El deseo que nunca esperé

Decisiones difíciles 

Cogí mi vaso de jugo de naranja y me lo acabé por pura fuerza de voluntad, acompañé a Alberto hasta que terminó, y no me dejó levantarme, él solito recogió y lavó todo. 

-Nana me enseñó bien -dijo lavando los platos sensualmente. 

Él se vería sensual hasta de vagabundo... 

Cuando acabó, puso play a la película, yo empecé a bostezar antes de que acabara, era raro que me diera sueño a esas horas, eran a penas las 9. 

-¿Dónde vas a dormir? -pregunté dudosa e incómoda. 

-Si quieres contigo -dijo sonriendo, pero al no responder continuó-... Bueno, es broma. Yo dormiré en el cuarto de invitados. 

-Pero es tu casa -dije pensando que sería mejor para mí dormir yo allí. 

-No, no, no. Tú vas a quedarte aquí, ahora el dormitorio principal es tuyo.

Me sentí un poco rara y fui a buscar una de las maletas donde tenía mi pijama de franela rosado a cuadritos. Amaba ese pijama, era mi favorito. 

Cuando me cambié y me lavé los dientes, sentí la puerta. 

-Pase -dije antes de escupir y lavar mi lengua. 

-Lo siento -dijo entrando -. En ese aparador tienes un control -fue a buscarlo-. Puedes subir o bajar la temperatura de la cama como desees. Este control es para el lado izquierdo y este de aquí para el lado derecho -dijo mostrándome dos pantallitas. 

-Gracias -dije sorprendiéndome de esas extravagancias. 

Salí del baño y me dio el control. Era muy simple, sólo 4 botones, de subir o bajar la temperatura. 

Abrí la cama en el lado izquierdo y me tumbé algo incómoda porque aún estaba allí. 

Él también estaba un poco incómodo y después de rascarse la nuca, se dirigió a la puerta. 

-¡Espera! -dije sin saber muy bien por qué. 

-¿Qué ocurre? -preguntó regresando. 

-Puedes acompañarme un momento -dije avergonzada-. He pasado demasiado tiempo sola y... 

-Está bien -dijo sonriendo. 

Se sentó en el lado derecho de la cama, se quitó los zapatos y se tumbó, cruzando los brazos debajo de su cuello, apoyando la espalda en el respaldar de la cama. 

Le empecé a hablar de mi vida, donde había vivido, mi familia, mi historia escolar... A pesar del sueño, necesitaba que alguien me escuchara, él me contó cosas personales también. Fui quitando almohadas, y cada vez acomodándome mejor, él se bajó a mi nivel para que no me doliera el cuello mientras lo veía. Al final, acabamos cara a cara, y me dio su mano para dormir... 

Dormí tranquila, como hacía mucho tiempo cuando dormía en casa de mis padres. Me desperté en la madrugada, aún era de noche, pero tenía sed. Al intentar desperezarme, mi mano estaba sujeta a la de Arnoldo y me asusté. La quité rápidamente y huí al baño. Estaba despeinada, con baba en la cara y roja como un tomate. A pesar de beber agua y hacer mis necesidades, tardé muy poco. No amanecía y parecía que aún era muy temprano... Me armé de valor y salí... Tenía un pequeño deja vu, sólo que ahora tenía ropa puesta... 

Arnoldo se había girado y ocupado casi toda la cama en diagonal. Estaba pensando en irme al otro cuarto, pero cuando abrí la puerta se despertó. 

-¡Hey! ¿Dónde vas?-preguntó rascándose un ojo mientras se sentaba. 

-Es que... Yo... 

-Ven aquí y duérmete de una vez-dijo haciéndose a un lado. 

Dudosa volví a meterme en la cama. Él seguía medio dormido y en cuanto se enderezó empezó a roncar suavemente. 

Me reí y fui más tranquila a la cama. Pero hacía frío, así que saqué la primera cobija y lo tapé. Sonreí un poco por la imagen y me tumbé otra vez. Esta vez fue más difícil dormir. Era incómodo estar con alguien en su cama.

.......................

Me desperté con el sol en mi cara, parecía que iba a ser un grandioso domingo de deberes. Me rasqué los ojos y me desperecé sentándome. Me sentí desorientada al mirar a mi alrededor y recordé que había dormido con Arnoldo. Me giré para buscarlo, pero sólo había una manta enrollada donde debería de estar él.

Me sentí un poco dolida, y no sabía por qué. Abrí mi maleta y busqué un vestido azul. Me bañé en la ducha y salí a buscar mi cepillo dentro del bolso. 

-Buenos días -dijo entrando... sorprendiéndome mientras me sentaba y apretaba mi toalla con fuerza. 

-Lo siento -dijo retrocediendo y disculpándose -, te dejaré el desayuno en la mesa. 

Se aclaró la garganta y yo me vestí lo más rápido que la vergüenza me permitió. Cuando salí, lo vi vestido con un traje azul marino, bien peinado, tomando café y ojeando un periódico. 

-Buenos días -dije apoyándome en la pared donde había estado la televisión. 




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