El fuego se había vuelto parte de mi día a día, el fuego me consumía incluso en los pequeños momentos de paz que mi mente tenía. El feroz y arrasador fuego había perturbado mi sosiego, así como mi nueva vida, pero, sabía, en el fondo, que algo escondía, algo protegía, podía revivir por un instante ese momento, no obstante, desaparecía de mis manos y volvía a olvidar todo lo relacionado con él, el maldito fuego es sinónimo de peligro para mí, no obstante, también es sinónimo de recuerdo. Todo comenzó con una hoguera, y accidentalmente, todo terminó con las llamas arrasando mi cuerpo, desgarrando mi alma, separándome de algo preciado, consumiéndome lentamente.
El fuego significa todo lo malo, pero, también, es la salvación que tanto procuro. ¿Qué es esto? Estoy aterrada, el incendio, mi madre, las llamas carcomiendo mi cuerpo y el secreto que se esconde tras los escombros ardientes de lo que alguna vez llame hogar me cautivan y, por más asustada, cohibida, ansiosa que esté, sé que necesito adentrarme a las llamas de mi propia perdición para encontrar esa verdad que tanto busco.
Todo terminará donde todo comenzó, todo arderá tal y como siempre debió de ser.
Todo terminará en mí.
Las ardientes llamas del infierno que me rodea habían tomado la catedral con el leve y casi notorio ritmo de un violín nostálgico mostrado algo sucedido tiempo atrás. Pude oír su grito desgarrador, pude sentir el dolor de las quemaduras penetrando su piel, observé su mirada la cual estaba fija en Xavier, maldijo entre dientes en un idioma que desconozco, con un acento perfecto y notorio, el violín incrementó, así como las llamas se esparcieron de la catedral y me encerraron en una pequeña habitación desconocida.
Sentada en una silla, esperando fielmente, había una mujer de melena dorada cubierta por el fuego, quise acercarme a ella, pero Xavier me detuvo y devolvió a la realidad. Las visiones están empeorando y casi no distingo la realidad de estas, me siento perdida ante esta situación difícil de llevar, el pitido en mi cabeza sigue presente, se había vuelto parte de estas visiones extrañas.
La nariz me sangra, las gotas carmesíes caen sobre el mármol del lavamanos, sigo aturdida, perdida, no puedo mirar mi reflejo, si lo hago, el fuego volverá, tengo que abstenerme está vez, la ansiedad se refleja en mi respiración dificultosa, el sudor frio recorre mi frente. El fuego me atrae, me llama, me suplica que lo observe, que me deje consumir por las aterradoras llamas que se alzan del otro lado del espejo.
Amalia resiste, no lo mires, si no lo miras no es real. Si no lo miras no es real.
Cierro los ojos con fuerza, así como mis puños, tengo nauseas, quiero vomitar, el pitido es intenso, abrumador, me inclino sobre el lavamanos escupiendo, Ethan me obligó a comer, muy mala idea, intento, con todas mis fuerzas no devolver la comida recientemente ingerida pero el malestar es tal que casi no puedo soportarlo. Abro los ojos y prendo el grifo del lavamanos, mojo mi rostro refrescándome en un intento por recomponerme, descuidadamente, poso mi mirada sobre el espejo.
La rubia del otro lado se sorprende al igual que yo e incluso se aflige por la horrible apariencia que muestra en este instante, han pasado los días y no logro reconocerme en el espejo, logro saber quién soy, cual es mi identidad, me encuentro perdida y, pero con una meta en mente: ser la mejor versión de Amalia que nadie jamás haya conocido. Pero, ¿Cómo podré hacerlo? ¿Cómo llegaré a mi cometido? Frunzo los labios, el pitido en mi cabeza parece cesar, al fin logro relajar mis hombros, al fin este pequeño calvario está terminando. Saco del bolsillo mi pañuelo blanco y seco mi frente, hay algo en este lugar, no sé qué, pero, desde el momento que llegamos a Mar del plata, he tenido fuertes sensaciones, primero la catedral que me llamaba a gritos, seguido por esa visión tan extraña y ahora terminando con el sangrado nasal de mi nariz y el malestar estomacal.
Gotas de sangre manchan el pañuelo blanco, extraño, pensaba que la hemorragia había cesado. Observo el espejo nuevamente, mi reflejo había cambiado drásticamente.
Su larga y brillante cabellera carmesí es lo que la difiere de mí, me aparto bruscamente tirando el pañuelo y cayendo al suelo, pero ella no refleja mis acciones, sino, que observa un punto muerto del baño, sus ojos grises melancólicos son, resaltando la belleza sobrenatural de esta mujer, una belleza cruel y seductora, pero para nada digna de apreciar. Está cruzada de manos, casi abrazándose a sí misma, tomando el chal negro que lleva en sus hombros, sus labios bordo hacen una mueca de dolor, contiene lagrimas que no desea soltar, estupefacta intento reincorporarme, ¿Esto es real? ¿Por qué esta mujer es tan familiar? Nunca antes la había visto, no hasta hoy.
El pitido nuevamente, el intolerante y perturbador pitido que resuena en mi cabeza apareció repentinamente, pierdo el equilibrio y cubro mis oídos, jadeo, no puedo mantener el equilibrio, todo a mi alrededor gira, cierro mis ojos, por favor que se termine ya.
No debí mirarme al espejo, ¡No debí de confiarme! El fuego volverá, el fuego me consumirá, así como lo hizo con esa mujer, ¡El fuego me buscará eternamente hasta acabar con mi ser! La hemorragia nasal empeora, el líquido resbala por mis labios mientras caigo de rodillas al suelo, siento su mirada, ahora penetrante y burlona sobre mi nuca, sé que ella me observa fijamente, busca algo de mí.
«Nunca debiste acceder. Nunca debieron separarnos.»
No sé de qué habla, no sé a qué se refiere, su voz es estremecedora, pero se pierde entre el pitido y el sonido de la madera quemándose, entre los gritos desesperados de alguien tocando una puerta, pidiendo por ayuda a gritos.