El deseo que nunca esperé

La Confesión

Me llevó a pasear a un museo, comimos helado, y sin esa tensión mía de esquivarlo, todo se hizo más fácil y divertido. Nos tomamos fotos en el río y disfrutamos paseando por el centro de Milán. Incluso conocí partes a las que no había ido antes en mi maravillosa ciudad de acogida. Sólo descansábamos cuando me empezaba a doler la barriga o necesitaba ir al baño. Fue de los mejores días que viví en esa ciudad. Al día siguiente, a pesar de que me negué, nos fuimos a un lugar que no conocía, estaba lejos de la ciudad, pero lo amé. Era una pradera llena de flores aún en invierno y disfruté sentándome mientras me daba el sol cálido. 

Comimos en un restaurante rústico, pero delicioso y paseamos por los alrededores. Me había acostumbrado a caminar con Arnoldo de la mano y no lo soltaba, creo que era porque me hacía sentir segura. Al regresar en la noche, hizo la cena y después, me dejó escoger una película de dibujos para ver juntos en la sala. Me quedé dormida a media película y no tenía idea de como terminé en mi cama. 

El lunes me llevó a clases, y vi cómo mis compañeras, Luca y Charlotte incluidos, babeaban mientras Arnoldo me acompañaba hasta que entró el profesor. Cuando vi a Fabiola, juro que la vi verde, pero igual la ignoré. Mis amigos aprobaron con todas las letras a Arnoldo y me dijeron que si no me quedaba con él y el bebé, era una estúpida que no sabía aprovechar el deseo de la Fontana di Trevi...

Al terminar las clases, iba a coger el autobús, pero ya me estaba esperando en la salida y me dejó en el trabajo después de almorzar. 

-¿Amas tu trabajo? -preguntó cuando llegamos. 

-Sí me gusta -le respondí. 

-No te pregunté eso. 

-Ósea... No es mi trabajo soñado, pero no está mal. 

-¿Qué te gustaría hacer?-preguntó realmente serio. 

-La verdad... Quisiera poner una planta purificadora de agua. 

-¿Por qué? -preguntó sonriendo confundido. 

-El agua potable se está acabando, y no quisiera un mundo feo, lleno de guerras y sin árboles para esta criaturita -dije acariciando mi pancita -. Ni para él, ni para ningún niño de este mundo. 

-Te falta una aureola -dijo riéndose. 

Le golpeé suavemente en el hombro, y me despedí con un beso en la mejilla. 

Trabajé feliz y tranquila, últimamente estaba relajada y feliz... Y no me atrevía a admitir que era porque Arnoldo estaba allí... 

Al salir del trabajo, me esperaba y me subí sonriéndole y dándole otro beso en la mejilla. Como no tenía deberes, fuimos al cine y vimos una película de la que casi no entendí la mitad por lo rápido que hablaban italiano. Pero igual disfruté estar abrazada a Arnoldo y comer palomitas. 

-¿Qué hiciste mientras estudiaba y trabajaba? -pregunté al salir del cine. 

-Estuve viendo a algunas personas -mi sonrisa se deshizo y le solté del brazo-, ¡De negocios! -soltó con una carcajada dándome un brazo- En serio, eran viejos barrigones y barbudos -dijo burlándose de mí mientras sujetaba su brazo de nuevo-. No me gusta otra mujer -dijo poniéndose al frente y bajando hasta la altura de mis ojos-. Si me dejases de gustar, te lo diría claramente, y te avisaría que hay otra mujer- eso me dolió. 

-Gracias -dije intentando mirar a otro lado, pero me sujetó la barbilla y me robó un beso. 

-Eres muy tierna -dijo llevándome por la cintura con su brazo. 

Me había pillado por sorpresa, y caminé en piloto automático hasta uno de los restaurantes de comida rápida... No sabía dónde metía tanta comida ese hombre, ¿No podía tener algún defecto? Yo sólo oliendo las patatas fritas, engordaba... 

Comimos el uno frente al otro, en silencio. Me hacía gestos y no paraba de reírme, hasta que Fabiola se sentó junto a Arnoldo y le plantó un beso en los labios... 

-Hola mi amor, ¿Cómo has estado? -dijo sacándose unas bolsas de compras del brazo. 

Boté la patatita que estaba mordisqueando y después de tragar abrí la boca demasiado sorprendida como para reaccionar. 

-¿Qué te ocurre, Fabiola? -preguntó Arnoldo enojado mientras se ponía de pie. 

-¡Ay, Alberto! -se quejó- Sólo lo hago por los viejos tiempos, yo sé que me sigues amando, y que sólo estás con esta por pena. Sé que hoy viniste a buscarme a mi casa -dijo sonriendo como un gato hacia mí... 

No quise escuchar más y me levanté para salir de ahí, ¿Me estaba mintiendo Arnoldo? ¿Qué le pasaba a esa loca? 

Empecé a llorar e hice parar un taxi. No llegué muy lejos porque sólo tenía 20€, y me bajé a caminar. Era un largo camino hasta la casa, pero tampoco quería ir al departamento. No sabía qué hacer... Así que sólo caminé y caminé... 

-¡Mel! -escuché que me llamaba Arnoldo a lo lejos. 




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