El deseo de Eros

Capítulo seis; los problemas.

—Has enviado muy poco las últimas semanas.  

—Lo sé—suspiró Alexa, agotada—. Han sido semanas difíciles.  Me surgió un gasto extra y— 

—¿Un gasto extra? —inquirió la voz del otro lado de la línea—. No estás para gastos extras. Apenas y ganas lo justo para ayudar a tu hermano con tu madre y tu hermana. No sé si es que ya conseguiste un hombre allá y quieres darle la espalda a tu familia. Eso no se hace, Alexa. A pesar de todo, la familia es la familia. Ayudar a tu madre después de lo que hiciste es lo menos que le debes. 

Una dolorosa punzada surcó su pecho. Hubo una época donde Alexa era la luz adorada de la familia Martinelli, pero ahora sólo era la oveja negra y repudiada de la familia. Si la seguían tratando, era por el mismo lema que ella se repetía cada vez que alguna de ellos la llamaba y de esa forma encontrar la paciencia para no gritarle todo lo que la consumía por dentro. 

La familia es la familia.

—Entiendo, tía. Ya hice el depósito, no es demasiado, pero enviaré más para la próxima quincena.  

—Recuerda poner prioridades, Alexa. Si tu madre está así, es por causa tuya y es necesario que te hagas cargo. Siempre fuiste la más responsable de tus hermanos. Haz tu trabajo como hija. Sólo eso te digo.  

— Sí, tía.  

Colgó, sin poder soportarlo más. Su vista se concentró en el hermoso paisaje. Ni siquiera un océano había bastado para librarse del poder que tenían para hacerla sentir mal.  

—¡Alex! 

Sacudió su cabeza y se levantó de la cama. Salió a toda prisa, encontrándose con sus compañeros cargando sacos de arena.  

—¿Terminaste de llamar? Necesitamos ayuda aquí, su majestad.  

Correteó hasta el camión de carga que había alquilado, avergonzada—. Lo siento, la llamada me tomó más tiempo de lo acostumbrado. 

—Sí, sí. Ayúdanos a bajar los sacos. Estamos construyendo tu casa, no la nuestra—gruñó su maestro de obra.  

Alexa sonrió. Pese a su aire gruñón, era el que había estado más dispuesto a ayudarla. De ninguna forma pensó que lo hacía por ella, sino en nombre de la amistad que había tenido con el señor Abel. 

—Más te vale que nos dejes ver los partidos aquí los domingos—comentó Julián con voz ahogada debido al peso que estaba sosteniendo. 

—Y partidas de póker—añadió Santiago. 

—Y las fiestas de cumpleaños de todos nuestros hijos—continuó Julián.  

—¿No quieren que hagamos pijamadas? —inquirió Ignacio con sarcasmo. 

—Eso está descartado. Mi esposa no me dejaría, aunque le pagara dos meses de uñas acrílicas—aseguró Santiago.  

El resto no dejó de dar ideas sobre barbacoas, navidades y planes vacacionales de la cooperativa. Alexa reía con cada ocurrencia mientras restauraban las paredes y el piso. Lo que en su momento parecía un lugar abandonado y un poco tenebroso, cobró vida con el arreglo de los albañiles. Todos sus ahorros se habían ido en los materiales y el traslado así que llegó a pensar que no tendría el rendimiento suficiente para terminar la casa antes de los seis meses si lo hacía sola durante las noches y los fines de semana. Sin embargo, sus compañeros venían algunos domingos para darle una mano. No se atrevía a pedirle ayuda ya que corría el riesgo de que todo lo que estaba construyendo fuera demolido en seis meses. Sin embargo, agradecía su altruismo y amistad.

Las risas se amortiguaron al oír el rugido de un motor. Un lujoso auto negro se detuvo en la entrada. Alexa se incorporó, ansiosa. Desde el accidente eléctrico de aquella noche, no había sabido nada de su vecino. Ni siquiera podía ir los pasos en vela durante las noches, lo que le hizo notar que hace mucho que no se encontraba allí. Desde ese entonces, su parte de la casa había cambiado mucho. 

Eros bajó del auto, luciendo un traje negro y unos lentes oscuros. Aunque Alexa no pudo ver sus ojos, se dio cuenta—por la dirección de su cabeza y la postura rígida—que estos estaban fijos en su parte de la casa. Había una considerable diferencia entre la la parte de Alexa y la de Eros. Mientras la de ella parecía volver a florecer entre el bosque y las flores, la de Eros parecía caerse a pedazos más que antes.  

Esperó pacientemente el enfrentamiento que de seguro tendría con él, pero en vez de eso, solo vio estupefacta como Eros siguió su camino hacia la casa a pasos agigantados. Se apresuró a seguirlo, prefiriendo sus habituales reacciones hostiles a la indiferencia.  

—Señor Vivalti, quería—su oración quedó a medias debido al azote de la puerta que Eros había dado en su cara.  

Alexa suspiró, con los hombros y el semblante decaído. Giró sobre sus talones y volvió con sus compañeros, sin decir una sola palabra.  

—Lo salvas de ser Vivalti a la plancha, y así te paga—refunfuñó Julián—. Rico tenía que ser. 

—No todos los ricos son así—aseveró Santiago. 

—¿Acaso conoces a un rico? Tu primo Guillermo no cuenta. Ese anda en cosas raras. Eso de que ganó la lotería aún no me cierra. 

—Mi abuelita le dio el número en un sueño.  

—Por favor, Santiago. Si tu abuela escogiera a uno de sus nietos para darle la lotería, te aseguro que no escogería al que le robaba plata de la cartera. 

—Lo hizo precisamente para que no robara más.  

—Como si eso fuera a detenerlo ¿Acaso no viste al señor Vivalti? Es la persona más rica de la isla y le estaba robando electricidad al pobre Alex. La plata no quita la maña, ¿cierto, Alex? ¿Alex? 

—¿Ah? Sí, sí—respondió ella, con la mirada fija en la puerta por donde Eros había entrado. 

Muchas inquietudes llenaron su cabeza. Se había esforzado durante semanas para tratar de generar nostalgia en aquel hombre sombrío y hostil que tenía como vecino, pero su reacción la había dejado meditabunda. 

¿Iba por buen camino? 

A pesar de saber por parte del difunto señor Abel las historias que llenaban aquel lugar, quizá la perspectiva de Eros era completamente diferente y ella sólo lo estaba orillando a un momento desagradable de su vida.  




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