El deseo de Afrodita

Capítulo 4

Los sábados a mediodía la tienda de café suele estar muy vacía, de modo que intenté terminar el formulario de la pasantia en el observatorio.  Tenía muchos puntos a mi favor,  por ejemplo...

—Primer lugar torneo escolar de física, medalla de oro en las olimpiadas nacionales de matemáticas, becada para los talleres de ciencia e innovación, expositora en el seminario estudiantil de nuevos avances de la astronomía —El papel desapareció de la mesa y Betzy leyó las primeras líneas en voz alta—.  ¿En qué momento de tu vida hiciste todo esto?

—Me aburría en casa —contesté con sarcasmo.

—¿Es broma? —preguntó.

—Quizás solo quería destacar en algo —repuse, dejando reposar la cabeza sobre la mesa.

—Sí querías llamar la atención de tus padres, chocar el auto es mucho más efectivo, créeme.  —No respondí y se hizo el silencio por unos instantes—.  Oye, ¿no quieres hacerme la tarea?

Levanté la mirada y me encontré con un par de ojitos suplicantes.  Asentí confundida, hasta que fue por su mochila y me entregó una hoja con ejercicios de secundaria.

—¿Cuántos años tienes? —cuestioné.

—Diecisiete.

Me sorprendí.  Primero, porque se veía mayor, y segundo, por el hecho de que lleváramos más de un  año encerradas en el mismo recinto y hasta entonces no me había preocupado de ese detalle.  ¡Ella me había comprado un regalo de cumpleaños y yo ni siquiera sabía su edad!

—Trabajas y estudias —dije, como si fuera algo horrible.

—Tú también —replicó con simpleza.

Iba a contestar que yo tenía a una persona que mantener a mis expensas, pero acababa de aprender una nueva lección.   No podía juzgarla sin conocer sus motivos, ella tenía sus necesidades y yo las mías, así funcionaba.

—De acuerdo, comenzaremos con este ejercicio —señalé.

Betzy hizo una mueca.

—¡Pero te pedí que lo hicieras tú! —reclamó.

—Sí, pero te haré algo mucho mejor: ¡clases particulares!  Y más encima son gratis.

Por su expresión pude ver que no le gustaba en absoluto la idea, pero yo sabía que me lo iba a agradecer algún día.

—En serio, deberías esforzarte en mantener un ambiente laboral tranquilo y agradable con tus colegas —masculló.

Esa tarde aprendí dos cosas nuevas sobre Betzy, la primera era que no le gustaban las matemáticas y la segunda, es que era muy testaruda.

Íbamos por el quinto problema cuando la campanilla en la puerta nos interrumpió.  

—¡Clientes! —exclamó Betzy, feliz de poner termino a su tortura numérica.  Su entusiasmo se apagó tan pronto reconoció al visitante—.  Oh, ese cliente.

—No seas así —la reprendí.

El recién llegado se acercó a la caja y al encontrarla vacía, nos buscó con la mirada.  Al reconocernos, nos indicó con una mueca que fuéramos a tomar su pedido.

—Vamos, puedes prepararle su café mientras lo pide —señaló Betzy, haciendo hincapié en el hecho de que siempre pedía lo mismo.

No alcanzamos a ocupar nuestros puestos cuando alguien más entró al local.  Una chica, de cabello rojo, muy guapa, que venía a acompañarlo.  Ambas quedamos pasmadas, en el rostro de Betzy se asomó una sonrisa pícara, mientras que en mi caso, fue de decepción, quizás porque en el fondo siempre sentí que lo entendía, al menos un poco.  Creí que teníamos los mismos problemas para generar lazos interpersonales con los demás, pero ahora descubría que él sí tenía vida social y yo seguía siendo una ostra sin amigos.

Lección del día: no volver a creer que conozco a alguien a partir de su apariencia.

Él pidió su habitual expreso y ella prefirió un latte.

—¿Nombre? —preguntó Betzy en la caja.

—El que sea —contestó el muchacho.

—Adrian —lo regañó su amiga.

Así que tenía nombre.  Y uno muy lindo, por cierto.  Aunque, por su expresión, no parecía muy feliz de revelarlo.

Reparé en el diseño de Red Hoy Chilli Peppers de su polera.

—Lizzie —llamé primero a la chica, quien me agradeció muy amablemente.  Luego me giré en dirección al cliente habitual, quien parecía incómodo—.  Red Hot Chilli Peppers.

Su expresión inquieta volvió a tornarse seria.  Todo estaba bien.

Está era mi definición de un buen servicio.




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