El demonio que se robó mi corazón en una noche de luna azul

Capítulo 5

—¡Tú me llamaste “pulgosa”! —recordaba el golpe de agua fría que me había despertado.

La muñeca caminó de manera lenta hasta lograr posicionarse en frente de la cama. Un pequeño banquito se ocultaba bajo esta.

Nosotros esperamos en silencio.

Arrastró el banco para usarlo como escalera y subir a la cama. Intentó una y otra vez, terminaba por deslizarse y caer.

—Belle, ¿por qué no dejas tu muñeca? —él suspiró, mientras la tomaba del cuello de su vestido, como hace una gata con su hijo, y la sentó apoyándola en una de las almohadas. —Ya es tiempo de lavarla.

—No me mostraré en frente del perro —los botones celestes no dejaban de mirarme.

Su hermano susurró al aire.

La muñeca giró su rostro a él y luego se enfocó en mí.

—Me disculpo por lo que te hice y dije, es que los tíos…

La mano de José se adelantó y tocó la nada. Allí, poco a poco, apareció la figura de su hermana, como si hubiera estado escondida en el aire. Él cubría su boca.

Muy parecida a la muñeca, manejaba a su doble como un ventrílocuo. Al darse cuenta de que yo la miraba, Belle se llevó una manta para taparse hasta la nariz.

—¿Podrías darte la vuelta? —su voz sonó entrecortada.

Me limité a hacer lo que pidió, por la razón que fuera, no quería que descubriera su forma real y no pelearía con una niña.

Una de mis responsabilidades en mi manada era cuidar de los cachorros. Me han metido en muchos problemas cuando decidía castigarlos para que no salieran a jugar.

El mechón de cabello que me cortaron crece con demasiada lentitud.

Podía oírlos hablar ente ellos sobre qué muñeca elegir. A una le faltaba el cabello porque Belle se lo había cortado, algunas que no formaban parte de las opciones a falta de una pierna brazo o cabeza, rayadas, mal pintadas, demasiado terrorífica o frágiles de porcelana y por lo tanto, intocables.

Después de que Belle me diera su autorización, supe que el resultado final había sido un oso de peluche sin uno de sus ojos. Llevaba un vestido rosa a juego con sus zapatos.

En el suelo se había formado una montaña de los no elegidos.

—¿Qué te parece? —el oso dio una vuelta en el lugar.

—¿Quieres mi opinión? —me señalé con el dedo.

Ella asintió y volvió a girar.

—Bueno… Le faltan unos moños a juego.

El oso flotó hasta el tocador. Un cajón se abrió solo, y de su interior salieron unos moños que se prendieron con clips en las orejas del muñeco.

No pude evitar sonreír cuando Belle se subió al tocador y posó frente al espejo.

—¿Me dirás la verdad? —pregunté, mientras el oso levitaba y una canasta se arrastraba sola por el piso.

José le ordenó a Belle que llevara la ropa sucia y la muñeca al lavadero.

—Siéntate, por favor —me indicó, acercando la mecedora para él.

—¿Me lo dirás o no?

Sus dedos jugaban nerviosos en el regazo; las cutículas arrancadas dejaban marcas rojas. No paraba de hacer golpeteos con el pie.

Se levantó antes de hablar y abrió la ventana. La brisa helada le despeinó el cabello.

—A mí y a mis… ¿primos? Se podría decir que eso son… Sí, eso son. Bueno, algo así —cerró sus ojos y se quedó en silencio unos segundos. —Nuestros padres nos ordenaron a los diez, por cierto asunto que no puedes saber, secuestrar… —carraspeó. —… traer a los infiernos a algunos de los tuyos.

—¿Y por qué tú tenías que traerme a mí? —intenté sonar neutra.

—En realidad tenía que traer a Quillén —la voz se le agudizó al final.

—¿Y entonces?

—Es gracioso si lo piensas un poco, creo —se le escapó una sonrisa nerviosa. —Gracioso no, ¿tal vez irónico? Pero si lo piensas…

—Solo dímelo —respiré hondo, recordando la paciencia que usaba con los cachorros.

—Tienes la mitad de mi llama.

Parpadeé.

—¿El animal?

—¿Qué? —soltó una carcajada breve—. No, no, no —negaba con fuerza—. ¿A los licántropos no les enseñan nada de nosotros? —se secó una lágrima con el dorso de la mano.
Fruncí el ceño y me dirigí a la puerta.

¿Qué le pasaba a este tipo? Mi vida tenía un propósito hasta ayer y ahora estaba en una casa de raritos.

Me tomó de la muñeca.

—Lo siento —hizo un puchero—. No me reiré más, lo prometo.

Me condujo de nuevo a la cama.

—Los demonios no tenemos corazón como el de ustedes. La Diosa Luna los hizo con amor. Nosotros tenemos algo parecido, funciona igual pero es distinto. Le decimos “llama”, como fuego, no como animal —la sonrisa se le borró rápido—. No es literal. Es nuestro poder. Arde. No duele, se siente cálido.

Cálido…

Me llevé la mano al pecho y lo miré.

—Sí… —suspiró. —La noche en la que le rogaste a la Diosa te estaba observando. ¡No soy un acosador! — soltó de golpe; al notar su exabrupto, aclaró la garganta — Lo siento. En serio no lo soy. Iba a irme cuando te vi llorar; creí que eras humana hasta que le hablaste a ella. Sabía que ella estaría enojada contigo por lo que dijiste… El plan era llevarnos a Quillén. No funcionó. Mi padre se enojaría conmigo y es responsabilidad mía como el príncipe de este infierno — las últimas palabras salieron en un hilo de voz.




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