El Despertar del Deseo.

Capítulo 1: El Contrato del Dominio.

​La oficina de Gabriel no era una oficina; era una declaración de intenciones. Ocupaba el último piso de un rascacielos con vistas de 360 grados, pero lo que dominaba la sala no era el paisaje urbano, sino el inmenso escritorio de ébano y el silencio denso que lo envolvía. Valeria, vestida con un traje de poder de seda gris, se sintió subestimada por primera vez en años.
​Cuando Gabriel entró, no caminó. Deslizó su presencia hacia ella. Llevaba un traje hecho a medida que gritaba control, y su mirada era como un láser.
​—Señorita Valeria. Gracias por venir. —Su voz, profunda y medida, hizo eco en la sala.
​—Sr. Gabriel. Vengo a finalizar el acuerdo. Mi equipo está listo para comenzar el diseño de la nueva ala de la galería —dijo Valeria, extendiendo la carpeta con el contrato. Su mano tembló levemente, una traición que él notó al instante.
​Gabriel no tomó la carpeta. En su lugar, tomó la mano de Valeria, su pulgar rozando el interior de su muñeca. El contacto fue una descarga eléctrica, cortando la armadura de tres años que ella llevaba.
​—El diseño es la parte más fácil, Valeria. Mi interés está en la arquitectura de las relaciones. —Gabriel dejó caer su mano y, con un movimiento lento, tomó la carpeta.
​Se sentó en su silla, sin invitarla a sentarse. Era una táctica de poder sutil, forzándola a permanecer de pie, vulnerable.
​—El contrato es extenso. Pero permítame resumir los puntos clave de mi... filosofía. —Gabriel se reclinó, con los ojos fijos en los de ella—. Busco la excelencia, y la excelencia requiere control total. No tolero la duda, ni la resistencia. Si algo no me gusta, se cambia. Sin preguntas.
​Valeria apretó la mandíbula. —Eso es aceptable en un acuerdo de negocios. Pero mi firma retiene la integridad creativa.
​—La integridad creativa es una ilusión —cortó Gabriel, su voz volviéndose peligrosamente baja—. La verdadera creación nace de la necesidad de complacer al amo. Mi dinero es mi mando, Valeria.
​Valeria sintió la ira arder en su pecho, una emoción que hacía mucho que no se permitía.
​—Parece que busca una esclava, no una socia, Sr. Gabriel.
​Gabriel no se inmutó. La miró directamente, su expresión se suavizó ligeramente, volviéndose depredadora.
​—Sí. Busco una esclava para el arte. Y tal vez, una socia que esté dispuesta a desmantelar las barreras que ha levantado alrededor de su deseo. Su mirada me dice que bajo ese traje de seda gris, hay un fuego que ha estado demasiado tiempo sofocado.
​Él se levantó de pronto, rodeando el escritorio. La inminencia de su presencia la forzó a dar un paso hacia atrás.
​—Firmaremos el contrato. Pero solo si me promete que, mientras dure este proyecto, usted me entregará todo. No solo sus planos, sino su atención y su verdad absoluta. No quiero una profesional fría, quiero a la mujer que se quema por dentro.
​Valeria estaba atrapada. Si firmaba, obtenía el contrato que catapultaría su firma. Si no firmaba, perdía un imperio. Pero si firmaba, perdía su corazón..
​Ella tomó el bolígrafo de la mesa, un objeto pesado de plata. Su mano se movió.
​—Acepto sus términos, Sr. Gabriel. Pero sepa que la sumisión es temporal.
​Gabriel no la dejó firmar. Sostuvo su muñeca, deteniendo el bolígrafo a milímetros del papel. Sus rostros estaban peligrosamente cerca.
​—No es temporal, Valeria. Una vez que despiertas el deseo, la entrega es eterna

La Batalla del Deseo Prohibido.
​El "sí" de Valeria fue apenas un suspiro, pero resonó con la fuerza de un juramento en el silencio de la oficina.
​—Acepto sus términos, Sr. Gabriel. Pero sepa que la sumisión es temporal.
​—No es temporal, Valeria. Una vez que despiertas el deseo, la entrega es eterna. —La voz de Gabriel era un velludo desafío. Su mano soltó su muñeca, pero no se retiró.
​Valeria sintió que la sangre le ardía en las mejillas. Firmó el contrato con un trazo firme, devolviendo el bolígrafo con una pequeña inclinación de cabeza, un gesto que ella usaba para finalizar cualquier confrontación.
​—Muy bien, socio. Mi equipo comenzará a enviar los primeros diseños mañana.
​—No. —Gabriel se apoyó en el escritorio, su presencia dominando su espacio personal—. La primera reunión es ahora. Mi condición no es trabajar con su equipo, es trabajar con usted. Cada detalle, cada cambio, pasará por mis manos.
​Valeria tragó saliva. Esto no era un acuerdo de negocios; era una condena a la cercanía.
​—Eso no fue estipulado en el contrato.
​—Está implícito en el espíritu del dominio. Tome asiento, Valeria. Tenemos mucho que discutir sobre la perspectiva. —Gabriel finalmente indicó la silla frente al escritorio.
​Valeria se sentó, intentando recuperar el control de su respiración. Abrió su tablet, mostrando los renders del diseño.
​—La nueva ala de la galería se centrará en el minimalismo y el espacio negativo. El blanco puro, las líneas limpias... una expresión de control estricto.
​Gabriel se acercó. Se inclinó sobre su hombro, su aliento cálido rozando su cuello. Era una invasión calculada, diseñada para romper su concentración.
​—El control estricto es aburrido, Valeria. El verdadero arte reside en la tensión que precede al colapso. —Su mano se posó en el respaldo de la silla, sus dedos a centímetros de su hombro desnudo—. Me gustaría que el diseño reflejara la pasión, la liberación.
​Valeria sintió su corazón latir contra sus costillas. La proximidad de Gabriel era intoxicante y a la vez aterradora.
​—El arte es emoción contenida, Sr. Gabriel. No puedo diseñar un edificio basado en la lujuria.
​—¿Por qué no? —preguntó Gabriel, su voz era un susurro que no necesitaba resonancia para ser potente—. ¿Acaso la lujuria no es su emoción mejor guardada?
​Valeria se giró bruscamente, sus ojos encontrándose con los suyos.
​—Mi vida personal no tiene relación con mi trabajo.
​—En mi mundo, todo está conectado. Su frialdad es una máscara, Valeria. Y mi trabajo en este proyecto es revelarla. —Gabriel bajó la mano, y por un instante que se sintió eterno, sus dedos rozaron la piel del cuello de Valeria.
​El roce no duró más de un segundo, pero fue suficiente. La electricidad fue tan intensa que Valeria cerró los ojos. Un gemido mudo se ahogó en su garganta. No era el tacto de un amante; era el toque del dueño, reclamando lo que sabía que le pertenecía.
​Valeria se levantó de golpe, la tablet en la mano. Su profesionalismo se había desmoronado.
​—La reunión ha terminado, Sr. Gabriel. Tengo las directrices. Modificaré los planos para reflejar... más pasión.
​—Excelente. —Gabriel no intentó detenerla. Su sonrisa era de triunfo—. Espero su siguiente presentación mañana, a la misma hora, en el mismo lugar. Y recuerde, Valeria, la entrega total no se detiene en la puerta.
​Valeria salió de la oficina, sintiendo su traje de poder arrugado, su armadura trizada. Había firmado un contrato por el diseño de una galería, pero acababa de ser marcada para la posesión emocional por Gabriel. El Rediseño de la Venganza.
​Valeria se encerró en su penthouse, la misma fortaleza de cristal donde había escondido su corazón. El traje de seda gris, el símbolo de su control, se sentía como una jaula. Lo arrojó al suelo con furia.
​Se sirvió un whisky añejo, la misma bebida que le recordaba la voz profunda de Gabriel. El roce en su cuello había dejado una huella eléctrica que no se iba. Él no la había tocado para seducirla; la había tocado para marcarla.
​—Entrega total, ¿eh, Sr. Gabriel? —murmuró Valeria al vaso—. Veremos quién entrega más.
​Valeria sabía que no podía ganar el juego de poder de Gabriel usando la frialdad. Él se alimentaba de su resistencia profesional. Si ella quería desarmarlo, tenía que atacarlo donde era más vulnerable: su dominio sobre la emoción.
​Ella regresó a la tablet, borrando los planos minimalistas y blancos. Era hora de diseñar un edificio que no contuviera el arte, sino que desatara el deseo.
​Comenzó a trabajar. Las líneas rectas se curvaron, los espacios fríos se volvieron íntimos. En lugar de mármol pulido, diseñó paredes revestidas en madera oscura y terciopelo, con iluminación tenue y roja, como si el visitante caminara por las venas de un corazón palpitante.
​Pero el rediseño más importante no fue el del edificio, sino el de ella misma.
​Al acercarse la mañana, Valeria se dirigió a su vestidor. Olvidaría el traje gris. Hoy, su armadura sería su propia piel.
​Para la segunda reunión, Valeria eligió un vestido de seda pura, color borgoña. No era escotado, pero se ajustaba a su figura con una fidelidad que era casi una provocación. Su cabello, usualmente recogido en un moño estricto, caía en ondas suaves.
​Cuando llegó al piso cincuenta, la recepcionista la miró dos veces. Valeria ya no era la empresaria; era la tentación.
​Gabriel la estaba esperando en la sala de conferencias, de pie, mirando el horizonte. Al escucharla, se giró. Sus ojos, generalmente fríos y evaluadores, se detuvieron. Por un instante fugaz, Gabriel perdió su máscara de dominio. Sus labios se separaron ligeramente.
​Victoria.
​Valeria entró en la sala con una calma renovada, caminando hacia él con un paso que no era profesional, sino deliberadamente seductor.
​—Buenos días, Sr. Gabriel. He rediseñado el ala, incorporando la "pasión" que usted solicitó.
​Gabriel tardó un momento en responder. —Valeria. Su... presentación es... diferente.
​—La excelencia requiere cambios, ¿no es así? —Valeria le devolvió su propia frase.
​Se sentó a la mesa, empujando la tablet hacia él.
​—El nuevo diseño se llama "El Laberinto de la Lujuria". Las galerías no serán lineales; serán un viaje sinuoso que obliga al visitante a perderse. Las paredes serán rojas y negras, diseñadas para reflejar el pulso. El único punto de luz será en el centro: una habitación circular y dorada que simboliza la rendición.
​Gabriel no miró la tablet. Miró a Valeria. El deseo que ardía en sus ojos ya no era una suposición; era una certeza.
​—El diseño me interesa, Valeria. Pero más me interesa la mujer que lo creó. Esta no es la Valeria de ayer.
​Valeria sonrió, una sonrisa lenta y peligrosa que no había usado desde antes de la traición.
​—La mujer de ayer estaba contenida. Hoy he decidido que, si usted quiere entrega total, voy a dársela. Pero la entrega es una danza, Sr. Gabriel. Y en la danza, ambos podemos perder el control.
​Gabriel se acercó a ella, sus ojos oscureciéndose por la emoción. —Ese es un riesgo que estoy dispuesto a tomar, Valeria. Muéstrame el centro de tu laberinto. El Rediseño de la Venganza.
​Valeria se encerró en su penthouse, la misma fortaleza de cristal donde había escondido su corazón. El traje de seda gris, el símbolo de su control, se sentía como una jaula. Lo arrojó al suelo con furia.
​Se sirvió un whisky añejo, la misma bebida que le recordaba la voz profunda de Gabriel. El roce en su cuello había dejado una huella eléctrica que no se iba. Él no la había tocado para seducirla; la había tocado para marcarla.
​—Entrega total, ¿eh, Sr. Gabriel? —murmuró Valeria al vaso—. Veremos quién entrega más.
​Valeria sabía que no podía ganar el juego de poder de Gabriel usando la frialdad. Él se alimentaba de su resistencia profesional. Si ella quería desarmarlo, tenía que atacarlo donde era más vulnerable: su dominio sobre la emoción.
​Ella regresó a la tablet, borrando los planos minimalistas y blancos. Era hora de diseñar un edificio que no contuviera el arte, sino que desatara el deseo.
​Comenzó a trabajar. Las líneas rectas se curvaron, los espacios fríos se volvieron íntimos. En lugar de mármol pulido, diseñó paredes revestidas en madera oscura y terciopelo, con iluminación tenue y roja, como si el visitante caminara por las venas de un corazón palpitante.
​Pero el rediseño más importante no fue el del edificio, sino el de ella misma.
​Al acercarse la mañana, Valeria se dirigió a su vestidor. Olvidaría el traje gris. Hoy, su armadura sería su propia piel.
​Para la segunda reunión, Valeria eligió un vestido de seda pura, color borgoña. No era escotado, pero se ajustaba a su figura con una fidelidad que era casi una provocación. Su cabello, usualmente recogido en un moño estricto, caía en ondas suaves.
​Cuando llegó al piso cincuenta, la recepcionista la miró dos veces. Valeria ya no era la empresaria; era la tentación.
​Gabriel la estaba esperando en la sala de conferencias, de pie, mirando el horizonte. Al escucharla, se giró. Sus ojos, generalmente fríos y evaluadores, se detuvieron. Por un instante fugaz, Gabriel perdió su máscara de dominio. Sus labios se separaron ligeramente.
​Victoria.
​Valeria entró en la sala con una calma renovada, caminando hacia él con un paso que no era profesional, sino deliberadamente seductor.
​—Buenos días, Sr. Gabriel. He rediseñado el ala, incorporando la "pasión" que usted solicitó.
​Gabriel tardó un momento en responder. —Valeria. Su... presentación es... diferente.
​—La excelencia requiere cambios, ¿no es así? —Valeria le devolvió su propia frase.
​Se sentó a la mesa, empujando la tablet hacia él.
​—El nuevo diseño se llama "El Laberinto de la Lujuria". Las galerías no serán lineales; serán un viaje sinuoso que obliga al visitante a perderse. Las paredes serán rojas y negras, diseñadas para reflejar el pulso. El único punto de luz será en el centro: una habitación circular y dorada que simboliza la rendición.
​Gabriel no miró la tablet. Miró a Valeria. El deseo que ardía en sus ojos ya no era una suposición; era una certeza.
​—El diseño me interesa, Valeria. Pero más me interesa la mujer que lo creó. Esta no es la Valeria de ayer.
​Valeria sonrió, una sonrisa lenta y peligrosa que no había usado desde antes de la traición.
​—La mujer de ayer estaba contenida. Hoy he decidido que, si usted quiere entrega total, voy a dársela. Pero la entrega es una danza, Sr. Gabriel. Y en la danza, ambos podemos perder el control.
​Gabriel se acercó a ella, sus ojos oscureciéndose por la emoción. —Ese es un riesgo que estoy dispuesto a tomar, Valeria. Muéstrame el centro de tu laberinto.
​Y el juego, realmente, acababa de empezar.




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