El deseo de Afrodita

Capítulo 2


 


—Ese de ahí asaltará un banco esta tarde —afirmó Berzy, señalando a un hombre con corbata.

—¿Por qué lo dices? —pregunté.

—Pidió un expreso, necesita mantenerse despierto.

—Si tú lo dices. —Me reí.

—Es tu turno, adivina.

Eché un vistazo a los clientes y me detuve en un joven cabizbajo. 

—Él peleó con su novia —sugerí.

Entonces, entró otro muchacho que le plantó un beso en los labios, dejándome pasmada.

—O quizás no –comentó Betzy—.  Tienes que aprender a mirar fuera de la caja.  —Miré esa maquina que usábamos para cobrar el dinero—. No, no está caja, la otra.  Mira, esto lo leí en Internet.  Si vas en tu auto en una noche lluviosa y te encuentras en un paradero una anciana a punto de morir, a tu mejor amigo que te salvó la vida años atrás y al amor de tu vida, pero solo tienes espacio para uno. ¿A quién llevas?

Lo pensé.

—Pero Betzy.  Los autos tienen cuatro asientos, yo ocupo uno y los demás pueden ir en los tres restantes —alegué.

—Pero te estoy diciendo que solo tienes espacio para uno.

—Tu acertijo está mal planteado, hay espacio para los tres.

—De acuerdo, de acuerdo.  Imagina que vas con el auto lleno porque compraste una cama, un sofá, una tele y cualquier otra cosa enorme que apenas pudiste meter adentro y te estás arriesgando a una infracción por llevarlo todo amarrado y tapando los espejos.  ¿Está bien? ¿A quién llevas?

Me encogí de hombros.

—Pues al que caiga. 

Betzy rodó los ojos y bufó exasperada.

—Bien —dijo—.  Cúbreme, iré al baño.

Estuve un rato sola, dándole vueltas al asunto, hasta que apareció el chico de pocas palabras que ayer había usado una polera de The Cramberrys.  Hoy traía una carita cuadrada, color rojo, que reconocí al instante.

—Un americano —pidió.  Anoté su pedido y como dictaba la tradición, le pregunté su nombre—.  El que sea.

Asentí y no pude resistir la tentación de escribir en el vaso el nombre del grupo musical que habia inspirado su ropa aquel día.

—¡Bon Jovi! —grité.  El aludido se dio la vuelta.  Si el día anterior había logrado sacarle una sonrisa, esta vez conseguí una expresión de sorpresa, que exigía una explicación—.  Dijiste "el que sea" —justifiqué.

Su semblante se suavizó y asintió al tiempo que recibía su café. 

Cuando mi compañera regresó le conté mi logró.

—Vaya, quizás tú logres averiguar cuándo su gente planea invadir nuestro planeta —comentó.

—Que no es un ovni —reclamé.

—Asegúrate que no te secuestre —murmuró.

Inspiré profundamente, Betzy estaba demasiado "fuera" de la caja.

La idea se mantuvo en mi cabeza hasta que llegó la hora de cerrar el local.  Apagamos las máquinas, y subimos las sillas a las mesas, un procedimiento de rutina.  Había que dejar todo impecable para el día siguiente. 

Mi colega fue a la bodega a buscar el trapeador, para darle una pasada por el suelo, mientras yo terminaba de acomodar los muebles.    Para mi sorpresa, volvió con algo más.

—Feliz cumpleaños —dijo, sonriendo.

No pude disimular mi asombro.

—¿Cómo supiste?

—Facebook. —Fue su sencilla respuesta.

Sí, claro.  La vieja confiable.

Abrí con cuidado la pequeña bolsa de papel y sonreí al ver una taza con la constelación de virgo dibujada.  Aunque la gente suele pensar que la astrología y la astronomía tienen algo que ver, yo estudio la segunda y de la primera no tengo idea.  Mi único logro es identificar el grupo de estrellas que rigen mi nacimiento. 

De todos modos, era un precioso regalo.

—¡Muchas gracias! —exclamé, abrazándola.

—No es nada —contestó Betzy—.  ¿Piensas celebrarlo?

Claro.  Abriendo la carta de mamá y acostándome temprano.

—No.

—¿No? —repitió asombrada—.  Tienes que hacer algo.

—No —repliqué.

—Sí.

—Es mi cumpleaños, yo decido qué hacer —argumenté.

Betzy tardó un momento en encontrar una falla a mi lógica

—Bueno, pero ya que tú elegiste la música ayer, hoy me toca a mí —repuso, antes de hacer retumbar los parlantes con reggaeton.  Tomó mis manos y me obligó a bailar.  Por supuesto que opuse toda la resistencia del mundo y no disimulé mi horror al verla llegar hasta el piso—. Anda, cumples veinte, no cincuenta.

—La idea es llegar a los cincuenta —repuse.

—Si no quieres bailar conmigo, baila con él —sugirió, entregándome el trapero.

—Puedes imaginarte que es el ovni que toma café.

—Ya te dije que no es un ovni.

—¡Pero vaya que toma café! —replicó.

Aunque no tenía ganas de bailar, me quedé haciendo lo que por ahí podría llamarse "disfrutar del momento".  No tenía ganas de volver a casa, donde papá seguramente había comprado una torta por compromiso y Jena, su esposa, y Elias hicieran todos los esfuerzos faciales en mostrarse felices por mí.

Solo había una cosa que me importaba realmente, leer la carta que esperaba en mi cuarto y tendría que esperar a que se completaran las formalidades del cumpleaños. 

En el fondo sabía que mientras más temprano regresara, menos tendría que esperar para recibir el saludo de mi madre, pero tampoco quería despedirme de Betzy, quien pudo haberse ofrecido para terminar de limpiar ella misma para dejarme a mí ir a disfrutar mi día.  Pero ambas sabíamos que no sería así, ella porque pensaba que yo era una ostra aburrida dentro de su caja, y yo porque en realidad conocía lo que me esperaba en casa.

Este intento de fiesta era lo más genuino que una persona viva podía ofrecerme y había decidido aceptar el regalo.


 


 




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