El desafío de Hunter [serie Ice Daggers 2]

Capítulo 2

 

 

Cuando llegó a la casa se detuvo antes de abrir, impresionado por la cantidad de vigilancia que habían puesto para esa mujer, además de los cuatro pumas en el auto estacionado en frente, habían cámaras de seguridad instaladas en cada poste de alumbrado, sensores de movimiento distribuidos por el suelo y radares infrarrojos y térmicos en los árboles.

«¿Qué había hecho? ¿Robado un banco? ¿Atacado al presidente? ¿Había fabricado una bomba nuclear?» Hunter no quería saberlo.

La manija de la puerta tenía un lector de huella digital y un sensor de seguridad, que según la chica que le había hablado días antes de empezar su trabajo, sólo podía abrirse con su huella, con su rostro y con su pelaje.

«Esto es absurdo»

Puso su pulgar en el lector y la cerradura se abrió, empujó la puerta completamente y se quedó paralizado.
Nadie le había dicho qué tipo de cambiante era ella, y él en su inocencia no le había dado importancia, pero si lo hubiera hecho se habría negado rotundamente a hacer este trabajo.

La mujer, que por el color caramelo oscuro de sus ojos supo que era una guepardo, estaba de pie junto a un sillón individual, tenía la piel ligeramente bronceada y medía unos cuantos centímetros menos que él.

Estaba agradecido por no haber usado la puerta como escudo antes de entrar, pues eso le habría quitado tiempo, tiempo valioso que ella habría usado para dejarlo comiendo polvo con su súper velocidad.

— ¿Quién eres tú? —ella preguntó.

Consciente de los sujetos en el auto, entró y cerró la puerta. El espacio por dentro era ridículamente pequeño en comparación con su cabaña, ningún guepardo podría vivir cómodo en ese lugar.

Ignorando la necesidad de quejarse con los pumas, respondió a su pregunta.

—Hunter Collins —se presentó con una seria inclinación de cabeza—. Voy a ser tu guardián.

Ella esbozó una leve sonrisa, sus labios eran apenas rellenos, el inferior un poco más que el superior, de pronto Hunter tuvo que concentrarse cuando ella lo miró a los ojos.

— ¿Qué eres? —preguntó relajando su postura.

—Leopardo de las nieves.

—Pensé que ustedes eran... — detuvo sus palabras y desvió la mirada.

— ¿Un mito?

—Disculpa.

—No es necesario. —Caminó hacia la cocina—. Después de todo, los guepardos tampoco son muy conocidos.

Evitando su mirada, Hunter fue a la cocina e inspeccionó de arriba a abajo las paredes, las esquinas superiores e inferiores y las juntas del piso, cuando se aseguró de que la cocina estuviera limpia, volvió a la sala de estar y repitió su búsqueda, luego continúo con el dormitorio y el baño, ante la curiosa mirada de ella.

— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó cuando lo vio palpar con sus dedos la regadera.

—Buscando cámaras y micrófonos ocultos.

— ¿Por qué? Se supone que trabajas para ellos.

—Yo sólo trabajo para mi alfa, pero no creo que sea muy honesto vigilar sitios que se consideran privados.

— ¿Trabajas para ese tal Sean?

Hunter bajó de la pequeña banca y la ocultó debajo de la pileta, reviso en el botiquín y detrás del espejo.

—No —le dijo después de que terminó su tarea.

— ¿Entonces qué haces aquí?

«Demasiadas preguntas»

— ¿Qué crees que hago? Soy tu guardián.

—Uno que no es un puma y que tampoco trabaja para ellos —dijo masajeando su sien—. No creo que ellos hayan puesto un cartel solicitando gente para el trabajo.

—Mi alfa, Aria, me encargó esta misión.

—No la conozco.

—Créeme, no querrías hacerlo.

Tarah se sentó en la punta de la enorme cama, mirándolo con interés, su cabello largo y ondulado caía sobre su pecho.

— ¿Por qué están aquí? Creí que los pumas eran territoriales.

«Cuidado, puede llevarte a un camino peligroso» Tenía prohibido compartir información de su clan.

—Digamos que... Tenemos una relación de apoyo mutuo.

Hunter creyó conveniente no decir mucho, tendía a confiar en las mujeres con mucha facilidad y por lo poco que le habían dicho, Tarah era muy peligrosa.

Se dirigió hasta la estrecha cocina y abrió la heladera, estaba repleta de toda la comida necesaria y no necesaria que un cambiante podría querer, tomó una lata de gaseosa y cuando la cerró, ella estaba del otro lado.

— ¿Qué? —le preguntó ante su silencio.

—Creí que te quedarías vigilando afuera.

—Soy un guardián, no un carcelero.

Ella fue a decir algo pero se detuvo, su tono frío y serio había funcionado. Se sentía bien ser duro.

Se dirigió hasta la sala de estar y se dejó caer en el sillón, era cómodo y bien mullido.




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