El deseo de Eros

Capítulo cinco; cortocircuito

Era Domingo por la tarde y Eros apenas había llegado del centro de la ciudad. Se había ido esa semana para poder atender al presidente de la industria San Román y servir de anfitrión en la reunión del conglomerado. Lo menos que deseaba era pasar la noche en esa casa cuando podía estar en su suite presidencial disfrutando de una hermosa compañía y una copa de vino, pero el trabajo no podía esperar. El día siguiente sería lunes y tenía que incordiar al albañil para amargarle la existencia, ssí tuviera que amargarse la suya en el proceso. 

No obstante, el recibimiento que tuvo lo tomó completamente desprevenido. Había unos siete hombres entrando y saliendo del lado de la casa donde vivía el Albañil, cargando mezclas de cemento, tablones de madera y herramientas de construcción. Se acercó, y en cuanto reconoció los viejos tablones de madera que iban en el piso, su rostro se deformó de ira. 

—¿Qué hacen ustedes aquí?

Los hombres se paralizaron. Eros Vivalti era intimidante y hostil. Aunque le habían prometido a Alex que lo ayudarían, si ese hombre decidía arremeter contra él, lo más probable es que retrocedieran como primera reacción. Parecía una bestia a punto de atacar.

—Señor Vivalti.— Eros giró sobre sus talones al oír esa despreciable voz. Alexa le hizo un ademán a Julián con el mentón para que dejara el bambú en el suelo, colocó las manos en sus caderas y le sonrió—. ¿Cómo le fue en su viaje, vecino? 

Eros dio largas zancadas para llegar a ella en cuatro pasos. La miró, gélido y a punto de perder la calma. 

—¿Qué es lo que estás haciendo, albañil? 

—Oh, mis compañeros de trabajo han decidido ayudarme con la restauración de la casa—respondió con naturalidad. 

Eros apretó sus labios y abrió sus ojos, desmesurados y aniquilantes. 

—¿Estás...restaurando la casa? 

—Es lo que dije. Cambiaremos toda la madera del piso y los bambúes. Los hemos encontrado a un precio de ganga. 

—¡Tú…! —lo señaló y luego empuñó su mano—. No tienes ni dónde caerte muerto, albañil ¿De dónde sacaste el dinero para intentar restaurar esta casa? 

—Antes que nada, sí tengo dónde caerme muerto—señaló su parte de la casa—, segundo, no es de su incumbencia. Le dije que no iba a permitir que se saliera con la suya. Pondré esta casa hermosa. Como lo era antes. Si me disculpa, tenemos un piso que desmantelar y una pared de bambú que restaurar ¡Julián, ven aquí, ya terminé de conversar con el señor Vivalti! 

—¡Vo-voy! 

Eros la tomó del brazo, inmovilizándola. Alexa agachó la mirada y observó su agarre, no era fuerte o doloroso, pero era firme y…le hizo sentir extraña, como si ese intenso sentimiento de desprecio por parte de ambos de pronto hubiese hecho cortocircuito en el instante en que sus pieles se rozaron. Alzó la mirada para asegurarse que él había sufrido de la misma sensación, pero solo encontró la misma mirada intensa y arrolladora color café. 

—Te lo advierto ahora, albañil. Deja de invertir tiempo y dinero en esto, porque será más agonizante cuando te toque ver este lugar hecho trizas.  

Alexa se zafó de su agarre, sin poder soportar más su cercanía—. Eso ya lo veremos—le dio la espalda y se agachó para sujetar el bambú—. ¡Julián! 

El hombre, que había estado viendo la escena de odio protagonizada por esos dos, asintió y aceleró el paso hasta ella, sin decir una sola palabra. Eros no se movió del lugar, sin dejar de verla fulminante. Resopló al verse ignorado de forma garrafal y caminó hecho una furia hasta la entrada de su puerta. Julián se exaltó al oír el fuerte azote que le dio la puerta y miró a Alexa, espantado. 

—Por la virgencita, se me pararon los pelitos ¿Eso es con lo que estás lidiando? 

—Solo camina, este bambú pesa como el diablo—respondió Alexa. 

Julián resopló—. Ni mil bacinillas de oro son suficientes para soportar eso. 

                                                                 

Eros se movió de un lado a otro, ansioso. Desde que llegó no había dejado de escuchar ruidos de martillos, sierras y quién sabe qué más.  

¿Qué estaba haciendo ese albañil? 

¿Qué le estaba haciendo a su casa? 

—¿Restaurar? ¿Qué va a restaurar ese muerto de hambre? —se preguntó, sin dejar de caminar por toda la sala.  

Varias veces había contenido el impulso de patear la puerta de la cocina que conectaba ambas alas y ver qué era lo que estaban haciendo. Estaba inquieto y rabioso. Esa parte en específico de la cosa era demasiado delicada para él.  

Ahí estaba su habitación. 

Y la de ella. 

En ese lugar, ellas... 

Restregó su rostro, una y otra vez.  No podía alterarse. Era eso lo que el albañil quería. Se estaba vengando por lo que había hecho con la obra en la que estaba trabajando. No importaba qué tanto lo restaurara o si iba a cambiar algo, de todas formas, iba a destruirlo todo. Podía hacer lo que quisiera. 

Se sentó en el mueble y abrió su ordenador. Lo mejor era concentrarse en el trabajo. Tenía demasiado qué hacer. Encendió su purificador de aire, el aire acondicionado que había instalado en la sala y el televisor plasma para ver las noticias. De pronto, todo dejó de funcionar y el lugar quedó a oscuras. 

—¿Qué demonios? — la luz de la pantalla del ordenador era lo único que alumbraba su rostro. Se levantó y miró hacia todos lados—. ¿Cortaron la maldita electricidad? —espetó—. ¡¿Cómo es posible que…? —calló al ver una ranura de luz debajo de la puerta que conectaba ambas casas en la cocina. 

No había pisado esa cocina desde que había ingresado a esa cosa. Era la única que había y sabía que ir allí era tener que compartir el mismo entorno con ese albañil. Posó su oído en la puerta, intentando escuchar algo. Los incesantes ruidos de construcción habían cesado, pero logró escuchar risas y murmullos. 




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