El Desafío de las tres Lunas

Prólogo.

El Eco del Rubí.

El silencio en Blackwood Gallery no era la ausencia de sonido, sino la respiración contenida de siglos de historia. Cada pincelada, cada talla, cada fibra de seda antigua, susurraba su legado en las galerías apenas iluminadas. Anastasia Raskova conocía esos susurros mejor que nadie. Era la joven curadora que, a base de agallas y una mente afilada, había escalado los muros de esa institución familiar que, como un titán cansado, se tambaleaba en el umbral de la modernidad.

Anastasia recorrió la sala principal, donde el Rubí de Alejandría –un latido rojo y pulsante en el corazón de la galería– descansaba bajo su cúpula de cristal blindado. Era el tótem, el símbolo fundacional, el alma de Blackwood. Y sentía que su luz se atenuaba.

La verdad era un espectro frío: Blackwood estaba muriendo. Las viejas fortunas se evaporaban, los mecenas se retiraban, y las nuevas generaciones buscaban el arte en pantallas, no en lienzos polvorientos. Los métodos obsoletos y una dirección anclada en el pasado estaban ahogando la galería. Anastasia lo sabía. Y lo que es peor, alguien más también.

El aire frío de la noche trajo consigo el inconfundible aroma a peligro. No era la brisa de la ciudad; era el eco de una amenaza que ya había cruzado los umbrales de Blackwood.

Liam St. Clair.

Su nombre no era un susurro, sino un golpe de martillo en el mercado global. Magnate. Calculador. Joven, sí, pero con ojos que hablaban de viejas batallas. Su imperio, St. Clair Global, se alzaba como un depredador sobre el ecosistema cultural, y Blackwood era su próxima presa.

La invitación llegó con una simplicidad engañosa: una cita, una cena, en el rascacielos que dominaba el skyline, eclipsando incluso a los más antiguos y respetados edificios.

Anastasia llegó, vestida con la armadura discreta de la ambición. Liam la esperaba en un despacho minimalista, con vistas a la ciudad que parecía doblegarse bajo su voluntad. No había cuadros en sus paredes, solo la promesa de un poder sin adornos.

Él no perdió el tiempo con preámbulos. Su voz era templada, cada palabra una pieza de un ajedrez milenario.

“Señorita Raskova,” comenzó, sus ojos tan agudos como los rayos láser de seguridad de Blackwood. “La Blackwood Gallery es un mausoleo. Una reliquia. Pero tiene potencial. Usted tiene potencial.”

Deslizó una carpeta sobre el cristal de la mesa. Dentro, no había una oferta de compra formal. Había algo más insidioso. Fotos de las grietas en el techo de Blackwood, de los archivos polvorientos, de los balances rojos. Y después, una propuesta. Una posición. Una oportunidad para liberar a Blackwood de sí misma.

“La veo, Anastasia,” continuó Liam, pronunciando su nombre como si fuera un código descifrado. “Usted ama ese lugar. Pero no es ciego a sus fallos. Ofrezco la oportunidad de derribar lo viejo para construir algo nuevo. Con usted a mi lado.”

Anastasia sintió una oleada helada. Él quería que ella fuera el caballo de Troya. La daga en el corazón de su propia herencia. Era una tentación oscura, el poder que ella siempre había anhelado, envuelto en la traición.

Miró las fotos del Rubí de Alejandría que también estaban en la carpeta. La joya de la corona. El alma.

“¿Y a cambio?” su voz apenas un hilo.

Liam sonrió, un gesto que no alcanzaba sus ojos. “A cambio, señorita Raskova, Blackwood vivirá. Bajo mi égida, claro. Y usted… usted ascenderá hasta donde nunca soñó.”

Anastasia tomó la carpeta. El peso del papel era el peso de una decisión que podría salvar o destruir todo lo que amaba. Liam no solo quería la galería; quería su alma.

Pero mientras lo miraba, algo más encendió en sus ojos. Una idea. Una chispa peligrosa. Si él quería un juego de engaños, ella le daría uno. Porque si él era el depredador, ella sería la araña que teje la red. Y el Rubí de Alejandría, por ahora, seguiría latiendo.



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En el texto hay: suspensepsicológico

Editado: 25.11.2025

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