El Desafío de las tres Lunas

La Jaula Dorada.

Cambio de Escenario.

El triunfo de la Galería Blackwood había sido fugaz pero embriagador. Anastasia sintió una oleada de poder al ver la cara de satisfacción de Clara y al leer la noticia del golpe en el mundo del arte. Había superado a St. Clair. Era una sensación que no había experimentado en años.

Pero el orgullo duró poco. Al llegar a St. Clair Global el martes por la mañana, su cubículo de cristal estaba vacío. Su escritorio, su laptop y sus documentos habían desaparecido.

Un joven asistente con una corbata demasiado apretada, llamado Thomas, se acercó a ella, temblando visiblemente.

—Señora Dubois, buenos días. El señor St. Clair ordenó... un cambio. Su nuevo puesto de trabajo.

Anastasia, con una calma que no sentía, preguntó: —¿Y dónde está mi nuevo puesto de trabajo, Thomas?

El joven no se atrevió a señalar, sino que movió la cabeza ligeramente hacia la oficina principal de Liam.

—En el interior de la oficina. Justo al lado de su escritorio, señora.

Anastasia caminó por la alfombra de lana gris hasta las puertas de cristal esmerilado que daban a la fortaleza de Liam St. Clair. Cuando entró, el aire pareció enrarecerse.

La oficina era gigantesca, con tres paredes de cristal que daban vistas panorámicas de la ciudad. Era más un observatorio de poder que una oficina. Y en el centro, cerca de la ventana, había un nuevo escritorio elegante, más pequeño y discreto, pero inconfundiblemente colocado.

Estaba a solo tres metros del imponente escritorio de madera de nogal de Liam.

Liam estaba sentado, leyendo un documento con una concentración glacial. Llevaba un traje de tres piezas de un azul tan oscuro que parecía negro, el epítome de la autoridad. Al oírla, no levantó la vista de inmediato.

—Ah, Dubois. Me alegro de que te guste tu nuevo espacio de trabajo. Es... más colaborativo.

—Liam—su voz era baja, para no ser captada por el cristal. —Sabes que esto es ridículo. Estoy aquí para fusionar dos empresas, no para ser tu asistente personal.

Finalmente, él levantó la mirada. Sus ojos, del color de un cielo tormentoso, la evaluaron, y había una pizca de diversión que la enfureció.

—Tú me enseñaste una valiosa lección, Dubois. Una lección sobre la ventaja de la proximidad. La información privilegiada se mueve más rápido que la burocracia. Dado que la Galería Blackwood aparentemente tiene la capacidad de usar mi análisis de mercado para sus propios fines, me parece justo que yo tenga la capacidad de supervisar tu trabajo en tiempo real. Considera esto un... requisito de seguridad.

Señaló el escritorio con un movimiento de su mentón.

—Tu laptop está sincronizada con mi pantalla principal. Tus documentos están en el cajón bajo llave que solo yo puedo abrir. Todo lo que necesito para la fusión es aquí, y por lo tanto, tú también.

Ella sintió que el calor le subía al cuello. Era humillante. Era una jaula de cristal con una vista millonaria. Y exponía su falsa animosidad a cualquiera que entrara.

—Esto es acoso profesional, Liam.

—¿Lo es? El contrato de consultoría no especifica el área de trabajo. Y dado que la fusión es un tema de seguridad de mercado, creo que mi equipo apreciará la transparencia. Si tienes algún problema con esto, por supuesto, puedes presentar tu renuncia y pagar la penalización. Lo cual, dado tu reciente éxito con Molnár, asumo que es manejable.

La mencionó la pieza de Molnár como una advertencia: Sé que me has robado la información y lo has usado contra mí. Y me ha gustado.

Anastasia apretó los dientes. La única forma de salir de ahí era ganar. Y para ganar, tenía que quedarse en la jaula.

Ella suspiró, recogiendo su bolso. —Bien. Ya que quieres colaborar...

Se sentó en el escritorio más pequeño, el asiento incómodo, sintiendo el peso de su mirada. Abrió su laptop y se dispuso a trabajar, ignorándolo.

La Intrusión.

Durante las primeras horas, el silencio fue la peor arma. Liam trabajaba en su escritorio, a veces tecleando, a veces haciendo llamadas en voz baja. Anastasia intentaba concentrarse en las cláusulas del contrato, pero su presencia era un campo de fuerza que distorsionaba todo a su alrededor.

A media mañana, Liam se puso de pie, haciendo una llamada. Habló en voz alta y firme, discutiendo cifras que harían temblar a la mayoría de los gobiernos. Mientras hablaba, se acercó al escritorio de Anastasia.

Ella se tensó, fingiendo que escribía.

Él se detuvo junto a ella, su voz resonando por encima de su cabeza.

—Sí, haz la transferencia hoy. La libra se debilitará por el informe de la Junta. Muévete rápido.

Liam colgó el teléfono, pero no se movió. Su mano se apoyó en el borde del escritorio, a solo centímetros de su hombro. El olor a colonia de vetiver y poder inundó su espacio personal.

—Dubois—dijo, en voz baja.

Ella levantó la cabeza. Estaba demasiado cerca. Su camisa blanca de negocios, impecablemente planchada, estaba tensa sobre su pecho.



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En el texto hay: suspensepsicológico

Editado: 21.11.2025

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