El deseo de Emma

42 | Operación papis juntos

Después de un día cargado, Thais se colocó sus cremas en todo el rostro y se acostó. Roy tenía a Emma recostada en sus costillas. Estuvieron viendo televisión por un rato, y Emma se durmió. Se recostó mejor en su costado, y Thais pudo acostarse al otro extremo. Miró a la niña dormida y se aplicó más crema en las manos.

No le molestaba que la niña estuviera con ellos, pero no de noche. La noche era lo único que tenía con él, y quería aprovecharlo.

—¿La llevarás a su cama? —preguntó frotándose las manos.

Roy no la quiso molestar. Lucía tan angelical durmiendo, además de que nunca la veía dormir. Se perdía sus sueños y sus despertares. El que se durmiera con él era lo más cercano que tenía con ella.

—Puede quedarse aquí.

—No, no puede —refutó Thais—. Llévala con su madre.

Roy frunció el ceño.

—También es mi hija.

—Y yo soy tu novia, y la noche es mía —sentenció—. Llévala.

Roy no quería pelear. Él odiaba pelear con quien fuera, por eso subió a la niña a su hombro y la sacó de la habitación. Cruzó todo el pasillo hasta el final donde estaba la otra suite. Tocó a la puerta y Samantha, que estaba comiendo uvas en la cama, se levantó.

Emma se removió en su hombro y frotó sus ojos.

—¿A dónde me llevas? —le preguntó.

—Emma, amor, te estás durmiendo —susurró lo más tranquilizador posible—. Vamos a llevarte con mamá.

—Me quiero quedar aquí. Por favor, papi —pidió, pensando que aún estaba en la habitación con él—. Quiero dormir contigo.

Roy también quería eso. Quería compartir todo con su hija.

—Es mejor que te lleve a tu cama —dijo.

Emma se removió y bostezó.

—¿Y vendrás a dormir conmigo? —preguntó.

—No puedo, cariño.

—No me gusta cuando dices que no puedes —dijo—. No me gusta.

Samantha abrió la puerta y se encontró con la escena más adorable del mundo. Su Roy estaba en pijama, descalzo, y su hija estaba adormilada en sus brazos. Era la escena de una película de amor, de esas que tanto amaba ver con Emma y que Emma no entendía. Era la postal perfecta de la familia perfecta, y a Sam le costó volver a colocar los pies en la tierra después de flotar.

—Es tarde —comentó—. Creí que se quedaría contigo.

Roy hizo una mueca.

—Aquí esta.

Sam se quitó de la puerta para que Roy entrara.

—Mi papi me echó de su cama —comentó Emma.

Roy la dejó en su cama.

—No es cierto —dijo mirando a Sam.

—Sé que no es cierto.

Emma sacó la lengua.

—Ah, odio que no me creas —dijo—. Soy buena mentirosa.

Sam la arropó bien y Roy se sentó a su lado en la cama. Era toda una niña caprichosa y mala mentirosa, pero era su caprichosa. Era el fruto de algo que, aunque no terminó bien, se formó hermoso. Sam se cruzó de brazos y Roy acarició el cabello de su pequeña.

—Descansa, linda —dijo besando su frente—. Papá te ama.

—Lo sé, así como sé que sabes que también te amo.

Emma también le dio un beso y Roy se levantó. Sam vio como los músculos definidos y pocos se redirigieron y apretaron bajo su suéter manga larga de algodón. Fuera de la noche en la que fue concebida Emma, no sintió ese deseo por él, como la distancia lo generó. No entendía porque, pero aun podía sentir sus manos en su cadera cuando la subió al caballo. Podía sentir el calor de su pecho contra su espalda y esa sensación hormigueante en sus piernas. Podía sentir sus latidos, sus roces, su anticipación.

Podía sentirlo todo cuando lo miraba a los ojos, de la misma forma que él sentía que su mundo sería perfecto con ella a su lado. No importaba lo loca que estuviera. Sam era suya.

—Descansa, Samantha —dijo suspirando.

Samantha también desvió la mirada.

—Igual, Roy.

Sam lo dejó caminar solo a la puerta y desaparecer. Para Sam no sería nada sencillo tenerlo tan cerca siempre. Rezaba para que la licencia del trabajo terminara para que volviera a Edimburgo. Por cámara no escuchaba su voz tan cerca, no sentía el calor de su aliento contra su oreja o en sus mejillas. A la distancia no quería besarlo ni sentir su cuerpo. A la distancia no lo necesitaba.

Samantha se metió bajo las sábanas de su propia cama y miró a Emma. Aun se preguntaba cuál era el deseo de su hija. Se preguntaba qué era eso que le escondía, y si ella podría cumplirlo. Quería saber porque casi mató a Santa por eso. Merecía saberlo, pero esa noche nadie se lo diría, por lo que apagó la luz hasta el siguiente día, cuando a la hora de diana se levantó para prepararse.

Roy tocó a la puerta y no esperó que le abrieran para entrar.

—¡Buenos días! —gritó animado porque era un nuevo día hermoso—. Hoy vamos a subir una montaña y a acampar.

Emma se removió en la cama y metió la cara en la almohada. Samantha estaba casi lista, pero la dejó que despertara más tarde.




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