El Despertar Del Leviatán.

La Herida Invisible

El silencio después de la batalla pesa más que cualquier sombra. La penumbra sigue envolviéndonos, pero ahora hay algo distinto en el aire, una sensación densa y opresiva que se aferra a mi piel como un recuerdo indeleble.

Kaelith camina a mi lado, su respiración profunda y controlada, pero noto la tensión en sus movimientos. Incluso él, con toda su fuerza y poder, ha salido afectado de lo que acabamos de enfrentar.

Yo, en cambio, me siento diferente.

Todavía puedo sentir la energía que usé, esa fuerza desconocida que respondía a mi llamado sin que realmente supiera cómo controlarla. Pero lo más inquietante no es el poder en sí, sino la forma en que se sintió al usarlo.

Natural. Instintivo.

Como si siempre hubiese estado ahí, esperando. Y eso me aterra.

Sombras Persistentes

Nos detenemos en un pequeño recoveco de las ruinas. Kaelith revisa los alrededores, asegurándose de que no haya más de esas criaturas acechando en la oscuridad. Yo me dejo caer contra la pared fría, mi cuerpo aún temblando por la adrenalina.

Intento recordar cada detalle de lo que hice. La forma en que la energía recorrió mi piel, el calor en mi pecho cuando la invoqué la certeza de que podía deshacer a esas criaturas con solo desearlo.

¿Desde cuándo tengo este poder?

¿Cómo es posible que haya salido de mí?

Y lo más importante… ¿qué significa esto?

—No puedes ignorarlo —la voz de Kaelith corta el silencio, y cuando levanto la mirada, lo veo observándome con intensidad—. Esto que hiciste no fue coincidencia.

No lo es. Lo sé.

Pero tampoco sé cómo explicarlo.

—No lo entiendo —murmuro, y mi voz se siente pequeña, quebradiza—. No sé qué está pasando conmigo

Kaelith se acerca, sus ojos dorados brillando en la penumbra.

—Tienes que descubrirlo antes de que sea demasiado tarde.

Sus palabras llevan un peso que no logro comprender del todo.

—¿Demasiado tarde para qué?

Él no responde de inmediato. Sus garras se tensan ligeramente, su mandíbula apretada.

—Para que te conviertas en algo que no puedas controlar.

La advertencia se clava en mi pecho como un ancla fría.

Caminos de Sangre

Seguimos avanzando entre los restos de la estructura. Las paredes están cubiertas de símbolos que ahora reconozco: marcas antiguas, advertencias escritas en un idioma que nunca aprendí pero que, de algún modo, entiendo.

“El guardián dormita en la grieta del tiempo.”

“No despiertes lo que no puede ser contenido.”

“El eco del principio aún resuena.”

Cada frase me provoca un escalofrío.

Kaelith también las lee. Su mirada se endurece.

— Esto no es solo una ruina —dice, su voz más grave de lo normal—. Es un sello.

Un sello.

Algo destinado a contener.

Algo que no debería ser liberado.

Un nudo de miedo se forma en mi estómago.

—Si esto es un sello… entonces, ¿qué era lo que estaba atrapado aquí?

Kaelith no responde de inmediato.

Pero su silencio es suficiente respuesta.

No era algo.

Era alguien.

El Latido Bajo la Tierra

El pasillo se abre a una gran cámara subterránea. La vista me deja sin aliento.

Pilares colosales se alzan en la penumbra, cubiertos de enredaderas fosforescentes que emiten un resplandor tenue. En el centro, un altar de piedra negra con inscripciones que parecen moverse bajo la luz tenue.

Pero lo más inquietante es el sonido.

Un latido.

Un pulso bajo la superficie, como el eco de un corazón que nunca dejó de latir.

Kaelith se tensa a mi lado.

—No deberíamos estar aquí.

Pero ya es tarde.

El suelo tiembla.

Las inscripciones en la piedra brillan con un fulgor antinatural.

Siento un tirón en mi pecho, como si algo dentro de mí estuviera resonando con la energía del lugar.

Mi visión se nubla por un instante y, en ese parpadeo de oscuridad, lo veo.

Una silueta atrapada en el núcleo del altar.

Ojos antiguos abriéndose en la negrura.

Una voz sin sonido que susurra mi nombre.

Y entonces, el mundo se rompe.

El Despertar

El latido se convierte en un rugido.

Las paredes tiemblan, las columnas crujen.

Kaelith me agarra del brazo y tira de mí, sacándome del trance.

—¡Nos vamos, ahora!

Pero mis piernas no responden.

Porque algo me retiene.

Una fuerza invisible se aferra a mí, tirando de mi conciencia hacia el altar.

—¡No puedo moverme! —grito, sintiendo el pánico apoderarse de mí.

Kaelith maldice y me envuelve con su cuerpo, sus garras brillando con energía oscura.

Pero el altar no nos deja ir.

La voz sigue llamándome.

Ven.

Recuerda.

Despierta.

La presión en mi cabeza es insoportable.

Y entonces, todo se vuelve blanco.

Verdades Enterradas

Cuando abro los ojos, ya no estoy en la cámara.

Estoy en otro lugar.

Un paisaje irreconocible, donde el cielo es un abismo sin estrellas y el suelo se siente como cristal fracturado bajo mis pies.

Frente a mí, una figura se alza en la penumbra.

No puedo verle el rostro, pero siento su mirada atravesándome.

—¿Quién eres? —mi voz tiembla.

La figura inclina la cabeza.

—La pregunta no es quién soy yo —su voz es un eco de muchas voces—. La pregunta es quién eres tú.

Y entonces lo entiendo.

Esto no es un sueño.

Esto es un recuerdo.

Uno que nunca supe que tenía.

Uno que ha estado esperando ser despertado.

Mi sangre hierve.

Mi mente se fragmenta con imágenes que no deberían existir.

La verdad arde dentro de mí.

Y cuando el mundo vuelve a la oscuridad, solo queda una certeza:

Nada de lo que creía sobre mí misma era real.




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