Podía escuchar cada palabra de lo que su amo decía, pero no podía entenderlas. Para ella sólo cuatro palabras tenían un sentido. Matar. Hablar. Engañar. Obedecer. Pero cuando vio a ese hombre sintió un cosquilleo extraño en su interior, y cuando escuchó su voz algo dentro de ella se movilizó, ella seguía luchando. Nada debía importarle más que obedecer a su amo.
—Déjala ir —habló el hombre de ojos color aguamarina—. Por favor —le rogó a su amo.
—No seas tan cobarde y enfrenta la derrota tal y como lo hace tu padre, al menos en eso lo respeto.
—Ella no se merece esto —le respondió con una voz tan dura que podía ver la presión en sus mandíbulas, sus dientes apretados por algo que no podía reconocer, una emoción extraña.
—Claro que sí, todos los cambiantes son creación de los humanos, y por lo tanto su noble destino fue, es y será siempre servir a los humanos. Así que mi querida Tarah es de mi propiedad, mía.
Esa palabra hizo que algo en su mente se rompiera, ella sintió una rara presencia en su cabeza “¿Quién eres?” obtuvo un sonido agudo como respuesta “Soy tu mente, tu conciencia, tu compañera de toda la vida ¿Por qué me reprimes?” le dijo la voz en su mente “No eres real” un gruñido casi le hizo perder su postura “Tú no eres así, liberame y te lo mostraré”
Movida por la curiosidad ella dejó de hacer presión sobre esa pequeña parte de su cerebro, y entonces muchas imágenes se volcaron en su mente. Una era de ella peinando su cabello frente a un espejo, otra era de ella abrazada a un chico de piel oscura y ojos café, otra era del reflejo de la imagen de un guepardo en un charco de agua, otra era de ella caminando y riendo por una calle junto con dos chicas y un chico, otra era de ella tomada de la mano de un joven de ojos color aguamarina en la orilla de un lago.
Hunter.
El recuerdo llegó a su conciencia como un latigazo, lo recordaba, su cabello negro, sus hermosos ojos, la palidez de su piel, la fuerza de sus brazos, el poder de su cuerpo, la belleza de su leopardo...
—Mata, Tarah, a todos —le ordenó el hombre al que veía de otra forma, no era su amo, era sólo un hombre—. Hazlo.
La orden provocó en ella una ciega necesidad de responder de jalar el gatillo de aquella arma tan fría en su mano. Ella luchó por el control de su cuerpo, pero su mente seguía incapaz de conectarse.
Apuntó hacia el hombre de ojos aguamarina que la miraba con resignación, con una marcada tristeza y hasta con... Amor. “¿Quién es? ¿Por qué lucho tanto contra una simple orden? ¿Qué significa él para mí?” se preguntó mientras se preparaba para evitar fallar en su tiro “Él es nuestro” habló de nuevo esa voz en su mente “Nuestro guardián, nuestro protector, sólo nuestro”
—Mío —dijo en un hilo de voz, inaudible para el humano.
Ella vio como aparecía en su rostro una sonrisa real.
—Dispara, nena, dispara y volveremos a nuestro trabajo.
Tarah lo golpeó con su arma en la cabeza, el hombre se dio vuelta en un instante y la empujó contra el estante de libros.
—¡Maldita desgraciada! —gritó furioso— ¡Te voy a matar! —puso ambas manos en su cuello, cortándole la respiración, mientras ella intentaba en vano rasguñarlo, la presión se acumulaba dolorosamente en sus ojos mientras la asfixiaba.
—¡Tarah! —escuchó a Hunter gritar.
En ese momento el cuerpo de Curtis fue alejado por dos pares de manos y se estrelló contra una pared, Tarah cayó de rodillas al suelo inhalando todo el aire que podía, mientras veía como Hunter y otro hombre desgarraban a su captor.
El dulce aroma de la sangre impregnó el ambiente, mientras que alguien se acercaba a ella y le hablaba con desesperación.
—¡Tarah! ¡Reacciona por favor! —le dieron unas palmadas en su mejilla, ella giro su cabeza y vio el rostro de un hombre joven de ojos azules y cabello blanco ceniza— ¿Estás bien?
—¿A-Alexei? —dijo en medio de gritos y rugidos.
Podía oír sonidos de algo aplastarse, molerse y romperse.
—Si preciosa soy Alexei —le dijo con una sonrisa, los gritos de terror cesaron—. Ponte de pie, debemos salir de aquí.
La ayudó a levantarse y con lentitud llegaron hasta el otro lado del escritorio, cuando se acercaron a la puerta, Alexei se giró y se alejó con una mirada de disculpa. Tarah dio media vuelta y vio que Hunter se acercaba a ella, con una mirada asesina, sus manos, su ropa, su rostro, todo estaba manchado con la sangre de Curtis.
La abrazó con fuerza y besó su cuello.
—Me encontraste —le dijo ella al ver cómo había pasado de la violencia a la ternura—. Me encontraste —se sintió presa de la emoción de tenerlo tan cerca.
—Vayas donde vayas, siempre te encontraré.