El Despertar Del Leviatán.

Ecos del Silencio (Parte 4 final)

Narrado por la protagonista

La noche avanzó, y la penumbra comenzó a desdibujar las formas de la caverna. El resplandor de la pequeña fogata se reflejaba en las rocas húmedas, lanzando sombras danzantes que parecían moverse con voluntad propia. A mi lado, Kaelith permanecía en silencio, vigilante. Aunque su cuerpo parecía en reposo, sabía que su mente estaba alerta, como si el más mínimo susurro fuera suficiente para que volviera a colocarse entre mí y cualquier amenaza.

Yo no podía dormir.

Había demasiadas preguntas vibrando dentro de mí como un eco constante, demasiado dolor contenido en la sangre que corría por mis venas. Me levanté, en silencio, y caminé hacia una de las paredes cubiertas de símbolos. Las runas antiguas brillaban con un resplandor pálido, como si respondiera a mi presencia. Toqué una de ellas, y la piedra se calentó bajo mis dedos.

—¿Qué eres? —susurré, sin esperar una respuesta.

—Tú ya lo sabes —dijo una voz suave a mi espalda.

Me giré. Kaelith me observaba con la mirada oscurecida por la duda.

—No lo sé —dije, apartando la mano de la pared—. Solo sé que hay algo dentro de mí algo que no pedí.

—Y sin embargo, lo llevas en la sangre —dijo él, acercándose un paso más—. Ese poder no es ajeno a ti. Forma parte de tu origen, aunque hayas vivido toda tu vida ignorándolo.

—¿Entonces por qué ahora? ¿Por qué justo en este momento se está despertando?

—Porque el mundo cambia. Y lo que duerme siempre acaba despertando. Incluso tú.

Sentí una punzada en el pecho. Su voz tenía un peso distinto. Como si supiera algo más, algo que no me estaba diciendo aún.

—¿Hay algo que no me has contado?

Kaelith bajó la mirada por un momento. Fue apenas un segundo, pero suficiente para que mi pulso se acelerara.

—¿Qué es? —insistí, dando un paso hacia él.

—Hay una razón por la que tú sobreviviste —dijo finalmente, levantando la mirada hacia mí—. Una razón por la que fuiste hallada por los Leviatanes y no por los alienígenas.

Me quedé inmóvil.

—¿Qué estás diciendo?

—Estoy diciendo —su voz era baja, como si cada palabra le costara— que no fue casualidad. Que tú no eres simplemente una humana con un don extraño. Eres algo más.

Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde antes de que cruzaras el límite de nuestras tierras prohibidas. Desde que tus ojos brillaron con esa luz cuando tocaste por primera vez las piedras del Santuario.

Mi respiración se volvió irregular.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no estabas lista —respondió con firmeza—. Porque lo que eres, lo que podrías ser… aún no está completamente claro.

—Entonces dímelo ahora.

—No puedo —dijo, y sus palabras cayeron como plomo entre nosotros—. Porque lo que descubrirás no puede venir de mí. Debes encontrarlo tú misma, o jamás lo aceptarás.

Me alejé de él, sintiendo cómo algo en mi interior crujía como hielo quebrándose. No estaba enojada. Estaba dolida. No por la revelación, sino por la verdad que había sido ocultada con tanto cuidado.

Pero en el fondo, una parte de mí ya lo sospechaba.

Había visto cosas. Había sentido una conexión con lugares, palabras, símbolos que no debería entender. Había tenido sueños que no eran míos, memorias que despertaban sin ser llamadas. Todo apuntaba a una verdad que no podía seguir negando:

Yo no era simplemente humana.

—¿Qué soy entonces, Kaelith? —pregunté con la voz tensa—. ¿Una reliquia? ¿Una anomalía? ¿Un arma?

—Eres un umbral —respondió sin vacilar—. Una puerta entre mundos.

Mi corazón se detuvo un instante.

—¿Una puerta?

—Sí —asintió—. Una conexión viviente entre lo que fue, lo que es y lo que aún no ha llegado.

Volví la vista hacia las paredes de la caverna. Las inscripciones parecían arder con un resplandor interior. Y por primera vez, no sentí miedo. Sentí comprensión. Como si algo antiguo y dormido dentro de mí se hubiera girado hacia la luz.

—Entonces si soy una puerta, ¿qué hay del otro lado?

Kaelith no respondió. En cambio, dio un paso atrás, dejando que el silencio se acomoda entre nosotros.

—Esa es la pregunta más peligrosa de todas.

Dormí poco esa noche. Y cuando el alba apenas comenzaba a filtrarse por la grieta superior del santuario, me desperté con un temblor recorriéndome los brazos. Kaelith ya estaba en pie. Su silueta se recorta contra la luz azulada, majestuosa, solitaria.

Nos miramos sin decir una palabra.

Y sin más, comenzamos a caminar.

No sabíamos con exactitud hacia dónde íbamos. Solo sabíamos que había más allá. Más por descubrir. Más por enfrentar. Más por despertar.

Y ahora yo ya no era la misma.

Algo dentro de mí se había quebrado. Y al mismo tiempo, algo había nacido.

Un nuevo propósito. Una nueva identidad.

Y quizás una nueva guerra.

Porque cuando una puerta se abre, también lo hace aquello que espera al otro lado.

Y yo soy esa puerta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.