El deseo de Eros

Capítulo cuatro; batallas perdidas.

—Esto es un cuchitril. —Eros tapó su nariz e hizo una mueca de desagrado—. Limpien todo esto muy bien. No quiero una sola partícula de suciedad aquí. 

—¿Piensa arreglar la casa? —inquirió Selena—. Algunas partes están deterioradas. 

—¿Cómo se te ocurre? —espetó—. Quiero destruirla, no arreglarla. Solo necesito limpiarla bien para poder soportar estar aquí. No quiero que ningún recuerdo de ese hombre se cruce en mi camino—masculló.   

Su padre no había dejado casi nada a la vista. Lo único familiar que había encontrado al llegar eran los muebles antiguos, del resto, el lugar estaba lleno de botellas escondidas por cada rincón del lugar. Al parecer, el anciano tampoco pudo soportar vivir allí. No entendía por qué le había heredado la mitad a ese hombre andrajoso ¿Lástima? ¿Compasión? 

Prefería mil veces que esa fuera la razón y no que lo viera como algo más cercano. 

Como un hijo.  

—Entonces, ¿este es su plan? ¿Ser vecino del albañil? —preguntó su asistente. 

—¿Se te ocurre algo mejor? 

—Honestamente, no. Sus únicas dos opciones es correrlo de aquí o seducirlo descubriendo sus verdaderos deseos, y solo puede lograr eso estando cerca de él ¿Ha sido amable? 

— He hecho el esfuerzo—gruñó Eros—. ¿Trajiste lo que te pedí? 

—Sí, ya lo dejé en su puerta. 

—¿Has logrado averiguar algo? 

—Aún nada. Quizá es un prófugo en su país o algo. La información que he encontrado es casi nula. 

Eros masajeó sus sienes, buscando paciencia donde no la tenía. Vivir allí lo estaba hartando, más aún cuando no lograba conseguir nada. Jamás pensó que tendría que pasar tanto tiempo metido en esa casa, pero el albañil era más obstinado de lo que había imaginado.  

Escucharon movimientos detrás de la puerta donde se encontraba el pasillo de la cocina. Eros moduló un «No hables» y le hizo un ademán a su asistente para que se asomara por la ventana junto con él. Unos minutos después de haber escuchado el movimiento por la cocina, observaron como la puerta trasera de la casa se abría.  

 

Alexa rascó su cabeza, aún recuperándose del sueño reparador que había tenido. Toda la semana había estado llena de arduo trabajo en la construcción. En ocasiones no pudo conciliar el sueño sabiendo que había un hombre que la odiaba a solo metros de ella, sin contar las continuas propuestas y regalos que el hombre le ofrecía cada vez que tenía oportunidad.  

Cuando dijo que intentaría encontrar su precio, no pensó que fuese tan en serio. No dejaba de invitar a sus pretenciosas cenas y veladas llenas de mujeres guapas luciendo vestidos de seda. No lo veía en demasiadas ocasiones, pero siempre que lo hacía estaba acompañado de una mujer, luciendo un traje caro y un aire de superioridad que ya le estaba causando náuseas. 

Sólo esperaba que ese día no hiciera de las suyas. Mantenerse todo el tiempo en guardia le estaba resultando agotador. Era fin de semana así que lo más seguro era que Eros no se encontrara allí. Un hombre como él jamás pasaría un fin de semana en una casa que no se acoplaba a su estilo de vida. Se preguntó cuánto tiempo soportaría estar ahí, sobre todo cuando era evidente que no toleraba estar bajo ese techo. De vez en cuando se detenía en la cocina y guardaba silencio para escucharlo deambular, como un alma en pena en busca de algo que lo librara de sus aflicciones. 

Si bien había una parte de ella que no lo soportaba, otro lado seguía guardando sus reservas. No podía terminar de juzgarlo cuando no lo conocía del todo y sabía que el trato despectivo que tuvo hacia ella la primera vez que la conoció se debía a que ella se había metido en su vida sin previo aviso, quitándole algo que por derecho le pertenecía. Por esa razón estaba intentando ser más comprensiva con sus actitudes. Guardaba la esperanza que su corta estadía ahí lo hiciera retractarse de la idea de destruir la casa pues, a veces, lo único que las personas necesitaban para sanar, era enfrentar sus heridas y ver qué tan profundas eran. 

Sujetó los azulejos y los colocó en la carretilla, repitiendo el mismo procedimiento con las otras cinco docenas, luego tomó el cincel, la espátula y el martillo, dejándolos también en la carretilla. Abrió la puerta y empujó el volquete por la rampa de madera que había puesto frente a ella. Se detuvo de golpe al ver la motocicleta último modelo que se encontraba frente a la casa con un enorme moño rojo.  

—¿Qué…? 

Levantó la mirada al oír el tintineo de unas llaves. Un resoplido cansino salió de sus labios al ver a Eros acercarse con una enorme sonrisa y agitando unas llaves en sus manos. Lucía igual de impecable que siempre, con su traje negro azulado y su asistente como su fiel escolta. El magnate silbó al ver la motocicleta, como si no hubiera sido él quien la puso allí.   

—¿No le parece hermosa, señor Martinelli? Una Ducati Multistrada de este año es lo que usted necesita para ir a su trabajo. Me apenó mucho que rechazara el auto porque no sabía manejarlo, así que le traje algo más…, sencillo. Tómelo como un regalo de vecinos. 

Alexa lo observó, cansina—. Primero un auto y ahora una motocicleta ¿Qué sigue? ¿Una moto acuática? ¿Un jet privado? ¿Una nave intergaláctica? —Eros le hizo un ademán a Selena para que anotara—No, señorita, no lo anote—suspiró y se dirigió a él—. Deje de hacer esto. Es incómodo y molesto ¿Cómo podría llegar a mi trabajo montado en algo que vale más de lo que ganaría en un año con horas extras?   

—Si hubiese aceptado mi cheque en blanco— 

—Pero no lo acepté, supérelo—aseveró Alexa. 

Eros apretó su mandíbula, sonriendo tenso—. Señor Martinelli, si tiene un ápice de inteligencia en esa cabecita, debería volver a meditar mi propuesta. La volveré a poner en pie sólo porque me causa algo de pena verlo trabajar un domingo tan temprano. Es deprimente. Mire nada más como—calló al agachar la mirada y ver los azulejos. Su rostro se ensombreció. 




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