El Desafío de las tres Lunas

El Desafío Silencioso.

La trastienda era una caja fuerte de terciopelo. Oscura, insonorizada y diseñada para almacenar arte de alto valor lejos de miradas indiscretas. Era el escenario perfecto para un encuentro que Anastasia había rezado por no tener nunca más.

Liam St. Clair no se había molestado en levantarse del sillón. Estaba allí sentado, con un pie casualmente cruzado sobre la rodilla, el reflejo del foco de seguridad atrapado en el cristal de un reloj que valía más que el Monet que acababa de comprar.

—Anastasia. O debería decir, Sra. Blackwood en ciernes. El anillo te sienta bien. Cierra el círculo.

Su voz era un ronroneo de whisky y humo, profunda y peligrosamente familiar.

Anastasia cerró la puerta de golpe, el sonido amortiguado por las paredes. Cruzó los brazos, creando una barrera física contra la ola de magnetismo que emanaba de él, a pesar de los años.

—No has venido por la pieza rusa, Liam. Ni por el Monet. Has venido a molestar, y lo estás consiguiendo.

Él sonrió, un destello de dientes blancos. Esa sonrisa que siempre le había parecido una promesa y una amenaza.

—Nunca me ha interesado el arte, Ana. Me interesan las adquisiciones. Y tú eras la joya de la corona que se me escapó. Parece que ahora está firmemente catalogada por otro coleccionista.

—Ethan no es un coleccionista, es mi prometido. Y mi socio. Y es un hombre decente. Algo que tú nunca fuiste.

—¿Decente?—Liam soltó una carcajada seca, inclinándose ligeramente hacia adelante, y Anastasia notó el corte de su traje, el músculo bajo la tela. —La decencia es el opio de los mediocres, Anastasia. Es lo que eliges cuando no tienes el valor de lidiar con algo real.

Dio un golpe suave en el reposabrazos del sillón.

—¿Recuerdas lo que era real?

La pregunta la golpeó en el pecho. Recordó la mugre de los estudios de arte de su juventud, las noches sin dormir, la pasión cruda y sin filtro que los consumía. Recordó cómo su decencia había sido devorada por las ansias de él.

—Recuerdo la traición—replicó ella, endureciendo su voz. —Recuerdo que me destrozaste. Y que me fui. No te debo nada, Liam.

Liam se puso de pie. Fue un movimiento lento, fluido, que llenó el espacio entre ellos con una intensidad brutal. Se acercó, y Anastasia tuvo que alzar la barbilla para mantener el contacto visual. Estaba demasiado cerca. Podía oler su colonia, una fragancia de cuero y especias, algo que evocaba poder y peligro.

—Y por eso te admiro—susurró, su aliento rozándole el oído. —Te fuiste, limpiaste tu nombre, te puliste. Eres una obra de arte, Anastasia. Pero tienes una grieta. Y sé exactamente dónde está.

Su mano se levantó lentamente. Anastasia no se movió, demasiado cautivada por la amenaza que representaba. Él no tocó el vestido, ni el hombro, sino que rozó la piel de su cuello, justo por encima de la clavícula, donde el pulso martilleaba frenéticamente.

—Vibras. La decencia no hace vibrar así a una mujer. No en el sitio correcto.

Ella se estremeció. No de frío. Era una descarga eléctrica.

—Estás en mi propiedad. Vete, Liam.

—¿O qué? ¿Llamarás a tu prometido? ¿Al hombre que te ha comprado la estabilidad? ¿Sabes qué creo? Creo que Ethan Blackwood nunca te ha visto temblar. Nunca te ha visto gritar mi nombre.

Su tono bajó, volviéndose depredador. Usó el roce de su pulgar para guiar sutilmente su barbilla hacia él. No la besó, sino que acercó sus labios al oído, susurrando en español, el idioma que a menudo usaban en sus momentos más privados, una reliquia de su pasado tóxico.

—Dime, ¿por cuánto tiempo vas a seguir fingiendo, mi corazón?

Anastasia sintió las rodillas flojas. Era una emboscada sensorial. Su mente gritaba ¡Peligro!, pero su cuerpo respondía con una urgencia que no sentía desde hacía años.

Dio un paso atrás, rompiendo el contacto. El aire era denso.

—Estoy comprometida, Liam. Y estoy feliz. La única razón por la que estás aquí es porque aún te molesta que no te necesite.

—Oh, Ana. Me necesitas. Necesitas este caos. El problema es que eres una cobarde.

Ella recogió la dignidad que le quedaba, forzando la calma.

—Si vuelves a aparecer en mi vida, te destruiré profesionalmente. No importa el nombre de tu empresa.

Liam se rio de nuevo, esta vez con total delegría.

—Qué fascinante amenaza. Acepto el desafío. De hecho, tengo una propuesta de negocio para ti. Un trato que te pondrá bajo mi completa supervisión durante los próximos seis meses. Te haré trabajar para mí, Anastasia. Y te demostraré que la perfección que construiste es solo una celda de cristal.

Se dio la vuelta, y se dirigió a la puerta, su partida fue tan imponente como su entrada. Antes de irse, se detuvo, sin mirar atrás.

—Por cierto. Me encanta el vestido carmesí. Siempre te ha quedado bien el color de la sangre.

Cuando la puerta se cerró, Anastasia se apoyó contra la pared fría, respirando con dificultad. El rastro de su colonia, el calor de su toque en su cuello, todo permanecía. Sabía que había perdido la primera escaramuza. Y que la guerra que acababa de declarar no sería contra él, sino contra sí misma.



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En el texto hay: suspensepsicológico

Editado: 21.11.2025

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