El desafío de Hunter [serie Ice Daggers 2]

Capítulo 11

 

Estacionó su auto en frente del local al que aquellas dos mujeres le habían arrastrado. Le resultaba divertido las ocurrencias de Riley, su nueva confianza le hacía sentirse orgulloso por ella.

El cine era poco frecuentado en estos días, debido al mal clima. Por milagro o coincidencia, dejó de llover apenas llegaron a la ciudad. Más que ciudad era un pueblo, que no alcanzaba los quince mil habitantes, tranquilo y pintorezco, se sustentaba de los recursos que le proporcionaba el turismo.

Riley, Aiden y Hailey salieron del auto mientras que él y Tarah los siguieron por atrás. Ni bien entraron, las chicas fueron a la taquilla por entradas y Aiden se fue a comprar comida, dejándolos solos en la entrada.

—Te apuesto que elegirán la de la izquierda.

Tarah apuntó hacia la cartelera, a una película dramática.

—Cien dólares a que eligen la de la derecha —le señaló una película de suspenso y acción.

—No creo que a Riley le gusten ese tipo de películas.

— ¿Te retractas?

Tarah lo miró entrecerrando los ojos.

—Mejor que sean doscientos dólares.

—Te gusta apostar fuerte. Bien, trato hecho.

—Ya tenemos las entradas. —Hailey le entregó una a cada uno— ¿Dónde se metió Aiden?

—Fue a comprar comida —contestó Tarah.

— ¿Me acompañas al baño? —le preguntó Riley a Hailey.

— ¿No puedes esperar? ¡La película empieza en cinco minutos!

—Por favor —le suplicó.

—Bien, guarden buenos asientos para nosotras.

Ambas se fueron hacia los baños. Tarah se apresuró a ver el título de la película en su boleto. La expresión en su rostro no tenía precio.

—La habitación 403.

—Suspenso, acción, algo de terror.

—Sigo sin creer que Riley vea estas películas.

—Nunca subestimes a un sumiso.

—Lo anotaré para la siguiente ocasión.

— ¿Dónde están las chicas? —preguntó Aiden, en ambas manos tenía bolsas con paquetes de palomitas de maíz, papas fritas y gaseosas.

—Fueron al baño ¿Entramos?

Hunter no prestó atención a la película, estuvo atento a cualquier cosa extraña que sucediera en la sala, además de las reacciones de Tarah.

Una hora y media después, los cinco salieron del cine. Pero ni bien salió al aire libre, Hunter se sintió extraño y mientras los demás platicaban sobre lo mala que había sido la película, él se encargó de analizar su entorno. Algo raro había por ahí, como si algo o alguien los estuviese siguiendo, de repente un olor a perfume fino mezclado con sudor lo puso en alerta, pero al hacer un barrido con su vista alrededor, no encontró nada.

— ¿Nos vamos? —les preguntó.

—Iremos a cenar a la cabaña de Aiden ¿Quieren venir?

Hunter buscó la mirada de Tarah, y al no encontrar ninguna señal positiva o negativa de su parte, él decidió por los dos.

—No, gracias Riley, pero debemos volver.

—Lo entiendo, gracias por traernos. —Le dio un dulce beso en la mejilla—. Ha sido una tarde maravillosa.

Hunter se limitó a sonreirle, el leopardo en su interior estaba encantado de tenerla, pero seguía alerta.

Después de dejar a sus tres amigos, Hunter manejó por debajo del límite de velocidad. Aún seguía analizando ese extraño olor, inquieto por no saber de quién era, y por la tensión que podía sentir en ella.

— ¿Hay alguien siguiéndote? —le preguntó, era la única idea que se le venía a la mente.

—Sí —respondió en voz baja.

— ¿Quién? —se encargaría de cazarlo.

—La gente de Curtis Lane.

—No lo conozco ¿Es alguien peligroso?

—Sí, después de salir del reformatorio una mujer me contrató para trabajar para él —su voz se hizo cada vez más baja, reflejando su angustia.

— ¿Te hicieron daño?

—Me drogaron, me inyectaron Amonium, una droga que hace a los cambiantes menos agresivos, susceptibles a ser controlados porque la mente consciente se inhibe.

— ¿Por qué?

—Tengo la capacidad de engañar a las personas, con el Amonium era un arma fácil de manejar, Curtis me usaba como falso testigo, si pagabas lo suficiente podías tenerme en tu juicio, podías asegurar tu victoria sin importar si eras culpable o inocente.

Sus mejillas se ruborizaron, y de sus ojos salieron lágrimas que rodaron lentamente por su rostro. Hunter apretó con fuerza el volante.

—No me enorgullece lo que hice —dijo angustiada—. Liberé a tantos asesinos, violadores y narcotraficantes, que ahora siento que soy tan criminal como ellos.

—No, no lo eres. No eras consciente de tus actos.

Tarah evitó su mirada, poniendo atención en los árboles en su ventana. Pero Hunter se negaba a dejar que ella pensara que era igual a los que le habían hecho eso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.