Hunter estacionó su auto en su garaje, agradecido de que ella permaneciera en silencio la mayor parte del camino. Quería mantener el contacto lo más mínimo posible, pero no por eso iba a negarle su ayuda.
Comprendía muy bien el hecho de que ella no podía sobrevivir ni una semana viviendo en esa casa tan pequeña, los guepardos necesitaban espacio, aire limpio. Su metabolismo y su energía superaba con creces a cualquier otro tipo de cambiante.
Por eso había decidido sacarla de ahí, era eso o verla escaparse todos los días.
Bajaron del auto y caminaron hasta la entrada, la vio tiritar de frío mientras sacaba su llave. Cuando entró, procuró encender su chimenea para ayudarla a entrar en calor.
Tarah se quedó cerca del calor mientras que él subía hacia la segunda planta de la casa para acomodar la habitación de huéspedes. Al encender la lámpara vio un retrato de él y Kaylee. Sintió el odio retorcer su interior, rasgó el vidrio y lo arrojó por la ventana. Nunca más pensaría en ella, estaba muerta para él.
Volvió a la sala de estar y envió un mensaje a Riley. Tarah seguía viendo el fuego consumir la leña.
—Te quedarás en la habitación de arriba, las escaleras están en el comedor —dijo mientras le indicó la dirección—. He llamado a una amiga para sacarte el microchip.
— ¿Quién es ella? —preguntó.
De pronto, Hunter entendió que ella no miraba el fuego, sino un retrato arriba de la chimenea. Había olvidado tirar las fotografías.
—Nadie importante. —Le quitó el objeto de las manos y junto con los demás los arrojó al fuego—. Una compañera de clan.
Tarah lo miró como si no le creyera, pero no dijo nada, se sentó en uno de los sillones mientras ojeaba el lugar.
—Es una cabaña muy bonita ¿Tú la construiste?
—Yo y algunos amigos.
La idea era tener una casa grande donde cupiera una familia
—Necesitaba un lugar más espacioso.
Pero como su sueño de una familia feliz se había hecho pedazos, no le parecía adecuado vivir ahí.
— ¿Quieres beber algo?
—No, estoy bien.
Riley llego, tarde como siempre, de manera lenta y cautelosa entró a su casa con ese andar extraño. Notó su miedo cuando vio a Tarah, aunque ella no formaba parte de ningún clan, era dominante y eso a la pequeña Riley le incomodaba.
—Tarah ella es Riley, Riley ella es Tarah.
—Hola... Es... Un gusto conocerte.
Tarah le hizo un gesto con la cabeza en señal de asentimiento, lo que provocó que su amiga tragara saliva.
Hunter le respondió con un ademán y un silencioso "Sé amable"
—El gusto es mío —agregó con una sonrisa.
— ¿Te quedas con ella? —le dijo a Riley—. Iré a buscar los instrumentos.
—Claro.
Sacó un botiquín que solía poner debajo de la cama, busco algodón, alcohol, un bisturí, dos pares de pinzas, hilo de sutura y aguja.
—Ya tengo todo.
—Necesito saber dónde está ubicado el microchip —dijo Riley.
—Tengo un escáner de objetos metálicos.
—Recuéstate boca abajo en el sillón, por favor.
Riley la inspeccionó con el escáner desde la punta de sus pies, pasando por sus piernas, sus caderas, hasta que se oyó un bip fuerte en la base de su cuello.
—Lo tengo, podemos empezar ¿Quieres que Hunter se quede? Puedo decirle que se vaya si no te sientes cómoda.
—No, quiero que se quede.
Tarah se quitó su chaqueta azul, su suéter negro y su musculosa gris, Hunter desvió la mirada cuando ella quedó solo con su sostén, y esperó hasta que ella estuviese de vuelta de espaldas para indicarle a Riley que procediera.
—Esto va a doler, por favor no me lastimes.
Tarah dio un pulgar arriba.
—Hunter, necesito que acerques una luz a la zona del cuello. —Le extendió una linterna—. Y que no la muevas.
Tomó la linterna y dirigió la luz, Riley tomó el bisturí desinfectado y cortó una pequeña parte de su nuca y con las pinzas separó la piel. Tarah apretó el sillón conteniendo sus garras.
—Está muy profundo —dijo Riley con pena—. Tendré que cortar más.
—Haz lo que creas necesario —le contestó Tarah entre dientes.
Riley volvió a insertar el bisturí, esta vez más profundo, hasta que se detuvo con algo duro, volteó a verlo y ante su aprobación comenzó a extraer el microchip con las pinzas.
—Ya está afuera —le dijo, cubriendo el sangrado con algodón—. Voy a suturar, sólo serán dos puntos.
Riley le entregó el pequeño objeto, no era diferente a los que ya había visto, sólo tenía una luz blanca que anunciaba su funcionamiento.
—Ya está, te dolerá el cuello por un par de días —le dijo—. Pero si dejas que Hunter te desinfecte dos veces por día sanará más rápido.