El deseo de Astaroth

El deseo de Astaroth

 

—¿Se puede saber qué es este escándalo? —gritó Astaroth al oír los chillidos de sus secuaces—. ¿Es que una no puede tener un momento de tranquilidad para afilarse las garras? —rugió con fuerza, se levantó de su trono empujando a los ineptos que tenía a ambos lados y caminó con una seducción muy propia de ella hacia la puerta, moviendo su cola roja, larga y estrecha de un lado a otro.

No obstante, la diosa de la lujuria y la lascivia del inframundo se quedó parada, con las manos en sus caderas al ver que esos estúpidos demonios que estaban a su servicio arrastraban un cuerpo mientras se reían como descerebrados.

Uno de ellos cogió la cabeza del hombre para levantarla sin cuidado alguno para que Astaroth viera de quién se trataba. No daba crédito.

—Vaya, vaya. Mira a quién tenemos aquí —canturreó la pelirroja acercándose al ángel con contoneos más provocativos que segundos antes. Sin lugar a dudas, era una visita que no se esperaba en absoluto, pero sabía que podía divertirse con él, y mucho—. Y, ¿a qué debemos el honor de que el gran Arsen haya pisado la oscuridad del inframundo?

Astaroth quedó prendada de sus claros ojos azules mientras que él, estaba hipnotizado con sus preciosos ojos dorados que echaban chispas cada vez que veía algo de interés. Y en ese momento chispeaban como nunca.

Los secuaces de Astaroth zarandeaban a Arsen y se burlaban al ver el rostro del ángel contraerse de dolor.

—Soltadle —ordenó firmemente y éstos no tardaron ni un solo segundo en hacerlo y alejarse a una distancia considerable de la mujer—. Parece que el angelito ha perdido sus divinos y celestiales poderes —le sonrió burlonamente antes de caminar hacia él para contemplarle en todo su esplendor.

—Es lo que pasa cuando un ángel entra en el infierno, Astaroth. —Por fin habló y la diosa del submundo sintió en sus negras alas una sacudida, como si de un escalofrío se tratase al oír su grave y varonil voz. Volvió a colocarse delante de él a corta distancia. Tan corta que sus pezones desnudos estaban a punto de rozar el pecho de Arsen.

—Y, ¿a qué se debe tu visita?

Su aliento chocó contra el rostro del ángel haciéndole tragar con dificultad. Hacía mucho tiempo que no la veía y seguía tan espectacular como siempre. Esa melena de fuego ondeando por la leve brisa densa del inframundo seguía perturbándole y sus ojos dorados seguían invitándole al pecado.

Él era Arsen, también conocido como el más fuerte. Él era el más fuerte de todos, pero Astaroth seguía siendo su debilidad, aunque eso ella no lo sabría jamás. Intentó aparentar que su presencia no le importaba en lo más mínimo y mucho menos le afectaba, así que sonrió sin bajar la vista de sus ojos.

—Antes preferiría que te taparas un poco —se atrevió a pasear su mirada por su cuerpo completamente desnudo percibiendo la gran sonrisa que Astaroth estaba esbozando en sus labios.

—¿Por qué, Arsen? No hay nada que no hayas visto— él alzó una ceja mirándola mientras caminaba de nuevo hacia su trono y se sentaba con las piernas cruzadas. Hacía mucho tiempo que no veía nada tan sensual como ese simple movimiento de cruzar sus piernas, aunque que no llevara nada tapando su intimidad ayudaba bastante—. ¿Acaso temes volver a caer en la tentación? —Arsen soltó una carcajada acercándose al trono de la mujer que fue su perdición tiempo atrás.

—Astaroth, no me hagas reír. No volvería a caer rendido a tus pies en lo que me queda de inmortalidad. Me libré de mi castigo hace un siglo y sigo sin saber cómo, así que no. No volvería a pasar por aquello. No soy tan estúpido como crees. Ya no.

Astaroth tragó con fuerza. Ella sabía cómo y por qué Arsen había quedado libre de castigo, y se acordaba cada día a cada segundo que pasaba en el submundo. Sin embargo, jamás se lo confesaría a Arsen. Jamás.

—¿Y puedo saber a qué vienes? ¿A perturbar mi estancia en este maravilloso lugar? —señaló con sus manos todo lo que le rodeaba—. Cuando por fin me había librado de angelitos como tú —sonrió mostrando todos sus dientes de la forma más falsa que pudo pensando que le había ofendido.

Arsen, sin embargo, no sintió más que gracia ante aquellas palabras. Decidió curiosear todo lo que había en aquella habitación, dándose el lujo de pasearse sin que nadie le dijera ni le prohibiera nada. Siempre tuvo la curiosidad por saber cómo era el inframundo y cuando por fin pudo poner un pie allí, no se iría sin ver que había allí.

No se parecía ni de lejos al cielo, aunque no lo esperara. Pero había algo allí que en su hogar no había ni habrá jamás. Astaroth.

—Necesito tu ayuda —confesó Arsen volviendo hacia el trono de la pelirroja y ella alzó una ceja dejando de enredar un mechón de su pelo en su dedo índice y se levantó haciendo que el ángel apartara sus ojos de ese cuerpo del pecado.



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En el texto hay: angelesydemonios, castigo

Editado: 29.03.2018

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