A las siete en punto, las puertas de la cocina se abrieron. Eros se tensó al ver a Alex, pero este no se inmutó. Ingresó a la cocina, hizo su café a toda prisa y se marchó del lugar.
—Al menos pudo haberme dado los buenos días —gruñó.
Preparó su café en la máquina, meditabundo.
Cuando le dijo a su vecino que mantuviera distancia no pensó que sería tan complicado soportarlo.
La máquina hizo un pequeño corazón en el café. Sujetó la orejita de la taza y lo observó. Se sobresaltó al oír abrir la puerta. Alex había vuelto a entrar a la cocina. La observó con la esperanza de que le dirigiera la palabra. Al ver que su vecino no estaba dispuesto a soltar palabra, carraspeó.
—¿Trabajarás un sábado? —inquirió, soplando su café—. La vida del pobre es deprimente.
—Lo encontré.
Alexa alzó su lonchera, sonriente y como si fuese la única en la cocina. Cerró la nevera y salió.
Eros presionó sus labios al oír el azote de la puerta. Agachó la mirada, miró su café, resopló y tiró todo por el lavabo, molesto. Sacó su teléfono y pulsó la marcación rápida.
—Selena.
—No sé lo que sea que quiera, pero allá voy. Hoy tengo una cena familiar con mi suegra y quiero pegarme un tiro. Ay, lo siento mucho, pero debo marcharme. El ogro de mi jefe quiere que vaya a la oficina. Lo sé, es un tirano, pero trabajo es trabajo. —Eros resopló al escucharla—. Estaré allí en una hora, ¡bye!
Selena entró al recibidor de la casa de su jefe. Sacudió las llaves que este le había dado para que entrara, despreocupada. Frenó en seco al encontrarlo acostado en el sillón, con las manos en el pecho y la mirada perdida. Frunció el ceño y se acercó lentamente, sentándose frente a él.
—Llegaste dos minutos con tres segundos tarde.
—Los dos minutos con tres segundos es lo que tardé en abrir la puerta, asimilar que parece un paciente de psicología sentado en el sillón y luego sentarme. —Eros soltó un largo y melancólico suspiro de fastidio. Selena cruzó sus piernas y entrecerró sus ojos—. ¿Para qué me llamó, jefe?
—Le pedí a Alex que se alejara de mí hace dos semanas con cinco días.
—¿Y bien?
—Lo hizo. Se alejó.
—¿No es eso lo que quería? No entiendo cuál es el problema
—El problema —se incorporó y la miró fijamente—, es que aún sigo confundido y más que antes —restregó su rostro—. Alex…, es el único amigo que he tenido en años. Tú no cuentas, recibes un salario para estar aquí. —Selena cerró su boca y se encogió de hombros—. El punto es, que me acostumbré a pasar tiempo con él y tengo planeado vivir aquí durante un largo tiempo. No creo poder soportar esto por mucho ¿Qué tal que nunca puedo poner en orden lo que sea que esté sucediendo conmigo?
—En ese caso, debemos averiguar ahora mismo qué es lo que sucede con usted.
—No me digas. —Replicó, sarcástico—. ¡Llevo semanas intentando saber qué es lo que me pasa! ¡Me gustan las mujeres, Selena! ¡No entiendo por qué razón…! —calló al darse cuenta que estaba gritando—. No entiendo por qué razón me gustó besar a Alex —susurró.
—Creo que yo tengo la solución a todos sus problemas.
—¿Hablas en serio?
Asintió, segura—. Este método será infalible. Sabremos de una vez por todas qué es lo que ocurre realmente con usted.
Celesta miró afligida como Alexa estaba con la cabeza recostada en la mesa de su comedor, comiendo deditos de zanahoria de su lonchera y viendo una comedia en el televisor hecho un mar de llanto.
Todos los fines de semana hacía lo mismo. Iba a su casa con una pequeña lonchera con comida, conversaba con ella un rato y luego veía el televisor. Algunas veces lloraba con las comedias y en otras reía con las tragedias. Era evidente que el alejamiento entre ella y Eros le había afectado y que se estaba esforzando en disimularlo, pero Celeste consideró que ya era suficiente.
Alexa se incorporó al ver que la pantalla se apagó. Sorbió su nariz y miró a Celeste, confundida.
—Cariño, no puedes seguir así.
—Estoy bien, Celeste.
—No lo estás. —Se sentó a su lado. La barbilla de Alexa tembló, cabizbaja—. Esta situación con Vivalti te está afectando más de lo que crees ¿Por qué no le dices la verdad? Faltan pocas semanas para que se lea el testamento. Creo que es hora de que seas honesta con él ¿Qué puedes perder? Ya se ha alejado de ti y lo ha hecho porque le gustas y no sabe qué hacer. Que sepa que eres mujer solo será bueno.
—¿Cómo sabe que se alejó porque gusta de mí? Eso es ridículo. Eros no podría fijarse en mí. Mucho menos siendo un hombre.
—¿No me dijiste que se alejó de ti porque estaba confundido?
—Pero no porque gustara de mí, sino porque le agrado a pesar de que somos muy diferentes…, creo.
Celeste suspiró, cansina—. Cariño, ¿por qué te resulta difícil admitir que tú le gustas?
—¿Cómo podría gustarle siendo hombre?
—Porque le gusta cómo eres, no lo que eres. —Contestó—. Por esa razón está confundido.
—¿De verdad lo cree?
—No lo creo, estoy segura. —Afirmó, acariciando su cabello—. Dile la verdad, cariño, te aseguro que las cosas se resolverán así.
—¿Qué tal si se enoja? ¿Qué tal si se aleja para siempre? —musitó.
—¿Confías en él?
—Como jamás he confiado en alguien.
—Entonces, ¿qué esperas para sincerarte con él?
Lo meditó por varios segundos. Celeste tenía razón, no tenía nada que perder y era mejor experimentar un rechazo que un arrepentimiento por su cobardía. Asintió efusivamente.