Estaba en el estrado una vez más, con su rostro cubierto y con su mente inhibida, seguía hablando frente a la familia, amigos, conocidos, mientras veía el desprecio en cada uno de ellos.
La aflicción de una madre, el dolor de un padre, la angustia de un amigo. No significaban nada para ella, porque no estaba ahí, su presencia no era más que el producto de la droga accionando su mente.
Un asesino más que liberaba.
Ese era su trabajo, aunque ella no quisiera hacerlo.
De pronto todos se desvanecieron y el negro colmó sus ojos, hasta que la luz cegadora del quirófano le anticipó el golpe. Una fragancia fina acompañó al sujeto con la aguja, una nueva dosis para hacerla manejable, para hacer sus negocios sucios.
Tarah quería gritar pero su cuerpo no hacía nada, su lado violento luchaba por liberarse mientras el sujeto se acercaba, preparando la inyección, el líquido amarillento se traslucía bajo la luz, el sudor bañaba su cuerpo, sus garras pinchaban su piel, hasta que el dolor marcó sus sentidos y ella reaccionó.
— ¡Tarah!
Despertó con el grito de Hunter, desorientada, jadeando y asustada. El olor a hierro en el aire le desconcertó, aclaró su mirada y vio que tenía agarrado su brazo, y en la desesperación de su sueño, había liberado sus garras y le había herido.
Hunter tenía una expresión de dolor en su rostro, su mandíbula rígida.
—Lo lamento, no pude controlarme. —Quitó con cuidado su mano, intentando en vano no provocarle más dolor—. Lo siento.
Hunter se sentó en su cama, estaba vestido con una musculosa negra que marcaba su pecho y abdomen, y unos pantalones de dormir grises. Una vez que lo soltó, Hunter dejó su brazo extendido, como si la sangre que corría en débiles líneas no le importase.
—Te oí gritar, pensé que alguien había entrado a la casa, ahora me doy cuenta de que no es adecuado acercarme tanto cuando tienes pesadillas.
Tarah se sintió culpable por su reacción, pero cuando fue a hablar, Hunter negó con la cabeza.
—Si me necesitas, puedes llamarme.
Y en eso se fue. Dejando su aroma impregnado en su nariz.
La lluvia golpeaba con intensidad en el techo, fuertes truenos sonaban a lo lejos y poderosos rayos iluminaban una tormenta violenta.
Tarah no quería volver a dormir, así que se dirigió hasta el estante repleto de libros y buscó algo interesante para leer. La mayoría de los libros eran técnicos, biología, física, matemática, química, literatura vieja de más de trescientos años. Nada parecía llamarle la atención, hasta que notó un delgado borde dorado.
Quitó los pesados tomos que lo encerraban y lo sacó, era un álbum de fotografías en papel, ese tipo de papel y fotografía eran obsoletos, pero aún había gente que buscaba tener sus imágenes en ese material.
Tenía las tapas decoradas con hilos de colores, y en una de ellas, había dos letras en relieve I.D
Tarah se sentó en el borde de la cama mientras abría el álbum, la primera imagen era la de una mujer de pelo corto y negro, cuyos ojos eran de un azul muy intenso. Su mirada era firme y penetrante, se veía dura y agresiva. En la segunda imagen reconoció a tres personas, a la chica pequeña de ojos marrones que le había sacado el microchip, Riley, y a otra chica que había visto en el retrato de la chimenea, de pelo corto rojizo y ojos azules. En el medio estaba Hunter, con una sonrisa de oreja a oreja, se veía... Feliz.
Siguió pasando las páginas y más personas aparecían, un hombre de cabello marrón oscuro, algo de barba y ojos verdes, una mujer de rasgos asiáticos, pelo liso y negro, ojos azules, otro hombre, alto, de pelo blanco y ojos también azules. Y en la última hoja, apareció una imagen de Hunter y la chica pelirroja, abrazados de una forma íntima, Tarah no tenía que ser adivina para saber que entre él y ella había habido algo.
Cuando terminó el álbum, contó a siete mujeres y ocho hombres, los miembros de su clan.
Dejó el álbum como estaba, y bajó por las escaleras en forma de caracol, todavía estaba oscuro, pero ella no tenía ningún problema en avanzar por el comedor a oscuras. Tuvo mucho cuidado en no hacer ruido, hasta llegar a la puerta, agradeció que no tuviera llave.
Afuera la lluvia caía sin cesar, el aire frío se colaba en su ropa, en el porche habían dos mecedoras de mimbre, sentándose en una de ellas contempló la caída del agua. Ya no había rastro de la nieve que había visto cuando llegaron, ahora solo había barro y pozas de agua por todos lados.
Se relajó en ese ambiente, el aire frío era soportable, en esa escena natural, donde el agua caía formando un fuerte murmullo y lo único que podía ver eran los árboles cuyas hojas y ramas eran mecidas por las gotas, se sintió en una relativa calma, y cuando iba a cerrar los ojos para dormirse, el destello de un relámpago iluminó una figura entre los árboles.
Tarah creyó ver a un animal oculto entre los pinos, se recompuso y prestó atención al sitio donde la había visto, pero no pudo ver nada, por la distorsión de la lluvia no podía oler nada que no fuese tierra o vegetación mojada, tal vez era una alucinación, pensó relajando su postura. Sin nada más que hacer, se recostó y se durmió pensando en la sonrisa de Hunter que había visto en aquella imagen.