Una Semana Después.
El amanecer en el penthouse de Valeria era un espectáculo de luces doradas que, irónicamente, ya no se sentían frías. La presencia de Gabriel había calentado el lugar, infundiéndole un sentido de vida que la soledad de Valeria había desterrado.
Gabriel se había instalado. No con maletas llenas de ropa, sino con una presencia que llenaba cada rincón. Sus reuniones de trabajo se realizaban ahora en la sala de Valeria, él dominando su espacio de la misma manera que dominaba su corazón.
Valeria se encontró adaptándose a un ritmo que no conocía. No era solo la pasión desenfrenada de las noches; era la constante vigilancia de Gabriel. Él supervisaba sus diseños, desafiaba sus decisiones y exigía una verdad que ella nunca antes había compartido.
Una mañana, Valeria estaba preparando el café, vestida con una de las camisas de Gabriel que le llegaba a medio muslo. Él se acercó a ella, tomándola por la cintura.
—El Laberinto avanza. Los constructores están listos para la fase de cimentación —dijo Gabriel, besando su hombro.
—Necesito que mi equipo se involucre, Gabriel. No puedo hacer todo sola. El diseño es mío, pero la logística es de mi firma —argumentó Valeria.
—No. —Gabriel la giró para mirarla a los ojos—. Tu equipo ya no te necesita, Valeria. Yo te necesito. Tu mente no debe distraerse con la logística. Quiero que te enfoques solo en la emoción.
—Eso es control excesivo. Estoy a cargo de mi empresa.
—Y yo estoy a cargo de nuestra vida. La prioridad es la galería, Valeria. Y la galería requiere de ti. Tu firma puede esperar.
Valeria sintió una punzada de frustración. Él estaba usando el Contrato para aislarla de su vida anterior. Pero la frustración se mitigaba por la pasión que ardía en sus ojos. Ella sabía que su posesión era total, y por primera vez, no le asustaba.
—Muy bien. Pero hoy es la Gala de Invierno de la ciudad. Una gala de recaudación de fondos para las artes. Todos mis contactos de la vieja vida estarán allí, incluyendo a la mujer que causó mi traición. Quiero ir contigo. Como tu pareja.
Gabriel sonrió. La sonrisa era una mezcla de adoración y peligro.
—¿Quieres presentarme al mundo? ¿Y exponer tu entrega a todos?
—Quiero mostrarles que la Valeria que conocían murió. Y que la nueva... está reclamada. —Valeria se acercó a él, besando su boca.
—Hecho. Pero habrá una condición, Valeria. En esa gala, tú no eres solo mi pareja. Eres mi propiedad. No bailarás con nadie más. No te alejarás de mi vista. Y cuando te toque, quiero que el mundo sepa a quién le perteneces.
—Acepto el desafío.
Esa noche, Valeria y Gabriel hicieron una entrada que detuvo la respiración de la multitud. Valeria vestía un vestido de seda esmeralda que complementaba perfectamente la oscuridad del traje de Gabriel. Su belleza era radiante, pero lo que realmente hipnotizaba era la forma en que Gabriel la sostenía.
Su mano estaba firme en la parte baja de la espalda de ella, un contacto constante que no era protector, sino de posesión. Cada vez que hablaban con alguien, Gabriel la acercaba un poco más, como si quisiera que la gente oliera su perfume en la piel de ella.
Luego, Valeria la vio. Penélope, la mujer que la había traicionado años atrás. Penélope se acercó con una sonrisa forzada.
—Valeria, querida. No te había visto en años. ¿Y quién es este hombre tan... intenso?
—Penélope. Él es Gabriel. Mi socio principal en la vida y en los negocios. —Valeria usó la palabra "socio" con una carga que solo Gabriel y ella entendían.
Penélope extendió la mano hacia Gabriel, pero Gabriel no la tomó. En su lugar, tomó la mano de Valeria, entrelazando sus dedos de forma pública y descarada.
—Es un placer. Pero mi atención está completamente entregada a mi socia. —dijo Gabriel, su mirada era de hielo puro.
Valería sintió un hormigueo de triunfo. Gabriel no solo la había defendido; había reclamado su fidelidad.
Más tarde, mientras la orquesta tocaba un vals lento, Gabriel y Valeria se dirigieron a la pista de baile.
Mientras bailaban, Gabriel la sostuvo con una firmeza que era casi dolorosa. Susurró en su oído:
—Mira a Penélope, Valeria. Mira su envidia. Ella te traicionó porque creía que podía quitarte tu paz. Pero yo le estoy mostrando que tu entrega es el poder más grande.
En ese momento, Gabriel la giró bruscamente y la sostuvo con la cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello. Él no la besó en la boca. En su lugar, bajó la cabeza y posó un beso lento y posesivo justo en la base de su cuello, a la vista de toda la sala.
El beso no fue de pasión, sino de marca. Valeria cerró los ojos y se abandonó al contacto. Cuando Gabriel la levantó, sus ojos se encontraron.
Ella ya no era la empresaria fría. Era la mujer de Gabriel, reclamada y deseada.
El Vals de la Posesión.
El beso de marca de Gabriel en el cuello de Valeria fue un silencio ensordecedor en medio del vals. Valeria sintió los destellos de los flashes y el murmullo ahogado de los invitados. No era una exhibición de amor; era una declaración de propiedad.
Cuando Gabriel la levantó, sus ojos se encontraron. La mirada de Valeria era puro fuego. Ella no estaba avergonzada; estaba liberada. Su corazón latía con la certeza de que él la había protegido y reclamado de una manera que ningún hombre antes se había atrevido.
—Mira su cara, Valeria —susurró Gabriel, girándola sutilmente para que su vista cayera sobre Penélope.
Penélope, la traidora, estaba pálida. Su sonrisa profesional se había desvanecido, reemplazada por una mezcla de shock y envidia venenosa. Ella había esperado ver a una Valeria solitaria y amargada; encontró a una mujer radiante, poseída por un hombre que exudaba poder.
Gabriel la guio en el vals, sus movimientos eran precisos y dominantes.
—El miedo de Penélope no es el mío, Valeria. Es el miedo de que yo te veo de una manera que nadie más lo hizo. La traición es solo la envidia de la mediocridad.
Valeria se sintió totalmente consumida por la certeza de su conexión. En ese momento, ella no era la arquitecta millonaria; era la mujer de Gabriel.
El vals terminó. Antes de que cualquier invitado pudiera acercarse, Gabriel tomó la mano de Valeria y la sacó de la pista de baile, guiándola hacia una terraza con vistas a la ciudad.
El aire frío de la noche contrastaba con el calor que emanaba de sus cuerpos.
—¿Disfrutaste tu venganza, Valeria? —preguntó Gabriel, con la satisfacción resonando en su voz.
—No fue venganza, Gabriel. Fue claridad. Ella vio que mi vida no se derrumbó. Se reconstruyó en torno a algo más fuerte. Gracias.
Gabriel la tomó en sus brazos, su toque ya no era solo de dominio, sino de una profunda ternura.
—Valeria, te lo dije. Yo no te abandonaré. Y ahora, el mundo lo sabe. Tu antigua vida ha terminado.
Él la levantó en un abrazo fuerte, y Valeria sintió el pulso acelerado de su corazón contra el suyo. Él era real, y su amor, aunque envuelto en el lenguaje de la posesión, era la cosa más auténtica que ella había conocido.
—Vamos a casa, mi Laberinto. Tenemos que diseñar el centro juntos.
Cuando regresaron al penthouse, la luz estaba apagada, solo el reflejo de la ciudad iluminaba la sala. Valeria se dirigió al bar, buscando el whisky que Gabriel había arrojado antes, pero recordó que estaba vacío.
Gabriel se acercó a ella, tomándola por la cintura, y su mano se deslizó bajo la tela de su vestido de seda esmeralda.
—No necesitamos alcohol, Valeria. La pasión es suficiente para embriagarnos.
Valeria se giró en sus brazos. El recuerdo de la traición, de la soledad, de la fría indiferencia se había desvanecido. Solo quedaba la certeza del hombre que la tenía en sus brazos.
—Quiero que me muestres la verdad de tu cicatriz, Gabriel. Muéstrame el dolor que necesitas sanar.
Gabriel se detuvo. El deseo en sus ojos se mezcló con una vulnerabilidad que no había mostrado desde la mañana.
—El dolor es mi último límite, Valeria.
—Entonces, déjame cruzarlo. Déjame sanar el fracaso que te persigue.
Valeria lo tomó de la mano y lo guio al dormitorio. La seda esmeralda del vestido cayó al suelo.
—Hoy no eres el dueño del mundo, Gabriel. Eres solo mío.
Y esa noche, la posesión se convirtió en curación. Valeria no solo se entregó a su deseo, sino que se entregó a la misión de sanar la herida emocional de Gabriel, demostrándole que la entrega total puede ser la cura para el fracaso y el abandono. El Sello de la Vulnerabilidad.
La mañana había llegado al penthouse, transformando el espacio frío de cristal en un refugio cálido. Valeria y Gabriel estaban envueltos en las sábanas de seda, sus cuerpos entrelazados después de una noche que había sido más un ritual de sanación que un simple encuentro pasional.
Valeria se despertó y sintió el calor de la cicatriz de Gabriel bajo su mano. Él estaba dormido, con el rostro relajado por la primera paz genuina que había conocido en años. Ella había aceptado su fracaso, y al hacerlo, había liberado la culpa que lo había torturado desde la muerte de su padre.
Ella se levantó con una energía que no era ambiciosa, sino esencial.
Valeria se puso una camisa de Gabriel, su aroma a sándalo y dominio la envolvió. Se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el café, su mente ya trabajando en la logística del nuevo Laberinto de la Lujuria.
Gabriel apareció en la cocina, su mirada intensa, pero ya no de control, sino de dependencia. La vio con su camisa, moviéndose con una gracia que ahora le pertenecía solo a él.
—Buenos días, mi Cura. —dijo Gabriel, su voz era profunda y matutina.
—Buenos días, mi Dominio. —respondió Valeria, con una sonrisa genuina.
Se acercó a ella, pero en lugar de tomarla con la ferocidad de la noche, simplemente la abrazó por la espalda, apoyando su frente en su hombro.
—La gala de anoche fue una declaración pública. Fue necesario. Pero lo que hicimos aquí, Valeria, fue un juramento. No te abandonaré. Y no permitiré que tú te abandones a ti misma por el miedo.
—Ya no tengo miedo, Gabriel. Tu fracaso es mi mapa.
—Y mi posesión es tu ancla.
Gabriel la giró, su mirada era solemne.
—Hoy vamos a la galería. Al lugar de la cicatriz. Yo te he mostrado mi debilidad, ahora te mostraré la solución que he ideado. El edificio de mi padre no solo requiere tu diseño; requiere tu sacrificio.
Valeria asintió. Sabía que el desafío real estaba por delante.
—Estoy lista. Pero recuerda, Gabriel. El Laberinto debe ser una creación de dos. Yo pongo la pasión, tú pones la fe.
Él sonrió. —La fe que me faltó, la pones tú, mi amor. Y la pagaremos con una vida de entrega total.