El deseo de Eros

Capítulo dieciséis: Confesiones y lectura de un testamento.

—¡No vayas al sótano! —Gritó Eros. 

—¡Es lo que yo digo! —Exclamó Samuel—. ¡¿Por qué diablos va al sótano?! ¡El sótano es el matadero en las películas de terror! 

—Nadie es tan valiente en la vida real. Si te dicen que la casa está embrujada, ¿qué sentido tiene ir a un sótano a buscar una pelota? Hubiera sido yo, no bajo y compro otra. ¿No valoras tu vida? ¡Dios mío le aplaudió por detrás! Me dio escalofríos.  Aún no entiendo por qué fue a buscar la pelota.

Samuel asintió, de acuerdo con él—. Tienes razón, no tiene sentido.

Alexa se levantó del sofá y tomó las bolsas que estaban sobre la mesa. 

—Lo que no tiene sentido es que haya personas gritando durante toda la película y no me dejen disfrutarla —Ambos la vieron confundidos mientras sostenían las palomitas de maíz en sus manos—. Me largo. —Caminó hasta la salida, se detuvo en la puerta y giró sobre sus talones, encarando a Eros—. Ah. Espero que al llegar a mi casa y dirigirme a mi lado de la cocina no encuentre a ninguna rubia con piernas largas luciendo una camisa tuya mientras se sirve un café porque, de ser así, me encargaré de dejar una tonelada de arena de tu lado de la cocina. —Abrió la puerta, salió y la cerró de golpe. 

Expulsó todo el aire que había contenido y bajó los escalones a toda prisa. Una lágrima corrió por su mejilla al cruzar el umbral de la entrada principal del edificio.  

—Cree que puede lastimarme y luego venir como si nada a arruinar mi sábado de películas. Es un desgraciado, engreído, pretencioso, mujeriego y… 

Jadeó al sentir como alguien la tomaba del brazo y la jalaba, impidiéndole bajar la acera. Su respiración se trancó al dar con aquellos ojos cafés que venían robándole suspiros y ocupando sus sueños desde hace mucho. Se zafó de su agarre, molesta y aún dolida de solo recordar las sonrisitas que le dirigió a aquella rubia después de lo mucho que le había costado decidir sincerarse con él. 

»Me alejé de ti, tal como me lo pediste. Al parecer ese alejamiento te sentó muy bien —presionó sus labios, molesta y no dispuesta a ceder a esos ojos que la veían con súplica. O quizá eran cosas suyas. Tal vez estaba viendo lo que quería y no lo que realmente sentía Eros—. ¿Por qué…? ¿Por qué estás haciéndome esto, Eros? —musitó, con la voz rota—. ¿Por qué me sigues torturando

—¿Yo te torturo? —replicó, igual de afectado que ella—. Alex, llevo semanas intentando saber qué diablos es lo que está sucediendo conmigo ¿Crees que ha sido fácil para mí alejarme de la única persona…? —calló, mirándola cautivado y erizando todos los vellos de su piel—. Esto no es fácil para mí. 

—¿Y crees que lo es para mí? —inquirió, herida—. Me gustas —confesó, con la vista nublada—. Y sé que lo sabes. Sé que lo sientes. Comprendo si no quieres estar cerca de mí y también entiendo si no te gusto tanto como tú me gustas a mí. Fui una idiota por tan solo pensar que podrías fijarte en mí, pero no me hieras. Eros, no me hieras más —lloró—. Si vas a alejarte de mí, hazlo ahora.

Eros no respondió, mirándola en silencio. El corazón marchito de Alexa floreció al verlo cortar la distancia entre ambos, pero seguía pendiendo de un hilo de dudas e inseguridades. Temía que solo se acercara para decirle que no quería verla nunca más en su vida, tal como lo había hecho la última vez que hablaron. 

—Hoy reservé una mesa en el restaurante más lujoso de la isla, compré la mejor cena y le regalé a mi cita el collar más costoso que alguna vez compré en mi vida —Alexa agachó la mirada y retrocedió. Eros acunó su rostro, impidiendo que diera un paso más y robándole el aliento—. Cuando te vi con Samuel sujetando esas bolsas...El solo pensar que estabas…, haciendo una lista de mercados, comparando precios y viendo películas un sábado por la noche con alguien más, hizo…, que me enfermara de celos. Deseé, con todas mis fuerzas, ser yo quien estuviera ahí contigo. Nadie más...—susurró contra sus labios—. Nadie más que tú y yo, Alex. Y ya no me interesa si eres un hombre o un chupacabras. No quiero estar lejos de ti porque te amo. 

El corazón de Alexa rebosó de júbilo al escucharlo. Sonrió, con las lágrimas acumuladas en sus ojos. Sujetó su rostro y lo atrajo hacia sus labios. Se apartó antes de profundizar el beso. 

—¿De verdad me amarías si fuera un chupacabras? 

Eros sonrió contra sus labios—. Te compraría un almacén inmenso de cabras.  

Alexa se carcajeó, con una calidez que jamás había sentido cobijando su corazón—. Me conformaría con una cabra a la brasa hecha por ti. 

—Tus deseos son órdenes. 

Alexa apoyó su frente contra la suya y cerró sus ojos, guardando cada sensación en su memoria—. También te amo. 

Eros cerró sus ojos al escucharla, apoyando la mano en su espalda baja y atrayéndola contra su torso. La sujetó de la nuca y la besó, profundizando el beso como había deseado desde el instante en que los tocó.  

                                                                              

Alexa se removió entre las sábanas, adormecida. Se despertó de golpe y miró a su alrededor. Lo último que recordaba era darse unos cuantos besos con Eros y luego subir a su auto, luego de eso se había quedado dormida.  

 ¿Cómo había terminado en la habitación del magnate? 

Tocó su cuerpo, espantada. Tenía la misma ropa del día anterior y sus senos parecían igual de aplanados con la faja que antes. Suspiró, aliviada. Se incorporó de la cama y se dirigió a la cocina, donde seguro se encontraba Eros. Se detuvo al verlo sentado en el mueble del recibidor, hablando por teléfono. Su pulso se disparó al ver la bolsa turquesa en la mesa de cristal. Sin embargo, Eros le sonrió con naturalidad al toparse con ella y al acercarse a la bolsa notó que seguía atada.  




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