El deseo de Eros

Capítulo nueve: no perdones si no quieres.

Alexa creyó que lo que había escuchado había sido una alucinación auditiva. Sin embargo, cuando Eros la citó para conversar acerca de la construcción y que financiaría todo el proceso, se dio cuenta que hablaba en serio. Alexa aún no podía creer lo estaba escuchando ni la disposición que el hombre tenía. Sin embargo, aceptó, poniendo sobre la mesa sus propias condiciones. 

—¿Quieres encargarte de la gestión del proyecto y el plan de obra? —inquirió Eros, incrédulo—. ¿Siquiera sabes qué es eso? 

—Me gradué de ingeniero civil en mi país, por supuesto que lo sé. 

Eros enarcó una ceja y luego entrecerró sus ojos, suspicaz. 

—¿Te graduaste de ingeniero civil? Si es así, ¿por qué razón trabajas de albañil? 

—No es fácil apostillar documentos de titulación cuando no se tienen los recursos. Debía presentar exámenes de autenticación y rezar porque alguna constructora me diera trabajo. Era arriesgarme con todo eso o comer y mantener a mi familia. 

El hombre del otro lado del escritorio abrió y cerró sus dedos, meditabundo. Alexa esperó pacientemente por su respuesta frente al escritorio. Eros miró a su asistente y esta se encogió de hombros.  

—De acuerdo, pero me gustaría ver tu título. 

—No voy a enseñarte nada. Acepta y ya— la observó como si hubiese perdido la cabeza por hablarle de esa forma. 

—¿Crees que me estás haciendo un favor? 

—Si lo hago mal, es más conveniente para ti ¿No quieres destruirla después? Eso te facilita las cosas. 

Eros presionó sus labios al comprender su jueguito mental.  

—Preséntame tu gestión del proyecto y voy a considerarlo—dictaminó, frío. Le hizo un ademán para que se fuera—. Hazlo de una vez.   

—Tengo otra condición. 

Eros volvió a verla, serio. —¿Cuál? —deletreó 

—Usted debe ser el encargado de todo el diseño de la casa. Conocía cada rincón más que cualquiera.   

Eros no apartó la mirada de ella, como si estuviese una dura lucha interna. Evadió la mirada y la posó en los papeles sobre el escritorio. 

—Como sea—gruñó—. Sólo haz tu trabajo. 

Alexa asintió, efusiva. Eros hizo una mueca al ver al albañil tan feliz. Jamás lo había visto sonreírle así. 

—¡Lo haré! —afirmó ella, emocionada. Salió con mesura de la oficina. 

Eros observó la puerta por donde se había marchado, sin saber qué era lo que estaba haciendo. Cuando vio la casa destruida y escuchó sus palabras, simplemente se ofreció a reconstruirla sin pensarlo demasiado. No iba admitir que le había afectado porque sería admitir que su pasado aún pesaba en él, pero no había sido indiferente. 

—Creí que quería ver la casa en ruinas—comentó Selena, con una sonrisa insinuante.  

Eros carraspeó y acomodó los papeles, levantándose de la silla—. Voy a destruirla después de construirla de nuevo. 

—Eso no tiene sentido. 

—Lo tiene para mí y es lo que interesa—replicó, estoico—. ¿No tienes cosas que hacer? 

—Muchas. 

—¿Y qué estás esperando? 

Selena asintió y salió antes que él con una sonrisa de oreja a oreja. Un ciclón le había arruinado la vida a su jefe y al parecer—de forma irónica—, un ciclón iba a arreglarla.  

                                                                     

Debido a que la casa había quedado arruinada, el abogado se ofreció en darle hospedaje a Alexa temporalmente. Al principio se mostró renuente. Le había costado mucho aceptar quedarse con el señor Abel y le costó mucho más confiar en él. Hacerlo nuevamente—con un hombre más joven y vigoroso—, fue mucho más complicado. Sin embargo, Samuel parecía ser agradable y casi no estaba en su pequeño departamento por el trabajo, lo que la hacía sentirse más cómoda.  

El rastro de caos que el ciclón había dejado a su paso había dejado demasiadas zonas que construir y por tanto, mucho trabajo para ella. Eros había decidido colaborar con los que no tenían casas aseguradas para volverlas a erigir como acto benéfico y su cooperativa estaba trabajando arduamente día tras día. Con lo que ganaba podía solventar los gastos necesarios para no sentirse un parásito y enviarle también a su familia. Además, las noches las dedicaba a su proyecto de gestión. Eros los visitaba de vez en cuando para supervisar e intervenir lo que estaba haciendo, además de mostrar su trabajo.  

Era difícil trabajar cuando a ambas personas les gustaba imponer sus ideas. No obstante—y para sorpresa de Samuel quien era quien hacía de mediador—, ninguno se inmiscuía en el campo del otro y aportaban sus ideas con respeto disfrazado en un tono de desprecio y mala gana. Eros estaba impresionado por el talento de Alexa y ella estaba sorprendida por su capacidad de escuchar y aportar.  

Los problemas no surgieron en la teoría, sino en la práctica.  

—¿Dónde compraste estos bambúes? —inquirió Eros. 

—Un emprendedor local—respondió Alexa.  

—Son horribles y baratos. No los quiero en mis paredes. 

—Aún están verdes, cuando se sequen y se barnicen se verán muy bien. 

—¡Son horribles! 

—Sólo di que no te gustan porque son baratos.

—¡No me gusta porque son baratos! ¡¿Contento?!—espetó Eros—. ¡Deshazte de ellos! 

Los albañiles miraban de uno a otro a cada réplica y grito que se dirigían. 

—No voy a deshacerme de ellos. 

—Bien—señaló a los albañiles y estos respingaron—. Ustedes háganlo. 

—Ustedes no harán nada—dictaminó Alexa, viéndolos con gravedad.  

—A nosotros no nos metan en sus pleitos maritales. Somos los hijos de papás divorciados en esta situación—aseveró Ignacio—. Pónganse de acuerdo y nos avisan. 

Eros solo gruñó como una bestia malhumorada y salió de allí maldiciendo. Los desacuerdos eran el pan de cada día. El resto de los obreros ya estaban acostumbrados a las discusiones, que eran más por el carácter «simplón» que Alexa tenía y la extrema superficialidad de Eros, según la impresión que cada uno tenía del otro. A pesar de todo, los obreros admitían que hacían un buen equipo, uno que siempre tenía encontronazos, pero un buen equipo, al fin y al cabo. La nueva casa—que tenía el mismo diseño que la anterior—era irreconocible. No había rastro de aquel aura tenebrosa y abandonada que en algún momento el lugar había poseído. Las paredes de vidrio templado eran cubiertas en el exterior con los bambúes que por los que Alexa había peleado con uñas y dientes. Aún faltaban demasiadas cosas, pero la electricidad, el agua y el techo ya estaban. Era suficiente para que Alexa pudiera regresar y quedarse de su lado de la casa. Los colibríes se habían marchado porque el jardín había quedado destruido, pero ya trabajaría en eso luego.  




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