Vio como sus ojos perdían su brillo, su conciencia perdiéndose en la estupefacción de la droga, volviéndose una mujer completamente diferente. Ya no estaba el guepardo combativo, con esa mente afilada y ese espíritu de lucha. En su lugar solo había un cuerpo despojado de emoción, sin reacciones, listo para ser manipulado.
—Doble dosis completa —dijo Paul con satisfacción—. Con esto ya no podrá escapar.
La vio caer en un sueño profundo mientras su captor tiraba la jeringa en un bote para residuos, Paul era el más sádico, violento y despreciable humano que había conocido, en comparación, Curtis parecería un angelito, porque a él le encantaba probar nuevas drogas derivadas del Amonium en los desdichados cambiantes que Curtis le proporcionaba a cambio de una provisión constante del líquido.
Se imaginó que Tarah despertaría al cabo de unas horas, y que vendrían a buscarla para que regresara a su trabajo.
—Vigila bien Michael —le ordenó Paul—. Ante cualquier intento de fuga la noqueas con otra dosis ¿Entendido?
Asintió levemente y quedó solo con ella. Sólo podía oír su suave respiración entre el sonido de los aparatos de monitoreo al que estaba conectada. El salón olía a desinfectante y alcohol.
Sintió vergüenza consigo mismo por haber sido quién ayudó a traerla aquí, una vez más actuando en contra de los suyos, sirviendo a humanos que despreciaban a su raza, los había visto a ella junto con tres jóvenes y en contra de su sentido del deber había dado la señal para tenderles la emboscada.
Curtis se estaba volviendo impaciente y desconfiado, un tiempo más y habría comenzado a sospechar de su lealtad. Michael no podía permitirse dar un mal paso, no cuando tenía la sensación de que cada día estaba más cerca de lograr su cometido.
Inspeccionando a la mujer, encontró un pequeño bulto en su bolsillo, con mucha cautela lo sacó, era un microchip de rastreo, tenía rastros de sangre seca y una luz blanca, el guardián y los suyos podían estar buscándola a partir de ese objeto.
Dudó un momento si debía destruirlo u ocultarlo entre su ropa. Tarah se movió en la camilla y susurró de forma débil un nombre, luego volvió a dormirse. ¿Quién era Hunter? Se preguntó mientras guardaba el microchip en un bolsillo oculto en su chaqueta.
De pronto recordó, debía de ser el guardián.
—Esto terminará pronto — murmuró—. Espera hasta que lo encuentre.
Se vengaría de Curtis, liberaría a todos los cambiantes esclavos y prisioneros, y dejaría regresar a esa chica con ese tal Hunter.
—Michael, el jefe quiere verte en su oficina —un joven guardia entró en el salón.
—Gracias Brett, vigila bien a la chica.
Se dirigió por el pasillo hacia la oficina de su jefe, intentando hacer oídos sordos ante los rugidos y las amenazas de los cambiantes encerrados en las jaulas. Subió por una rampa levemente inclinada y abrió la puerta.
Curtis estaba leyendo unos papeles en su escritorio, cuando lo vio se quitó los anteojos y le hizo una señal para que entrara.
— ¿Quería verme jefe?
—Toma asiento Michael, tengo algo importante que decirte. —Se reclinó en su sillón y puso ambas manos en el apoya brazos.
Se acomodó en el asiento de cuero negro y esperó a que su jefe hablara.
—Actualmente tengo dos grandes problemas —le dijo mirando sus papeles, el brillo de su cadena de oro resaltaba sobre la pálida y arrugada piel de su cuello—. El primero es que he descubierto que puede haber un traidor entre mis filas y el segundo es que un grupo de cambiantes me sigue los pasos, metiendo sus narices en mis asuntos.
— ¿Qué quiere que haga? —le preguntó, manteniendo un férreo control sobre sus nervios, estaba caminando literalmente sobre hielo delgado.
—Nada, quiero que cuides a Tarah. —Sus ojos oscuros conectaron con los suyos, Michael procuró permanecer inmóvil ante el contacto visual, signo que indicaba que el Amonium estaba operando en su organismo—. Ella representa mi poder ante los demás, no permitas que nada malo le pase o que escape de nuevo.
— ¿Y los cambiantes?
—He enviado un equipo que los capturará y me los traerá como nuevos esclavos, en cuanto al traidor, se revelará su asqueroso rostro cuando sea necesario.
—Que así sea jefe.
—Eres un buen empleado Michael, puedes retirarte.
Pobre Tarah, pensó mientras volvía a su puesto, al final no obtendría su libertad tan pronto como él creía.