El deseo de Eros

Capítulo trece; sembrar tomates.

Alexa miró el reloj que se encontraba en la pared de la cocina. Esperó pacientemente, guardando la esperanza de que su vecino entrara en cualquier momento por la puerta, pero como las últimas dos semanas, él nunca entró.  

Desde lo ocurrido con su hermano no había vuelto a ver a Eros. Cada día que pasaba la opresión en su pecho incrementaba. No quería hacerse ideas incorrectas, después de todo, él le había asegurado que eran familia y que ya no estaba sola. Todos los días se convenció de que lo más seguro era que estaba ocupado con su trabajo. Sin embargo, para asegurarse de eso, lo enfrentaría. Por esa razón había emprendido una especie de «caza» 

Eros conocía su rutina y sabía muy bien que los domingos ella no salía de casa porque le gustaba arreglar cualquier cosa o invitar a sus compañeros de trabajo, así que, si la estaba evitando, él saldría ese día, justo antes del almuerzo para no tener que entrar a la cocina. A un cuarto para las diez de la mañana, fue hasta la sala y se asomó por las persianas. Para su desaliento, vio como Eros salía de la casa casi de puntillas y mirando hacia todos lados, como si fuera un ladrón robando a medianoche. Respiró profundo, intentando no desilusionarse por su acción. Abrió la puerta y salió a toda prisa. 

Eros aceleró el paso hacia su auto al oír la puerta abrirse.  

—Eros —se detuvo, soltando un improperio por lo bajo—. Buenos días. 

—Buenos días, Martinelli.  

Alexa abrió y cerró su mano izquierda, nerviosa. Él ni siquiera la estaba mirando—. Yo...mmm, a mi hermano lo van a liberar hoy y me preguntaba si podías— 

—Tengo una junta importante hoy, lo siento, no puedo acompañarte. Procura usar tu derechazo o en este caso tu izquierdazo ya que la derecha está enyesada. 

Alexa miró su mano enyesada porque no sabía hacia dónde más mirar. Su negativa le había generado una sensación de pesadumbre en el pecho, pero no por eso se dio por vencida. 

—Entiendo… —dijo, intentando ocultar su desánimo—. Bueno, las flores que compré se marchitaron y quiero comprar otras para arreglar el jardín. Después de ir a la estación voy al vivero. Quizá después de tu junta tú puedas— 

—No puedo acompañarte, tengo que arreglar el goteo de la habitación. 

Alexa frunció el ceño—¿El gotero de la…? 

—Nos vemos. —Eros abrió la puerta del auto, encendió el auto y arrancó, aún con la puerta abierta. 

Alexa empuñó su mano, molesta—¡Esa es mi excusa! —gritó, alzando su mano enyesada. 

Eros cerró la puerta y aceleró. Los hombres de Alexa decayeron y su rostro se descompuso. Ahora le quedaba claro que Eros la estaba evitando tanto como ella evitaba a Abigail. Decidió no pensar demasiado en eso, pero el camino hacia la comisaría de su hermano era largo y sus pensamientos tomaron revuelo. 

¿Por qué la evitaba después de decirle todas esas cosas? 

¿Había sido por el beso? 

¿Había sido por su pasado familiar? 

¿Se había arrepentido de todo lo que dijo? 

Cada pensamiento era más doloroso que el otro. Llegar a la comisaría y enfrentar a su hermano no mejoró la situación. El hombre que no se había percatado de su presencia, se encontraba sentado en el piso de la celda, con la mirada perdida y resentida. Verlo así le recordaba a la vez en que había enfrentado a su padre, era como revivir cada recuerdo. Aunque tenía miedo, reunió todo su coraje para enfrentarlo. Estaba sola, sí, pero en algo Eros tenía razón; era mejor estar sola y sentirse bien que estar rodeada de personas que solo te lastimaban. Ella podía serlo, era hora de cortar lazos. 

—Josué. —El hombre alzó la mirada al oírla. Sonrió y se incorporó, acercándose a las barras de acero. 

—Pensé que no vendrías. 

—Hoy serás deportado. Solo vine para decirte que no intentes volver a acercarte o tomaré represalias. 

—¿Te sientes a salvo con ese idiota que me enfrentó? ¿Ahora crees que puedes revelarte porque eres la cualquiera de un ricachón? —sonrió con sorna—. ¿Sabe él que eres mujer o es un…? 

Alexa se acercó, mirándolo amenazante. Su hermano calló, jamás había visto tanta ferocidad y cólera en los ojos de Alexa. 

—No tengo porque responder a tus estupideces, Josué. Vuelve a casa. Seguiré haciéndome cargo de los gastos médicos de mamá y de la matrícula universitaria de Eliza, pero no te atrevas a poner un pie en mi casa o meterte con él porque no dudaré en refundirte en la cárcel como lo hice con él —aseveró sin ningún vacile en su mirada o en el tono de su voz. Josué tragó grueso y endureció su gesto—. Ten buen viaje. 

Le dio la espalda y se marchó a toda prisa, botando todo el aire que había contenido. No miraría atrás, ya no lo haría. Era hora de avanzar, aunque fuera sola. Al salir de la comisaría y respirar el aire puro, lloró, sintiendo que un enorme peso se le quitaba de encima. Aunque había tenido ayuda psicológica para sobrellevar todo por lo que había pasado, la presencia y las acusaciones de su familia siempre habían sido unas pesadas cadenas que le habían pedido seguir, pero en ese momento, se sintió realmente libre. Tenía una casa, compañeros y vecinos que la apreciaban.

Tenía a Eros. 

O quizá no. 

La idea de que él se alejara sin que le haya dicho la verdad, estaba lastimando su corazón.  

Se detuvo frente a las vitrinas del vivero para admirar las flores que adornaban el local. Miró las cayenas, melancólica.  

Lo amaba, ya no tenía ninguna duda de ello. Había decidido continuar con la mentira con tal de tenerlo cerca como su amigo, pero si él estaba tomando distancia, ¿no era mejor decirle la verdad? ¿Arreglaría la situación o la empeoraría? 

Era tan frustrante no saber qué hacer por miedo a perder lo único valioso que tenía en su vida.  

—¡Alex! —limpió las lágrimas en sus mejillas y encaró a la anciana—. Qué bueno verte por aquí de nuevo. 




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