Kaelith se mantuvo en silencio por un instante, como si buscara las palabras más exactas para no herirme con la verdad que estaba a punto de desvelar.
—Antes de que los alienígenas gobernaran este mundo, antes de que los refugios y las ciudades flotantes fueran solo ruinas oxidadas —comenzó—, existía una alianza entre especies. Humanos, híbridos, Leviatanes incluso algunos que hoy están extintos. Se reunieron para sellar un pacto frente a una amenaza mayor, algo tan vasto que incluso el tiempo parecía doblarse ante su sombra.
—¿Qué amenaza? —pregunté, aunque una parte de mí ya lo sabía.
—Una entidad que no pertenece a este universo. Los antiguos la llamaban N’Zhar-Ael. No tiene forma, ni rostro, ni lenguaje que pueda entenderse. Solo tengo hambre. Deseo descomponer todo lo real.
Un estremecimiento me recorrió los brazos.
—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?
—Hubo una mujer —dijo Kaelith, acercándose un paso, como si cada palabra arrancara de sus propios recuerdos—. Ella lideró a los suyos, humanos con una conexión única con el núcleo del mundo, una especie de vínculo sensorial con las fuerzas que mantenían el equilibrio. Tenía la capacidad de ver más allá del velo. De escuchar los ecos de lo que vendría. No era bruja, ni sabia era una heredera.
—¿Heredera de qué?
—Del juramento —murmuró, casi en reverencia—. Ella selló su alma con la de un Leviatán para impedir que N’Zhar-Ael entrara. El precio fue su existencia misma. Su cuerpo murió, pero su esencia fue dividida. Y lanzada a través del tiempo. Hasta ti.
Me quedé paralizada. El aire se volvió espeso.
—¿Estás diciendo que soy tu reencarnación?
—No —negó con firmeza—. Eres su continuación. Su eco. La última pieza de un legado sellado por amor y desesperación. Una heredera del juramento olvidado.
Sentí que algo dentro de mí despertaba. No era una certeza, sino una pulsación, como si mi sangre respondiera a una melodía que no había oído en siglos. Como si aquella historia me perteneciera aunque jamás la hubiera vivido.
—¿Por eso los tuyos me protegieron?
—No todos lo hicieron —dijo con dureza—. El Consejo te veía como un riesgo. Una abominación. Pero yo recordé a la mujer del pacto. Y cuando te vi por primera vez, supe que eras su eco. Que algo dentro de ti había regresado.
Nos quedamos en silencio. Solo el zumbido lejano del sistema de ventilación llenaba el espacio. Todo lo demás era distancia o destino.
—¿Y tú? —pregunté de pronto—. ¿Qué eras para ella?
Kaelith bajó la mirada. Por primera vez, su voz se quebró.
—Fui el Leviatán que selló el pacto con ella.
El mundo dejó de girar.
—Kaelith—susurré— eso fue hace siglos.
—Y sin embargo, aquí estoy.
—¿Cómo es posible?
—Porque mi especie no mide el tiempo como la tuya —respondió con melancolía—. Y porque parte de mi esencia quedó ligada a la suya. Cuando te vi, no solo te reconocí me reconocí a mí mismo en ti.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas sin que me diera cuenta.
—Entonces esta conexión.
—No es nueva —dijo él, mirándome con una ternura brutal—. Solo está renaciendo.
Nos miramos por un largo instante, y en sus ojos, vi la tristeza de alguien que ha esperado demasiado. Y quizás, por primera vez, comprendí lo que sentía por mí no como un error sino como una herida abierta que por fin comenzaba a cerrarse.
Pero el momento se quebró por un leve sonido a nuestras espaldas. Un chirrido metálico.
Kaelith reaccionó al instante, empujándome tras él.
—Nos encontraron —dijo con una frialdad calculada—. No podemos quedarnos aquí.
—¿Quién?
—Los Observadores. Si escucharon tu despertar no se detendrán hasta destruir todo lo que eres.
Nos echamos a correr, y mientras mis pasos resonaban en la piedra húmeda del pasadizo, una idea ardía en mi mente:
Ya no era solo una humana encontrada en los límites de un refugio olvidado.
Era el eco de un juramento hecho por amor y sellado con sangre.
Y ahora, debía recordar quién era antes de que el mundo me obligara a olvidarlo otra vez.
#407 en Ciencia ficción
fantasia oscura, ciencia ficción con horror cósmico, aventura de exploración
Editado: 12.05.2025