José
No era mi intención que ocurriera cuando ella estaba en lo alto, más poderosa que nunca, observando los pecados de sus hijos. No debería de haberme acercado en una noche de luna azul, sabiendo que ella no la perdonaría.
Era poco común que me pidieran salir de casa cuando tenía que bajar al sótano para trabajar. No se les permitía pasar ni un día de descanso a las almas pecadoras, debían sufrir eternamente por lo que hicieron.
O al menos hasta que pagaran sus deudas con la sociedad.
El infierno de las almas sin paz se consideraba el más tranquilo… para los demonios. Es el primer castigo por el que suelen pasar casi todos los muertos, se los torturaba haciéndolos recordar el sufrimiento que causaron a los demás y se les infligía el mismo dolor.
Tuve la fortuna de no acabar como hijo de los que castigan a los lujuriosos o a los oscuros. Los peores castigos vienen de esos infiernos, son desagradables a la vista.
Simplemente no podría hacerlo.
Cuando cumpliera la mayoría de edad tendría que unirme a la mesa de los tres grandes para aprender sobre el funcionamiento de sus infiernos. Se esperaba de mí que fuera un heredero correcto, un demonio que obligara a los humanos a desviarse e ir en contra de su moral, in importar el precio.
Nos alimentamos de ellos, la energía de sus almas nos da vida.
Claro que podríamos alimentarnos de ellos con solo tocarlos, la tregua con los licántropos nos lo había prohibido. Pero nunca hablaron sobre la vida de los pecadores.
Es muy fácil para nosotros darles la libertad que los humanos desean, después de todo, los tratos son parte de nuestros poderes.
—Príncipe.
Melec, el asistente de mi padre esperaba en la puerta del despacho. La laptop, en donde documentaba todas las citas y conversaciones al pie de la letra, estaba llena de pegatinas del campamento mestizo, sus semidioses y mi personaje favorito, el sátiro.
—¿Papá me llamó? —me quité el collar de mi madre y se lo entregué con mi celular —Sigo ocupado con el trabajo.
—El rey aseguró que esto no puede esperar —guardó el collar en el bolsillo de su camisa —Tranquilo, esto lo estará esperando —su sonrisa iluminaba sus ojos. Acercó sus manos al cuello de mi camisa para arreglarlo —¿Está listo?
Exhalé el aire que tenía en mis pulmones y asentí.
Tras una orden de Melec, los demonios que custodiaban las puertas la abrieron.
La oscuridad y el frío parecían querer escapar del cuarto. Las ventanas estaban tapadas con cortinas negras que no dejaban entrar ni una pizca de luz. Unas cuantas lámparas alrededor del escritorio de mi padre eran la única iluminación.
Él era de esos demonios que no podían recibir la luz o se enfermaban. Muy diferente de los vampiros que los humanos se inventaron, no bebía sangre por gusto, sino para recuperarse de los rayos del sol.
De todas formas no podría salir en otro día que no fuera Halloween, sus largos y grandes cuernos se lo impedían.
Para mi suerte o desgracia, yo nací como un mestizo y no tenía esas características.
Mi madre era de bajo nivel, heredé casi todos mis poderes de ella.
Al entrar en su despacho, los custodios cerraron rápidamente.
Caminé a ciegas sabiendo el camino a él.
Se encontraba con sus lentes, encorvándose para leer lo que sea que tuviera en frente. Prefería leer cualquier documento o libro impreso, odiaba la tecnología.
Tal vez porque no se le daba bien.
—Estuve hablando con los otros reyes —despegó apenas su mirada de los papeles para darme una advertencia con ella. —Uno de los príncipes ya ha cumplido con la tarea que le hemos dado.
—Me estoy encargando de ello, mañana…
Levantó su mano y la sacudió para que dejara de hablar.
—Se acerca el día, debe ser hoy —dio vuelta la página.
Su concentración estaba en la lectura.
—Hoy es luna azul, papá. No podemos —dije sin ocultar mi preocupación.
Ella nunca deja de observarnos, pero le gusta prestar especial atención con la segunda luna llena del mes.
—No hay una noche más perfecta que esta, entonces —sonrió amargamente —Hazlo pecar.
Después de despedirme de mi padre, fui hasta Melec a recuperar mis pertenecías.
La llamé para que me actualizara sobre la tarea. No contestaba ni uno de mis mensajes hace días, era normal por lo que no me había preocupado Pero ni siquiera al décimo intento obtuve una respuesta.
Dejé de hacerlo cuando el dolor en mis dedos me ordenó parar de torturar mis uñas.
Las camionetas estacionadas en las calles se dejaban abiertas con la llave dentro, algo que siempre agradecí para las emergencias como esta.
Los demonios no pecamos.
La manada que vigilamos durante meses estaba un poco lejos, cruzando dos territorios licántropos, rodeándolo territorio humano. Una manada aislada de las otras.
Pronto harían la sucesión de un líder a otro, una ceremonia muy interesante que duraba días. No teníamos nada como eso. No bailamos, cantamos y mucho menos bebemos la “luna”.
Había esperado ver más de sus costumbres y no solo leerlas, pero solo debíamos concentrarnos en él: Quillén.
A los príncipes de cada infierno nos ordenaron atrapar a un miembro importante de cada manada.
Los sucesores eran una presa fácil, alejados de sus familias y de su pareja destinada. No muchos cayeron ante los encantos de nuestros súcubos e íncubos.
Quillén se adentró a territorio humano en su último año. Emocionado con las nuevas costumbres y personas que desconocían su título, comenzó a asistir a clases de baile.
Nos había costado encontrar información sobre sus aficiones, las escondía muy bien para que su padre no se enterara.
Y la conoció a ella.
Ese día me ordenó acompañarla a su cita en la peluquería, al spa y a comprar la ropa con la que lo conquistaría.
Lily tenía experiencia en eso.
La noche estaba a punto de llegar, esperé en las afueras de la manada oculto entre las sombras. Faltaba que la pelirroja lo trajera embobado por sus encantos.
El silencio fue desplazado por sus sonoros y rápidos pasos.
Tenía que lograrlo o metería a mi padre en un aprieto.
Mi celular vibró por el mensaje de Lily.
Por fin recibo una señal de vida.
Bajé la iluminación de mi pantalla y leí: Lo siento. Las cosas no salieron como lo planeado. Ahí va ella.
¿Ella?
Los pasos eran cada vez más cercanos, hasta que entendí que era alguien corriendo.
Una mujer morena de cabello negro salió de entre los árboles, sin mirar atrás, se dejó caer junto al lago. Se arrodilló, los hombros temblando.
Iba a retroceder para darle privacidad hasta que la escuché.
—Diosa Luna…
¿Es una licántropa?
Era ella sobre la que hablaba Lily.
—Por favor… ya no quiero sentir este dolor. No lo quiero a él. Te daré lo que quieras.
Nunca había realizado un trato, no formaba parte de nuestro plan y no lo había necesitado. Pero no podía dejar escapar esta oportunidad, la Luna estaba escuchando: estaba furiosa, creando pequeñas olas en el lago.
Caminé lentamente hasta quedar detrás de ella y se desplomó en el suelo.
Tranquila, tu corazón estará a salvo.
—Lo que yo quiera… —murmuré y chasqueé los dedos. La energí subió por mis manos —Ya no deberías sentir dolor… —le hablé bajo, más para mí que para ella. El trato solo aliviaría su pena.
No contestó.
Al principio pensé que estaba desmayada, pero el silencio era demasiado. Me incliné sobre su rostro, busqué su respiración. Nada. Coloqué mi oído en su pecho. Nada.
¿Qué hice mal?
Intenté reanimarla como había visto en las series humanas. Presioné su pecho, conté, soplé. No funcionó.
Acerqué la palma de mi mano hacia donde debería de estar su corazón, dejé que mis sentidos me guiaran y comprobaran su estado.
Si mi padre podía hacerlo, yo también.
Pero no sentía su corazón.
¿Se lo quité?
No había escuchado de ningún trato que saliera mal. No quería que ella muriera por mi culpa.
—Sé que nos estás viendo, Luna —miré a los cielos. —Haz un trato conmigo, por una de tus hijas…
Dejé que el aire crujiera entre mis dedos y sentí cómo el calor en mi ardiente pecho, menguaba y fluía en dirección suya.
Sentía que algo estaba tirando de las llamas en mi pecho.
¿Qué está pasando?
Un sonido tenue golpeó mis oídos: un latido.
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Editado: 19.09.2025