El Desafío de las tres Lunas

El Anillo y la Galería.

El peso del anillo de compromiso de cuatro quilates no era un símbolo de opresión, sino de victoria. Para Anastasia Vance, aquella pieza de platino y diamante era la culminación de diez años de esfuerzo dedicado a construir una vida tan inmaculada como el diseño minimalista de su propia galería, Vance Fine Arts.

A sus veintinueve años, no solo dirigía una de las galerías más prometedoras de Manhattan, sino que estaba a solo tres meses de casarse con Ethan Blackwood, un hombre tan estable, predecible y bueno que a veces se sentía como si lo hubiera diseñado ella misma.

Ethan era su ancla. Era la calma después de la tormenta, el bálsamo que había sanado las cicatrices emocionales que un cierto pasado imprudente—y una cierta persona—le habían dejado. Su apartamento en el Upper East Side, con vistas al pulmón verde de Central Park, era un testimonio de ese orden: tonos neutros, arte moderno, y ni un solo objeto fuera de lugar. La vida con Ethan era perfecta.

Y esa perfección era, irónicamente, la única nota discordante en su melodía.

—¿Estás lista, Ana?—La voz cálida de Ethan interrumpió su inspección crítica de un cuadro recién colgado. Llevaba un traje de corte impecable, sin corbata, con el cuello de la camisa ligeramente desabrochado; el epítome de la elegancia relajada.

Anastasia sonrió, una curva practicada que, sin embargo, se sentía genuina cuando miraba a Ethan.

—Solo revisaba que este Monet menor estuviera bien asegurado. Tenemos al menos tres multimillonarios en la lista de RSVP para la subasta de esta noche. Uno de ellos ha estado preguntando específicamente por él.

Ethan se acercó, rodeándola por la cintura y besándole la sien. Su tacto era firme, cariñoso, la encarnación de la seguridad.

—Estás increíble. Tu vestido es…—Ethan se detuvo, estudiando el diseño asimétrico de seda carmesí que contrastaba violentamente con el monocromo de la galería. —Es un poco más atrevido de lo habitual, ¿no?

—Es atrevido, sí—aceptó Anastasia, sintiendo un leve cosquilleo en la piel. Había escogido el color precisamente porque la hacía sentir poderosa, y vagamente, peligrosamente, visible. —Pero el arte moderno requiere un poco de drama, ¿no crees? Además, quiero asegurarme de que el postor anónimo sepa exactamente a quién está comprando la obra.

Ethan se rio, un sonido honesto y abierto.

—Siempre tan astuta. Vamos, la gente empieza a llegar.

Mientras caminaban juntos hacia la entrada principal, un equipo perfectamente sincronizado, Anastasia se sentía envuelta en la protección de Ethan. Era un escudo contra el desorden, contra el caos, contra su propio yo de hace años que se había quemado por un fuego que, honestamente, no sabía si alguna vez se había apagado por completo.

La subasta fue un torbellino de copas de champán, susurros sofisticados y pujas millonarias. El Monet menor se vendió en menos de dos minutos. El comprador fue listado simplemente como "St. Clair Acquisitions". Anastasia frunció el ceño levemente. No conocía el nombre de esa firma; era nuevo en el circuito de élite.

Al final de la noche, ya cuando los últimos invitados se retiraban, el corazón de Anastasia latía con la satisfacción de las cifras. Había sido un éxito rotundo. Ethan estaba a su lado, revisando el flujo de caja en su iPad, con esa expresión concentrada pero tranquila que ella tanto apreciaba.

—Un éxito espectacular, cariño. El fondo de nuestra luna de miel acaba de recibir un impulso tremendo—comentó Ethan, besándola detrás de la oreja.

Justo en ese momento, su asistente personal, Marcus, se acercó, con un rostro más pálido de lo habitual.

—Señorita Vance. Perdón por la interrupción, pero el señor St. Clair de St. Clair Acquisitions ha solicitado una reunión privada con usted. Dice que está muy interesado en la nueva adquisición rusa, la que se supone que no está a la venta.

Anastasia sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire acondicionado de la galería.

—¿El señor St. Clair? ¿Dónde está?

—En la trastienda. Insistió en esperar allí. Y…—Marcus titubeó, pasándose una mano por la corbata—... me dijo que le dijera que "los pasados siempre vuelven, Ana."

El mundo de Anastasia se congeló. El diamante de su anillo pareció pesar una tonelada en su dedo. Se apartó de Ethan, que la miraba con extrañeza.

—¿Pasa algo, Ana? ¿Quién es ese tipo tan impertinente?

Anastasia no respondió. La sangre le rugía en los oídos. Solo una persona en el planeta la había llamado "Ana" con ese tono de burla y posesión. El fuego que creía extinto no solo estaba encendido; acababa de explotar.

—Quédate aquí, Ethan. Es un cliente difícil. Lo manejaré yo misma.

Se dirigió a la trastienda, cada paso era una lucha contra el pánico y una creciente marea de adrenalina. Cuando abrió la puerta, la sombra se cernía sobre el único sillón de terciopelo.

Allí estaba. Más peligroso, más rico y más letal que nunca. Liam St. Clair. Sus ojos azules, ahora endurecidos por años de poder, la recorrieron lentamente, desde la punta de sus tacones hasta el nudo de su garganta.

—Anastasia—dijo su nombre, y la pronunciación fue una caricia perversa y una promesa de destrucción.



#549 en Thriller
#195 en Suspenso

En el texto hay: suspensepsicológico

Editado: 21.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.