El sol brillaba en un pedazo de cielo sin nubes, el clima era templado, anunciando los últimos días del invierno. A lo lejos se oían los suaves murmullos de las criaturas del bosque, de las aves en su tarea diurna.
El lago estaba más activo que de costumbre, con un oleaje más intenso, en la orilla una delgada capa de espuma se formaba en consecuencia de ello.
Sentados en un tronco un poco más lejos de la orilla, Hunter y Tarah miraban el lago en un absoluto silencio, dejando que la calma de aquel lugar los llenase por completo.
Después de regresar de Los Ángeles, ella decidió quedarse con su guardián y cumplir el plazo del trato, aunque Sean y Derek, el Alfa lobo que conoció unos días después, se disculparon y le propusieron acabar con el trato, propuesta a la que ella se negó.
Los meses pasaron entre caminatas por el bosque, salidas a la ciudad, rondas de bares con los sumisos, y carreras alrededor del lago con los compañeros de Hunter. En toda su vida, Tarah nunca se había sentido tan a gusto en un solo lugar, tan libre como se sentía ahí, cerca de aquellas personas que sin pensarlo la acogieron como una de ellos, cerca de su guardián que la mantenía segura y a salvo, brindándole más amor del que jamás habría podido imaginar.
— ¿Cómo pudiste salir del efecto del Amonium? —le preguntó Hunter mientras acomodaba unos mechones de cabello detrás de su oreja.
—No lo sé, creo que antes no tenía a nadie por quien luchar, antes estaba sola, mi guepardo no sentía necesidad de pelear por liberarse.
— ¿Así que yo fui quien hizo que recuperaras el control? —le dijo con ironía, una media sonrisa iluminaba su rostro.
—Así es, tú me haces perder y recobrar el control, sobre todo lo primero.
Hunter sonrió por el comentario y pasó su brazo sobre sus hombros, Tarah aprovechó para acercarse a él. El silencio retornó, la paz de aquel lugar los hizo sentir a ambos relajados.
Ya no había problemas en el horizonte, Tarah era una mujer libre, y aunque Hunter todavía sentía dolor por lo que Kaylee le había hecho, el amor de ella lo mantenía cuerdo haciendo sus días mucho más tolerables.
Al final él se había equivocado, la solución a su problema no era alejarse de las mujeres, sino que, era hallar a la indicada. Y en ese momento con su corazón lleno de paz, él creía con más fuerza que Tarah era la indicada.
Sólo que no sabía si podía tenerla a su lado, su naturaleza podría ser un gran obstáculo.
—Ya han pasado tres meses —habló Hunter—. El plazo se ha cumplido.
Tarah ignoró el punto al que quería llegar, se acercó hasta quedar sobre su regazo, le encantaba escuchar los latidos de su corazón.
—Puedes irte si lo deseas —su voz se tornó triste—. Mi puerta siempre estará abierta para ti.
—Suenas como si estuvieras resignado —le contestó con una sonrisa—. No pienso alejarme de ti, te di mi palabra.
—Eso sólo fue mientras durara mi trabajo, ahora que el plazo de tiempo terminó ya no soy un guardián.
—Eres mi guardián —respondió, con la misma convicción que había tenido ese día en aquel despacho—. Ya te lo dije, no iré a ninguna parte, quiero quedarme aquí contigo.
Se acurrucó y el la envolvió en sus brazos.
— ¿Segura?
—Totalmente, a menos que no me quieras aquí, si es así me iré de inmediato.
—No, yo... Me gusta tenerte cerca, me gusta que seas mi pareja, pero debo ser receloso y dudar sobre tus sentimientos, tengo que estar seguro de que ambos estamos en la misma sintonía, ya sabes, para no salir lastimados.
—Aquí es donde pertenezco, contigo, con tu clan, nadie podrá alejarme eso te lo puedo asegurar.
Hunter volvió a mirar el lago, la brisa cambió a un viento suave mientras que el sol se escondía detrás de una nube.
— ¿Qué es lo que somos? —Preguntó después de un largo silencio— ¿Esto tiene nombre?
—Claro que sí, somos una pareja, leopardo y guepardo, solo el tiempo dirá si podemos ser algo más.
Hunter acarició su mejilla, su cabello, sus labios, ella se acomodó y dejó que él siguiera con su atención, ronroneando de vez en cuando.
—Te quiero —le susurró al oído.
—Yo también —Hunter le respondió sonriendo.
Fin
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