El deseo de Eros

Capítulo diez: "los ricos también madrugamos"

Alexa se levantó a regañadientes. Restregó sus ojos y rascó su barriga, preguntándose si era tan importante comer esa semana para tener que ir a trabajar. Miró por el ventanal y suspiró, triste. Los colibríes no habían ido más ya que el jardín ya no tenía flores. Tenía que buscarla cuanto antes, pero el trabajo y la construcción de la casa no le dejaban tiempo de nada. 

Arrastró sus pies hasta el baño y se miró al espejo roto que tenía. Hizo una mueca de desagrado. 

—Me veo terrible. 

Al mismo tiempo —pero del otro lado de la casa— Eros se levantó de su cama y se quitó su mascarilla de dormir, luciendo más radiante que nunca. Fue hasta el baño, se miró su reflejo en el espejo con aros de luz que tenía y asintió, conforme.  

Eros buscó en el armario uno de sus trajes. En su mayoría eran negros. Tomó uno y lo hizo a un lado para llevarlo a la lavandería. 

—Tiene pelusas—masculló con desagrado.

En el ala contraria, Alexa buscó la ropa que se había puesto el día anterior. La olió y tuvo una arcada involuntaria—. Aguanta un día más. 

Se colocó sus botas industriales, tomó su gorra y fue a la cocina para tomarse un café para despabilarse. Estaba hecha un desastre. 

Las puertas de ambos lados de la cocina se abrieron al mismo tiempo. Alexa lucía como si hubiesen consumido su alma mientras que Eros se veía tan fresco y radiante. Alexa frunció el ceño. Eros no se inmutó y encendió su máquina de café del lado de su cocina. 

—Los ricos también madrugamos, Martinelli—comentó, como si leyera sus pensamientos—Alexa gruñó, colando su café de forma manual—. ¿Quieres que te dé un poco de mi café? La máquina incluso le hace diseños —comentó, serio. 

—No, gracias. Prefiero el café puro y fuerte. 

—Como quieras. 

Bebieron de sus tazas. Eros cerró sus ojos para catar el sabor y Alexa escupió el suyo porque sabía rancio. Se dirigieron a sus respectivas puertas y giraron el pomo. 

—Ten un buen día—dijeron al unísono y de forma mecánica. 

Eros subió a su auto y Alexa tomó el rumbo del camino hecho de corales. No sin antes mirar hacia atrás y sonreír al ver la casa casi culminada.  

 Luego de lo ocurrido, no habían mencionado el tema y todo parecía marchar relativamente igual. La única diferencia es que ambos ya no solían levantar una contienda cada vez que se veían. Eros se había mudado a su lado de la casa con la justificación de «disfrutarla antes de destruirla». Aunque—por los rumbos que Alexa vio que estaba tomando—, intuyó que eso no iba a suceder.  Él seguía siendo igual de arisco y cerrado con ella. No esperaba que fueran amigos del alma después de lo sucedido, pero al menos guardaba la esperanza de que estuviese intentando reconciliarse con su pasado al vivir allí.  

La jornada de trabajo era la misma de siempre. Su cooperativa se estaba encargando de las obras benéficas, así que le ponían corazón a cada cosa que hacían. Su grupo de compañeros se tomó un descanso de cinco minutos. No dejaban de bromear con el bolso de Barbie que Julián había traído. Alexa dejó de prestarles atención para fijarse en una grúa. Desde que la habían encendido había notado algo extraño. Frunció el ceño al ver como la máquina alzó las varillas hacia el segundo piso del edificio. Miró las cuerdas y luego observó al hombre que maquinaba la grúa. Parecía estar batallando con la máquina, como si no tuviese control de ella. Al oír el trueque de las cuerdas, por auto reflejo miró a la persona que estaba debajo de ella y palideció.  

—¡Santiago, quítate de allí! 

Corrió hasta él tan rápido como pudo y lo hizo a un lado con su propio cuerpo, cayendo ambos al suelo. Se apartó y lo miró, preocupada.  

—¿Se encuentra bien?  

—Sí, muchacho —Julián se removió, adolorido—. Pero tú estás sangrando. 

El resto de los obreros se acercó para auxiliarlos, espantados al ver lo cerca que estuvo Santiago de salir herido o incluso peor.Alexa entrecerró su ojo derecho al sentir las gotas de sangre entrar en su ojo. Se levantó y tendió su mano para ayudar al señor Julián. Una vez que se aseguró que se encontraba bien, se dirigió al conductor de la grúa. 

—¿Acaba de ver lo que ocurrió? —espetó—. Un hombre pudo morir por causa suya ¡¿Al menos tiene licencia?!— el silencio del hombre fue suficiente respuesta. Les echó un vistazo a las cuerdas—. Estas cuerdas ni siquiera están hechas para este tipo de trabajo pesado. 

—¿Qué es lo que ocurre? —El ingeniero encargado la enfrentó, condenándola con la mirada apenas la vio. Alexa no se inmutó. 

— Contrataron a un hombre que no posee licencia para esta maquinaria y el equipo que están usando no es el correcto para levantar este peso 

 —Este hombre posee licencia y el equipo es el correcto. Yo los aprobé personalmente.  

—Claro, por esa razón mi compañero casi muere y yo tengo una raja en la frente —espetó. 

—Escucha, albañil. No voy a permitir que un hombre que apenas y terminó la primaria ponga en duda mi trabajo. El accidente no pasó a mayores así que será mejor que sigas haciendo tu trabajo. Más bien deberían agradecer que la compañía Kolímpri le está construyendo casas. Si estás en desacuerdo con algo, puedes irte. Hay más hombres allá afuera haciendo fila para ganar el dinero que tú estás obteniendo mientras lloras. 

—Allá afuera también hay ingenieros que no son tan ineptos y negligentes como tú esperando una propuesta de trabajo —hundió el dedo en su pecho—. Si no quieres que alguien ponga en tela de juicio tus cinco años más cualquier post grado, ¡entonces haz bien tu trabajo!  

—¡Alex! —Julián lo tomó de los hombros y le hizo un ademán para que guardara silencio—. Ingeniero, sepa disculparlo. Es joven y no sabe lo que dice. 

—Por supuesto que sé lo que digo. A este imbécil no le importa poner en riesgo la vida de los empleados y de las personas que estarán bajo este techo. 




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