El Despertar del Deseo.

Prólogo: El Precio de la Armadura.

​El cristal de su penthouse en el piso cincuenta era su única conexión con el mundo, y Valeria no sentía nada más que la fría indiferencia del vidrio. Las luces de la ciudad de Nueva York eran un espectáculo distante, un caos hermoso que no podía tocarla. Y eso era exactamente lo que quería.
​Hacía tres años, el amor le había entregado una hoja de ruta con dos paradas: la traición y la humillación. Había pagado el precio de la ingenuidad con su corazón. Desde entonces, había construido su vida como una fortaleza inexpugnable, liderando su firma de diseño con una precisión glacial. Era una empresaria de éxito, bella, rica y, sobre todo, intocable.
​Pero el éxito tenía un vacío, un hambre que solo la negación podía alimentar.
​Una noche de lluvia ácida, la recibió en la galería de arte más exclusiva de Manhattan. No estaba allí por el arte; estaba allí por un contrato millonario que su firma necesitaba.
​Y entonces, lo vio.
​Gabriel.
​Él no era un hombre; era una fuerza de la naturaleza vestida de esmoquin. Se movía entre la multitud con la quietud depredadora de un cazador, y cada mirada, cada gesto, proyectaba un aura de control absoluto, de dominio total que no pedía permiso. Era el dueño de la galería, el magnate enigmático que se rumoreaba que compraba más que arte: compraba voluntades.
​Cuando sus ojos se cruzaron, Valeria sintió el primer cortocircuito en su armadura en años. No fue miedo, fue peligro. Un reconocimiento primitivo. Él no la miraba; la evaluaba, como si ella fuera la pieza más rara y más difícil de adquirir.
​Se acercó a ella. Su voz era un ronroneo profundo, un whisky añejo que quemaba suavemente al bajar.
​—Señorita Valeria. Es un placer. He oído que su firma está lista para firmar el contrato de diseño de la nueva ala. —Su acento era indescifrable, global.
​—Estoy lista para firmar, Sr. Gabriel. Mi firma garantiza la excelencia, no la sumisión. —Valeria usó su tono más profesional, intentando compensar el magnetismo brutal que emanaba de él.
​Gabriel sonrió. No era una sonrisa de placer, sino de conocimiento.
​—No se preocupe, señorita. Yo nunca pido la sumisión en los negocios. Solo exijo la entrega total. Es el mismo principio en el arte, en el deseo... y pronto lo descubrirá, en nuestro contrato personal.
​Él no se refería a los planos arquitectónicos. Se refería a la rendición. Valeria sintió que su corazón, sellado con hielo por tres años, comenzaba a latir con una mezcla aterradora de furia y deseo prohibido. Sabía que firmar ese papel sería firmar su sentencia. Gabriel no quería un contrato de diseño; él quería derribar su fortaleza.
​Y lo más aterrador de todo, una parte de ella, la parte que creía muerta, se preguntaba: ¿Qué pasaría si cediera?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.