El deseo de Eros

Capítulo ocho: "Ese lugar..."

Después de una hora esperando que la faja se secara lo suficiente para ocultar sus senos, volvió a colocársela. No tenía bustos grandes, pero no quería correr el riesgo de ser descubierta. Al principio usaba vendas, pero a largo plazo comenzaron a hacerle daño, así que optó por ajustar una faja de neopreno para la cintura.  

 Se colocó la ropa que Eros le había dado y se miró en el espejo del baño. Con esa ropa formal lucía como todo un hombre. Ya no había rastro de aquella Alexa que amaba los tacones y los vestidos entallados. Respiró profundo antes de volver a enfrentarlo. No sabía qué esperar de él. Que la hubiese buscado y ver el edificio lleno de personas que apenas y tenían para pagar quince minutos bajo ese techo, había vuelto a cambiar la concepción que tenía de él. En un minuto podía detestarlo y en el otro simplemente volvía a quedar en blanco con lo que pensaba que podía ser su verdadera naturaleza. 

Salió del baño, con su ropa mojada en una bolsa, sin levantar la mirada.  

—Podías haber tirado esos trapos a la basura—comentó Eros, sentado en el mueble de la habitación.  

Alexa no replicó. No tenía ánimo para soportar una discusión. Tomó asiento del otro lado de la habitación y observó las ventanas selladas. Eros no perdió detalle a ninguno de sus gestos. El hombre parecía un alma en pena, ido y con la mirada vacía. Ambos se habían sumido en un silencio de palabras que fue llenado por el ruido de la lluvia. Finalmente, fue Eros quien decidió romper el mutismo. 

—¿Mi padre te contó como él y mi madre se enamoraron? 

Alexa asintió, sin mirarlo—. Ella era la hija de un comerciante acaudalado y él vivía con su abuela, que era costurera.  

Sonrió, nostálgico—. Se conocieron en ese bosque, siendo niños. Mi abuelo tenía una casa de verano cerca de allí y mi madre se había perdido persiguiendo a un colibrí. Ambos se hicieron muy amigos. 

—Su madre comenzó a ir más a menudo las temporadas de verano.  

—Y mi padre solo tenía mente para ella—repuso—. Fue cuestión de tiempo para que algo surgiera allí. En resumidas cuentas, fue difícil para ambos estar juntos, pero lo lograron. Mi padre estudió, se superó y trabajó duro para comprar ese lugar y construir la casa de los sueños de mi madre. Supongo que hasta ahí le contó la historia.  

Alexa asintió, con un nudo en la garganta. —¿Qué ocurrió después? 

—Tuvieron una hermosa hija y después de intentarlo de nuevo durante otros doce años, me tuvieron a mí. 

—¿Tenía una hermana? 

—¿No lo sabía? Pensé que estaba al tanto de todo. 

—Le dije que sabía lo suficiente. 

—De haber sabido lo suficiente no habría cometido la soberana estupidez de quedarse allí. —Alexa apretó sus labios, disgustada—. Mis padres se amaban demasiado, nunca he tenido duda de ello. Los recuerdos que tengo de mi infancia hasta los siete años, son felices. Mi padre pensó que para mi séptimo cumpleaños sería increíble llevarme a un observatorio, así que ambos emprendimos un viaje fuera de la isla para ver las estrellas en el centro de estudios astronómicos nacional. Mi madre y mi hermana mayor se quedaron ya que era un “paseo de chicos”—rio con amargura—. Ese día un huracán azotó la costa de la isla de Atlas. Perdimos comunicación con ellas, jamás se había registrado un ciclón tan fuerte en la isla, lo destruyó todo a su paso. Cuando volvimos, los rescatistas nos informaron que las habían encontrado abrazadas entre las ruinas de la parte oeste de la casa. O bien no tuvieron tiempo de evacuar o prefirieron quedarse allí. 

—¿Por qué él nunca me lo dijo

—Supongo que no quería que supiera que el lugar donde dormías había sido el lugar donde ellas habían muerto. Te dio esa parte de la casa porque él no podía soportar estar allí ¿Sabes cuántas veces construyó esa casa y cuántas las destrozó? Los primeros años pensé que era necesario que lo hiciera, después de todo, yo quería hacer lo mismo al perder a las personas que más amaba. Pero a medida que fueron pasando los años, fui superándolo. Él jamás lo hizo. Su vida giró en torno a ese lugar, se aferró a él tanto como se aferraron mi hermana y mi madre—lo miró—, tanto como te aferraste tú ¿Ahora entiende porque esa casa debe ser destruida? —inquirió con voz grave.  

Alexa no supo qué responder y él tampoco esperó su respuesta pues se levantó y salió de la habitación. 

Permanecieron tres días y medio en el hotel. Las primeras diez horas fueron las más intensas y el resto solo fueron lluvias y vientos fuertes. Alexa se ofreció a ayudar con la repartición de los alimentos perecederos y mantener la calma entre las personas. De vez en cuando veía a Eros caminar entre los pasillos, hablando con las personas y asegurándose de que todo estuviera en orden. Comprender la razón por la que quería destruir la casa, le permitió ver un poco más allá del aire gélido e intimidante que destilaba. Sabía que la única razón por la que se lo había contado había sido para persuadirla de darle su parte de la propiedad una vez que viera lo que había quedado de ella. Y aunque no lo demostrara, estaba resultando.  

Ya no tenía dinero, había rescatado lo más importante de sus pertenencias y no tenía un techo dónde quedarse. Aunque intentó aferrarse a la esperanza de poder repararla, toda ella se esfumó al volver y ver que no habían quedado más que escombros. 

Su corazón se resquebrajó al ver los daños. Eros la había acompañado para ver la parte de su propiedad. Algo dentro de él se removió dolorosamente al ver el lugar donde había crecido vuelto nada.  

¿En verdad su deseo había sido destruir esa casa? 

Si era así, ¿por qué sentía ese doloroso nudo en la garganta y esa pesadumbre en el pecho? 

—¿Realmente cree que se estaban aferrando a este lugar? — inquirió ella, sin dejar de mirar la casa—. Soy un inmigrante, señor Vivalti. No hay día en que no sueñe con mi casa. Con sus tejas naranjas, el patio trasero lleno de árboles frutales, el barranco por donde me lanzaba de niña, el camino que emprendía para ir a la escuela, con un bosque lleno de robles viejos y un parque donde me rompí la pierna por lanzarme del tobogán, el pequeño estadio donde me refugiaba cuando quería estar solo...—sonrió con nostalgia—.Cuando llegué aquí, lloré durante noches enteras. No había lugar o cosa que no me recordara todo lo que había dejado atrás. Fue doloroso y contradictorio pues, no todas mis experiencias fueron las mejores, pero seguía albergando esa añoranza y esa tristeza apabullante que me trancaba la garganta y me oprimía el pecho. A pesar de todo, yo seguía soñando con mi casa. Tenía ansias de volver a ella, aunque solo fuera una sola vez.  




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