Eros entró al bar sin disimular lo asqueado que estaba. Los borrachos, la música y las risas lo aturdían. Le recordaban a las cientos de veces que había ido a buscar a su padre en bares así. Se abrió paso entre los hombres ebrios como si estos fueran rayos láser y se detuvo frente a la barra donde Alexa se encontraba con la dueña del lugar. Nunca había visto sonreír a su vecino con tanta naturalidad desde que habían ordenado las cosas del sótano. No anunció su presencia al instante, había algo en esa sonrisa que le generaba una extraña sensación de paz. Sacudió su cabeza, carraspeó y endureció su gesto.
—Alex, me voy a la capital.
Alexa giró el banco al escucharlo—. ¿Presentarás el proyecto que me enseñaste? —inquirió, sonriente.
—Así es.
—Está horrible, ya te lo dije.
—¿Qué sabes tú? —espetó, haciéndola reír. Eros volvió a carraspear—. Como sea, solo vine a esta pocilga para hacerte una advertencia. Por lo que más quieras, no llenes la cocina de arena. Si solo se quedara de tu lado de la cocina, estaría bien, pero siempre llega a mi piso.
—Está bien. Vaya con Dios.
—Hablo en serio, Martinelli.
—También hablo en serio —aseveró, risueña—. Tu propuesta es increíble. Te irá muy bien.
Eros apretó sus labios—. No es necesario que me digas cosas que ya sé— masculló—. La despensa está llena, así que deja de hacer sopa de mejillones.
Alexa levantó su pulgar. Eros la miró con recelo y luego le dio la espalda para salir a toda prisa del bar. El pulgar de Alexa decayó al verlo marcharse. Restregó su rostro y descansó con desgana su cabeza en la barra. Su corazón apenas y podía permanecer dentro de su pecho. Celesta la miró, entre la pena y la diversión por la situación en la que la joven se encontraba.
—Debes decirle la verdad —le aconsejó ella.
—No puedo hacerlo.
—Alexa —la joven se levantó para mirarla con reproche por decir su nombre completo. Celeste ladeó su cabeza, sonriéndole afable—, él te estima. No hay que ser muy inteligente para notarlo.
—¿Eros? —negó, incrédula—. Él no me estima. Es un hombre astuto, busca ablandarme con sus buenos gestos para que le ceda mi parte de la casa porque sabe que el dinero no sirve conmigo.
—Y por lo visto sí te está ablandando.
—Pfff, claro que no —aseguró con voz aguda. Volvió a descansar su cabeza en la barra—. No puedo decirle que soy mujer, puede que ahora esté tranquilo, pero sigue teniendo en mente destruir la casa. Si le digo la verdad, todos estos meses de esfuerzos serían en vano. No puedo ceder ahora…
Celeste la miró, suspicaz. No era una mujer detallista, de hecho, apenas y se fijaba en las personas, pero no había que ser muy observador para notar lo que le estaba ocurriendo a Alex e incluso al mismo Eros.
—¿Estás segura que esa es la razón por la que no has sido honesta con él? —inquirió.
Alexa cerró sus ojos, sintiendo como su pecho palpitaba con fuerza, como nunca antes lo había hecho—. No hay ninguna otra razón.
¿Realmente no había otra razón?
La pregunta pululó por su cabeza durante todo el día. No dejó de darle largas y vueltas al asunto con tal de no admitir lo contrario. Sí, Eros y ella compartían más tiempo de lo normal. Iban al jardín trasero a conversar o discutir de lo primero que se les cruzara en la cabeza y hablaban del trabajo como si fuese el único tema interesante en el mundo. Jamás había sentido tanta paz al convivir con alguien en su vida. Vivir con el señor Abel le generaba pesar por verlo tan acabado y ni hablar de vivir con su familia, pero tener de vecino a Eros era tener una conversación interesante y una compañía agradable garantizada a pesar de sus encontronazos.
Sin embargo, eso no significaba que ella fuese parte importante de su vida. Sabía que él estaba esperando el momento preciso para apoderarse de toda la casa y destruirla, y aunque sus sentimientos por él habían sufrido una gran metamorfosis desde la primera vez que lo conoció, no podía flaquear y dejarse llevar. Era ella quién tenía que persuadirlo, no al revés.
El problema era que no sabía si lo estaba logrando.
Si tan solo pudiera...
Frenó en seco al ver quien estaba frente a la casa. Como si su cuerpo lograra reconocer la sensación de malestar y terror, comenzó a temblar. Retrocedió, pero al notar su mirada depredadora, notó que ella era una presa que no tenía escapatoria.
—¡Alexa! Me alegra mucho verte, hermanita.
—Es un diseño y una propuesta demasiado atractiva, señor Vivalti.
Eros sonrió, complacido. Eran las mismas palabras que su vecino le había dicho cuando se lo había mostrado por primera vez.
—Nuestra compañía siempre procura cumplir con los deseos de nuestros clientes. Usted me dijo que deseaba un hotel más familiar y acogedor y este diseño sin duda es el idóneo.
—En eso estoy de acuerdo. Todo lo que imaginé está plasmado aquí. En verdad amo el diseño —afirmó el señor Hall—. Me gustaría que la propiedad que lo rodeara siguiera teniendo ese ambiente familiar. Su asistente me comentó que tenía planeado ofrecerme una de sus mejores propiedades —Eros observó a su asistente y esta le sonrió en complicidad—. La isla de Atlas es un excelente lugar para pasar el tiempo en familia. Las fotos que ella me mostró a la orilla de la playa y el bosque, me gustaron mucho. Incluso tuve ganas de llevar a toda mi familia —exclamó, emocionado—. Es justo lo que busco para este hotel ¿Ya tiene algún precio para la propiedad?
Eros se recostó en el espaldar de la silla, acomodó su saco y aclaró su garganta—. No. No tengo ningún precio para la propiedad.
Selena alzó sus cejas, atónita. Miró a su jefe en busca de alguna explicación, pero este tenía su mirada fija en su cliente.