El Despertar Del Leviatán.

Sombras en el Horizonte

El viento salado golpea mi rostro mientras camino por la orilla de la playa. El agua se retira con un susurro, dejando un rastro de espuma brillante sobre la arena oscura. Miro el horizonte, donde el cielo y el océano parecen fundirse en una sola entidad infinita. Hay algo inquietante en el aire esta noche. Un zumbido sutil que se filtra en mis huesos, una vibración en la atmósfera que me dice que algo está a punto de cambiar.

Desde que era niña, he escuchado las historias. Cuentos de luces en el agua, de criaturas que emergen en la oscuridad, de una ciudad sumergida que respira bajo las olas. Mi madre solía advertirme sobre la costa: “No confíes en el océano de noche. No sabemos quién o qué nos observa desde abajo”. Pero yo nunca he podido resistirme a su llamado. Algo en el mar me atrae, como si siempre hubiera estado esperándome.

Doy un paso más y mis pies se hunden en la arena húmeda. El aire se siente más denso, como si el mundo contuviera el aliento.

Es entonces cuando lo veo.

Una sombra descomunal bajo la superficie del agua.

Me quedo inmóvil, incapaz de apartar la mirada. No es una simple ilusión causada por las olas. Hay algo ahí abajo. Algo vivo.

El pulso se me acelera. Un escalofrío me recorre la espalda cuando la sombra comienza a moverse, serpenteando con una lentitud hipnótica. No puedo respirar. Mi cuerpo entero me grita que corra, pero mis pies permanecen clavados en su lugar.

Entonces, el océano se parte.

Un ser emerge de las profundidades, su silueta recortada contra la luna llena. El agua se desliza por su cuerpo con un brillo iridiscente, como si su piel estuviera hecha de obsidiana líquida. Sus ojos—Dios, sus ojos—son abismos luminosos que me atraviesan con una intensidad sobrehumana.

Un Leviatán.

Y me está mirando.

El tiempo se detiene.

No sé si es el miedo lo que me mantiene inmóvil o si hay algo más, algo primitivo, que me impide huir. La criatura es imponente, de una belleza monstruosa. Su silueta mezcla lo humano con lo incomprensible, como si la naturaleza no hubiera decidido qué forma darle.

El Leviatán inclina la cabeza, observándome con una expresión que no logro descifrar. ¿Curiosidad? ¿Alerta? ¿Hambre?

De pronto, algo en mi interior me dice que no debo correr.

No debo mostrar miedo.

Tomo aire, intentando calmar el temblor en mis manos. Doy un paso hacia atrás con cautela, pero en cuanto lo hago, los ojos de la criatura brillan con más intensidad.

—No te asustes… —susurro, aunque no sé si le hablo a él o a mí misma.

El Leviatán parpadea. No parece agresivo, pero su mera presencia es abrumadora. Su respiración es profunda y rítmica, y cada exhalación hace que el aire vibre a mi alrededor.

De repente, una voz grave y profunda resuena en mi mente.

“Tú… no deberías estar aquí.”

El sonido no proviene del exterior. No es un rugido, ni un gruñido. Es un pensamiento que se incrusta en mi cabeza como si siempre hubiera estado allí.

Mis rodillas casi ceden.

—¿Qué…? —murmuro, sin poder creer lo que está ocurriendo.

La criatura da un paso hacia la orilla, y el agua retrocede a su alrededor como si temiera tocarlo. Su piel reluce bajo la luz de la luna, revelando patrones iridiscentes que parecen moverse por sí solos.

“Vete.”

La orden es clara. Directa. Pero no me muevo.

Por alguna razón, algo en mi interior se rebela contra la idea de huir. Tal vez porque, a pesar de lo aterrador que es, no siento que quiera hacerme daño. No todavía.

—No puedo… —mi voz apenas es un susurro.

La criatura entrecierra los ojos. No sé si mi respuesta le molesta o le intriga.

Entonces, un sonido irrumpe en la quietud.

Un zumbido mecánico.

Miro hacia el cielo y veo un destello rojo entre las nubes.

Un dron.

Mi sangre se hiela.

Si ellos nos han encontrado, esto no solo me pone en peligro a mí. También a él.

Los ojos del Leviatán se enfocan en el dron y su expresión cambia. Por primera vez, veo algo que reconozco sin lugar a dudas.

Furia.

Sin previo aviso, la criatura alza una de sus extremidades y el aire alrededor de nosotros se distorsiona. Un estallido de energía atraviesa la playa, y el dron cae al agua como si algo invisible lo hubiera desgarrado en pleno vuelo.

Mi respiración se entrecorta.

Él me observa de nuevo, pero esta vez su mirada es diferente.

—Ahora… ellos vendrán —susurro, sabiendo lo que significa.

La criatura parece debatirse. Sus ojos se posan en mí, luego en el dron destruido flotando en las olas.

Y entonces, da un paso hacia mí.

Un paso que lo saca completamente del agua.

El Leviatán acaba de romper su propio exilio.

Y por primera vez, el miedo me invade de verdad.

—Dios mío… —murmuro.

Porque sé que nada será igual después de esta noche.




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