Se sentía tan bien estar afuera...
Aunque el aire frío le incomodaba. Sabía que huir no mejoraría su reputación con Hunter, pero ella realmente necesitaba el espacio.
Incapaz de resistirse, cedió a la tentación de salir. Así que fingió tomar una ducha y escapó por la ventanilla del baño, una vez afuera activó un dispositivo, que había ocultado en su ropa antes de que la capturaran, emitía una frecuencia capaz de interceptar las señales de las cámaras.
Tan fácil como comer pan con mantequilla.
Tarah supuso que permanecería afuera por un par de horas y luego volvería a su celda, sin que el guardián supiera nada.
Miró por la ventana el atardecer que coloreaba el cielo de un tono rosa en un breve espacio despejado, el ambiente de la cafetería era tan tranquilizante. Se sentía segura, estando rodeada por pumas, estaba confiada en que fácilmente podría pasar por una simple mujer humana.
— ¿Qué haces aquí? —dijo una voz profunda.
El pelaje de su gata se erizó al escucharlo. Hunter estaba apoyado sobre el gabinete, con su rostro serio e indescifrable. Sus ojos del color del aguamarina enviaron cosquillas a su estómago, sintió la tonta necesidad de sonreír.
—Yo... yo...
—Si querías salir —dijo en el habitual tono duro—. Bien podrías haberme dicho.
Se sentó en el lugar vacío y la miró atentamente. Cuando iba a responder, sintió una débil tensión en su cuerpo, una alerta casi invisible, el joven guardián seguía tan serio que parecía su rostro tallado en piedra.
Reconoció el pulcro aroma de una colonia refinada mezclada con sudor humano. No era muy agradable y la hacía querer esconderse, huir lo más lejos posible, su perseguidor la había encontrado.
Y así como aquel repulsivo olor había aparecido, se esfumó entre la suave mezcolanza de perfumes del local.
— ¿Qué sucede? —le preguntó Hunter—. Parece que has visto un fantasma.
El sonido la envolvió por completo, su felino se estiró en su mente, reconocía su seguridad en aquel joven, mientras estuviera cerca nadie podía hacerle daño, Hunter era un pulso de fuerza latente, invisible, expectante, que se activaría como una bomba con cualquier incentivo.
—Nada, estoy pensando ¿Cómo me encontraste? —ella creía que su plan había sido perfecto.
Hunter tomó una servilleta de papel y comenzó a hacerla una bola.
—También soy un rastreador.
Tarah sintió aún más curiosidad, pero su guardián parecía una bóveda, de esos sujetos que no hablan de cualquier cosa con cualquier persona, siempre rígido, siempre serio, las preguntas le incomodaban.
— ¿Puedo tomar su orden? — preguntó un joven camarero.
—Un chocolate caliente y un café negro sin azúcar por favor.
—A la orden.
El joven se fue a la zona de la cocina.
—Lo siento, no debí huir de ese modo.
—No te disculpes —dijo arrugando aún más la bola de papel, aún por debajo de sus pestañas podía ver ese color tan exótico—. Seré honesto contigo, no sé qué has hecho para estar en esta situación, pero si quieres ganar tu libertad deberás quedarte cerca de mi, yo podré ayudarte a pasar estos tres meses de manera más respetable.
Tarah lo miró a los ojos, profundos y serenos, de ese color que jamás había visto, tan vívido, tan llamativo. Guardaban la promesa de algo mejor.
—Haré las cosas bien a partir de ahora.
Se preguntó si sus ojos cambiaban de color en sus dos formas, o si era como ella, cuyo color de ojos jamás cambiaba.
Tomaron las bebidas calientes en silencio, ella mantuvo la mirada lejos de él, generalmente ella no se dejaba atraer por un rostro bonito, pero él... Era un hombre que jamás había visto ni imaginado en sus mejores sueños, era atractivo, con su cabello negro casi revuelto, su limpia y pálida piel, esos ojos tan deslumbrantes... Se concentró en las gotas que caían afuera, las nubes habían consumido cualquier pedazo libre de cielo azul, la oscuridad reemplazaba a la luz, anticipando una tormenta.
—Tienes un microchip —dijo Hunter después de un largo silencio—. Que emite una señal hacia mi teléfono, era la única forma que tenía para encontrarte, no tienes olor ni rastro que sirva para guiarme.
Tarah pensó en sus palabras, con su mirada fija en el vapor de su taza, quiso parecer ofendida, pero en vez de eso sintió asco, una repulsión, su cuerpo había sido manejado y herido, la libertad que ella había sentido era falsa, no podía ser libre, no con ese objeto marcándola como si fuese un perro.
Sintió un nudo en la garganta, quería gritar, no podía confiar en nadie, ni siquiera en ese guardián que la miraba como si no le afectara su situación. Lo miró, la tranquilidad de su mirada le desconcertó, volvió al vapor que emergía de su chocolate, pensando si debía correr, si debía desaparecer de su vista y volver a su vida fugitiva.