontrarlas!

—Señor, ellos se están moviendo y no debemos perder el tiempo buscando algo que no quiere ser descubierto. —dijo con nerviosismo uno de los ancianos. —Recibimos informes de otras mana…

Tranquila. Respira.

Me concentré en un punto fijo, el mapa de la división del territorio de los licántropos y de los demonios. Las manadas que desaparecieron con el tiempo estaban marcadas con la huella de una mano roja, recordando en la desventaja que nos encontrábamos.

Tienes que prestar atención, después preguntarán —me trajo de vuelta mi loba.

Me siento mal —le contesté con náuseas.

Falta poco.

Aun así, por más que intentara concentrarme, no podía evitar pensar en lo que significaba mi lugar allí. No estaba destinada a dar órdenes ni a trazar estrategias sobre aquel mapa; mi destino, como me repetían una y otra vez, era otro muy distinto.

He estado aprendiendo de Pewma, la madre de Quillén. Mi deber será apoyarlo desde el cuidado y administración de nuestras cosechas, la enseñanza de los cachorros y la creación de un heredero. Algo que no me emociona tanto.

Desde que él se fue, poco después de que nos reconocimos, me ordenaron remplazarlo mientras se entrenaba en otras manadas. Hablamos una vez cada dos meses, ya que últimamente está muy ocupado y no tiene descansos.

Gracias a la Diosa Luna, él volverá hoy.

Quiero ver qué tanto creció. Si el cabello abandonó el castaño claro para parecerse al de su padre, si su piel se oscureció porque odia usar el protector solar, si sus ojos no abandonaron su brillo al sonreír o… si le aparecieron nuevos lunares cercanos a los anteriores que rozan sus labios.

—¿Hija?

Sacudí mi cabeza y al enfocar la vista, todos me miraban expectantes.

Sentí el calor envolver mis mejillas. —Discúlpenme —carraspeé. No sabía cómo excusarme.

—Tranquila, niña —dijo Amulen, otro de los ancianos. —Este día es muy importante para ti —sonrió.

Amulen era de los pocos que no se opuso a que me uniera a la junta, en sus palabras “Es necesario que comencemos a incluir a las encargadas de la educación de los cachorros para que aprendan de esto y puedan enseñarles mejor”, recuerdo que me guiñó un ojo luego de decirlo. Tuvo la valentía de mirar al líder a los ojos.

Él es el padre de ocho mujeres y un esposo devoto. Ha intentado que seamos tomadas en cuenta para trabajos administrativos.

—Entiendo que estés pensando en mi hijo, pero recuerda quién sigue siendo tu líder —su voz se volvió más grave al decir la última palabra,

—Por ahora. —escuché murmurar a Amulen.

—¿Qué dijiste? —el líder se estaba tornando rojo.

Mi padre fue rápido hacia él y colocó la mano en su pecho para alejarlo de Amulen. —Piensa en lo enojada que estará Pewma. Esta es la última vez —dijo casi en secreto.

Por el agudo oído de los lobos, no hay secretos.

El líder asintió.

El aire seguía denso, cargado de feromonas peligrosas, pero entre todo ese peso, un aroma diferente me alcanzó. Familiar.

Mi loba se tensó. —¿Lo sientes?

Tragué saliva. Sí, lo sentía. Ese olor no pertenecía a la sala de juntas ni al consejo… pertenecía a él.

Las puertas se abrieron y, por un instante, el bullicio se apagó. Todos giraron hacia la entrada, y yo también.

Allí estaba.

El niño bajito con lentes había desaparecido hacía años, y en su lugar estaba Quillén. Más alto, más seguro de sí mismo. Su cabello se había oscurecido con el sol y sus hombros se ensanchaban bajo la camisa. Pero lo que más me golpeó no fue su cuerpo cambiado, sino su mirada. Buscaba algo. O a alguien.

Sus ojos me encontraron. Sus ojos me encontraron, y por un instante el mundo pareció detenerse. Eres tú, susurré dudosa dentro de mí.

El niño ya no estaba; y la chispa que solía iluminarlo también se había apagado

¿Es él? —pregunté con un nudo en la garganta.

Es él —respondió mi loba, aunque su voz carecía de la euforia que yo esperaba.

Y por más que intenté interrogarle con otras preguntas, cerró nuestro vínculo, ocultándose en lo más profundo de mi mente.

Las puertas seguían abiertas, el aire impregnado de tensión.




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