—¿No cree que esto es demasiado? —inquirió Alexa, observando la inmensa bolsa color turquesa que traía en sus manos. Dentro de ella había un hermoso vestido azul zafiro unos tacones negros y un pequeño estuche de maquillaje.
—Para nada, querida. Con todo eso quedarás bellísima ¿No se parece ese vestido al que usaste en tu graduación? Déjame ver —Celeste sacó la fotografía de la bolsa.
Sonrió al ver a Alexa posando para la cámara, con su título en mano y una sonrisa radiante. Antes de ir al centro comercial, fueron a la casa de Alexa para encontrar algo que ponerse. Sin embargo, al encontrar esa foto oculta al final de una maleta, Celeste se convenció de que tenía que revivir aquel atuendo en el que Alexa se había sentido tan radiante, hermosa y segura.
»Hoy te verás tan hermosa como este día —dijo, sin dejar de mirar la fotografía—. Aunque ya eres hermosa, cariño. Solo le agregaremos algo de brillo esa mirada de enamorada que tienes.
—Gracias por todo. Prometo pagarle todo a fin de mes.
—Qué va. Esto es un obsequio para ti, cariño. Por acompañar a esta vieja.
Alexa sonrió, conmovida. Nunca antes había tenido una amiga. Había solo dos mujeres que estudiaban con ella la carrera, una de ellas abandonó a la mitad y la otra la detestaba desde que se había llevado el crédito en uno de sus trabajos, así que realmente no había contado con una amiga jamás. Celeste era una mujer agradable y siempre la había apoyado en todo. Se sintió bien al sentir que había encontrado en ella una verdadera amiga.
Después de hacer las compras, Alexa decidió desviar su camino a casa para ir al mercado. No podía simplemente aparecer con un vestido sensual y escotado sincerando con Eros diciéndole que en realidad era una mujer. Lo mejor era preparar una deliciosa cena, marearlo con el olor y luego decirle la verdad.
—Prepararé… ¡Pizza casera! —exclamó, entusiasmada. Una sonrisa tímida se formó en sus labios—. Eso le encantará. Ama la pizza.
—¿Quién dijo pizza?
Se giró y sonrió al ver a Samuel del otro lado del anaquel. Él alzó su mano y ella correspondió su saludo, sosteniendo su papel con los precios anotados. Al darse cuenta, bajó su mano y sonrió avergonzada. No quería que el abogado pensara que era una tacaña. Aunque sí lo era.
—Tengo pensado preparar una pizza mañana e invitar a mis compañeros de trabajo —mintió—. Usted y su abuela pueden ir si gustan.
—Me encantaría. Estoy seguro que a mi abuela también le gustará la idea de un domingo de pizza.
—¿Alguien dijo Domingo de pizza? —Santiago acercó su carrito de compras, alzando sus cejas insinuantes—. Me ofenderé si no me invitas a mí a mi familia, Martinelli. Podemos llevar el postre.
—Por supuesto que iba a invitarlos, siempre son bienvenidos en mi casa—Sonrió, nerviosa. Frunció el ceño—. ¿Qué tienes en los dedos?
—Oh. Mi esposa se cansó de pedirme dinero para las uñas acrílicas y se inscribió en un curso. Me usa a mí y a Abigail como su modelo. Mira que bonitas las hace. —Se las enseñó. Alexa sonrió. Una de las cosas que más admiraba del señor Santiago era el amor y el apoyo incondicional que siempre le brindaba a su esposa.
—Me gustó la mariposa. —Comentó Samuel. Alexa asintió, de acuerdo con él—. Pero pienso que un..., no lo sé, un rosado le hubiese quedado mejor de fondo que un verde manzana.
—¿Verdad que sí? Yo se lo dije, me gruñó y luego me dijo que el rosado pasó de moda y me dio un discurso que no entendí. Al final le di la razón. Ellas siempre piensan que la tienen.
—Ni que lo digas. Ya te imaginarás lo que es pelear con una abogada en un juzgado.
—Oh Dios, debe ser terrible. —se burló Santiago—. «Señoría, el hombre es culpable por que todos mienten».
Ambos se carcajearon, palmeándose las espaldas. Dejaron de irse al ver el rostro imperturbable de Alexa. Callaron y la observaron serios. Alexa comenzó a reír a mandíbula batiente.
—Que chistoso. —Dijo entre dientes.
—Alex, conozco un lugar cerca de aquí donde venden más tomates a menor precio. Puedo acompañarte y comparar precios.
—Los acompaño, me interesa esa ganga.
Los tres fueron al pequeño mercado que se encontraba a tres cuadras de donde se encontraban. Santiago se despidió y Samuel se ofreció a llevarla a casa en su auto. En todo el camino abrazó la bolsa turquesa contra su pecho. Estaba bien sellada para que nadie pudiera ver su interior, pero no por eso sus nervios disminuyeron. Estaba ansiosa.
¿Y si Eros no la veía bonita?
¿Y si no le gustaba la pizza que haría para él?
—Martinelli. —Alexa se sobresaltó y alzó la mirada, nerviosa. Samuel frunció el ceño—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, sí. Solo no puedo esperar a llegar a casa y preparar la salsa napolitana. Vi una receta increíble.
—Claro. Qué bueno que ya hemos llegado.
Alexa observó el bosque. Respiró profundo, asintió y se giró para recoger las bolsas de compras que estaban en el asiento trasero.
—Gracias por traerme.
—No es nada —Alexa se bajó del auto y Samuel se inclinó para verla—. Y no quiero presionarte, pero recuerda que debemos arreglar tus papeles.
—Lo sé. No puedo darle más largas al asunto… ¿Te parece si hablamos de eso...después de que leamos el testamento?
—De acuerdo. No tengo ningún problema. Dudo mucho que Eros intente algo para arrebatarte tu parte de la casa ahora que son amigos.
Alexa sonrió a boca cerrada y asintió. Samuel no fue consciente de lo tranquilizante que habían resultado sus palabras para ellas. Él tenía razón, la relación entre ella y Eros había cambiado mucho. Además de eso, confiaba plenamente en él. No era la clase de hombre que arremetería sin compasión contra ella.
A menos que se sintiera traicionado.
Tomó una bocanada de aire, intentando que el pánico no se apoderara de ella.